Ángela
Álvarez Sáez
Fundación
Devenir. Poesía y Ensayo
Torrejón
de la Calzada (Madrid), 2019, 74 páginas.
Ángela Álvarez Sáez es una de las poetas más
prolíficas en lengua española. Sin haber alcanzado todavía los cuarenta años,
ha publicado diez libros de poemas, todos ellos premiados, siendo además cuatro
veces finalista del Premio Adonáis. La lírica no es su profesión, pero como si
lo fuera. Ángela Álvarez no es una poeta de brocha gorda, ni de superficiales
regalos pseudo estéticos, sino una poeta muy afinada en todas sus palabras, versos y estrofas,
porque se toma en serio la definición de poiein:
causar, crear, trabajar un género literario, considerado como manifestación de
la belleza, del sentimiento estético. Los avances tecnológicos del siglo XXI
han permitido que muchas personas se sientan poetas y como tal actúan, con
poemas eróticos o amorosos, fabricados como churros.
En la actualidad se suele entender como
poesía la poesía lírica, frente a la dramática y a la épica, pero en su
evolución formal, la poesía ha traspasado el empleo de la métrica y de la
eufonía, evolucionando hacia el verso libre y a la poesía en prosa. En esta
línea se mueve el poemario Palabra
vegetal de Ángela Álvarez: poemas en prosa, la mayoría de los mismos muy
cortos -cinco líneas-, pero que nacen generando su propi forma rítmica y su
eufonía, tomando en cuenta solo la finalidad de su propia expresión. Y esto ha
de ser así porque sin forma no hay poesía. Diría que en Palabra vegetal, Ángela Alvarez hace un uso poético de la lengua,
al margen de la métrica y de la rima.
El poemario logró ser galardonado con el XI Premio de Poesía Blas de Otero Villa de
Bilbao. Y a juicio del jurado, lo más
relevante del mismo es “la plasticidad de una escritura indagatoria, en donde
la palabra se presenta como generadora de la realidad. Son palabras que nacen
de la tierra, del cielo, del fuego y del mar.” O mejor dicho, son su memoria y
a la vez las interrogan.
Personalmente inicié la lectura de Palabra vegetal por “Palabra de mar”, un
largo poema libre en el que podemos hallar ciertas claves para entrar en las
otras partes en las que la poeta estructura su libro. En este largo poema, en
el que la autora deja al margen la prosa, descubre los ámbitos metafóricos y
sensoriales del mar en el recuerdo de la infancia, en el eterno retorno de
nacer y morir: la nada de la que somos presa. En el mar están los arrecifes
soñados, el ritmo sonoro de las olas. Pero el mar también tiene sus sombras,
sus zarpazos. Un mar bravío que, a veces, se transforma en horror. Y el yo
poético recuerda su infancia, sus seis años al final del verano en ese ambiente
marino, en ese mar “que fue siempre”, antes de ser querida por su madre. Y al lado
del mar, la casa repleta de risas filiales.
En ese marco marino o en la casa que lo
bordea, nacer sigue siendo un acto de amor. Ahora ese mar solo es recuerdo en
el cielo de Madrid. Y la rueda no para de girar: nacer-morir. No se olvida la
poeta de que en otros mares hay niños que sobreviven con agua y pan duro, en
ciudades bombardeadas. Un homenaje al mar en un excelente poema, sin
concesiones, con su hermosura y con los que esconde el mar de fondo de tantos
países y ciudades. Finalmente una invocación a la Madre, porque ha nacido y
también ella, la poeta, ha amado, ha parido y ha cicatrizado con el sol sus
heridas.
Un poema con el mar, mas también con eso que
se ha llamado el lenguaje “criatural”, que logra extraer de la poeta lo más libre, profundo y amoroso.
“Tierra” es
la primera parte del poemario. Se ha dicho que la poesía tiene ojos como
el pan. Por esos ojos, sale y entra lo más libre y profundo, el riesgo y lo
arcano. Y si existe algo de arcano, son las palabras te la tierra. Esa tierra que
también son nuestras ciudades, y contienen el lodo de las cicatrices. La tierra
que horadó el abuelo en la infancia de la niña. El huerto que eclosiona lleno
de frutas y de la acidez de los recuerdos. Un retrato de la tierra, sin apenas
metáforas, sin oxímoros, pero en el que
brota el poema que abre sus alas. Y al final, un anuncio optimista: el yo
poético encuentra el terreno apropiado donde construir su casa. Y entre los
metales florecerá el limonero.
La poesía indagatoria también cierne sus ojos
en esa otredad que es el cielo. No el cielo transcendental, sino el cielo
físico, azul, nublado. Veinte poemas que nos adentran en los que habita o
depende del cielo: el agua, el aire, la arena, la luna, las nubes miradas desde
abajo, buscando formas de animales. Y debajo de ese firmamento, el recuerdo del
amor (“ponerlo en una vasija de barro cocida… y desmenuzar su carne”) para que
resurja el poema. Palabras de cielo que se transmutan en palabras de amor en
alumbre de vida.
“Palabras de
fuego” es la penúltima parte de este poemario. El fuego devastador pero al
mismo tiempo creativo: Escribes el poema y en su búsqueda el amor te da a
conocer el fuego ( página 57). Por eso para la autora el fuego es el centro
incandescente de todo poema. Y a continuación el otro poema largo de Palabra vegetal. Con la maternidad, una
de las grandes constantes y pulsiones de este libro, haciendo acto de
presencia. Un poema, en mi opinión autobiográfico: el cuerpo gestante, el fruto
ya maduro, compartiendo espacio con otras madres en el hospital, el incendio de
las cuchillas. Un conmovedor poema sobre el hecho de ser madre, posiblemente
primeriza. Sobre el acto de parir con dolor: “coser la carne”, pero “ebrio de
vida”. En definitiva el poema como cartografía del dolor y de la fruición.
Ángela Álvarez indaga en varias realidades
de nuestro mundo con tonalidad introspectiva, alejada del aforismo. Escribe
sobre los que vive, sobre la existencia como vía de arraigo a la realidad.
Poesía existencialista, pero buscando también la esencialidad de la palabra en
su sugestión verbal, sin adornos excesivos, quizás algunas sinestesias.
Poemas muy breves que desembocan en una
lectura meditativa o intuitiva. Poesía de la experiencia, con una actitud a
veces apelativa e indagatoria de la otredad, del yo y de sus experiencias, que
interroga así mismo el vacío, la incógnita, la perplejidad de la vida. Pero no
poesía seca, descarnada. Poesía finalmente que es preciso degustar con tiempo y
en el reposo, con la esperanza del goce
estético y conceptual.
Francisco
Martínez Bouzas
Ángela Álvarez Sáez |
Selección de poemas
“Miro las manos del
abuelo horadando la tierra. Mis pasos de niña bajan las escaleras que separan
la casa del huerto. Las manzanas están recogidas en cestas. Mis pies saltan a una
losa y grito tu nombre. El sol alto en junio cae sobre los limones, mientras el
poema eclosiona en la acidez del recuerdo.”
…..
“Nuestro amor ha
crecido al sol como las semillas de los pastos. Pasan los aniversarios,
extendiendo ramas hasta tocarnos los ojos. La vida ante el azadón que no
respeta lo más tiernos. Nuestro amor tiene algo de muerte. Nace para hacernos
visibles.”
…..
“En el cielo se
forman se semillas de poemas que nacen dentro de cáscaras de lluvia. Caen
estériles sobre la tierra. Algún cuerpo las acoge y de sus ojos nacen los
acordes más bellos. Todo lo que mira se convierte en música.”
…..
Palabras de fuego (fragmento)
(…) “Eras pájaro. Estabas
suspendida en luz.
La quietud y el silencio de la
nieve.
Luego todo ardió y con el
fuego vino
el poema.
y las madres en los hospitales
y los hijos al borde de las
madres
y tu, mi niña, con cenizas
detrás de los ojos. Ojos sobre
ojos.
Cenizas sobre vientres. Mamá.
¿Quieres a mamá)
Tienes miedo de los monstruos
y de las escaleras.
Mamá.”
(Ángela
Álvares Sáez, Palabra vegetal, paginas
24,42, 50, 60)