Se ha escrito
que Egipto es una sociedad-cebolla, protegida por múltiples capas: el
Mediterráneo, el Nilo, el desierto, África, el árabe, el Islán, los coptos, los
heterodoxos cristianos y musulmanes, la pobreza, el analfabetismo. Grandes
escritores, el orgullo de una de las grandes civilizaciones desaparecidas.
Entre todas estas constricciones o estímulos, se ha desarrollado la moderna y
actual literatura egipcia, sobre todo a inicios del siglo XX cuando el mundo
árabe experimentó la Al-Nahada, un movimiento renacentista que afectó a todos
los aspectos de la vida, la literatura incluida.
Las figuras literarias más representativas y
conocidas de este periodo son sin duda Naguib Mahfuz (1911-2006), el primer
escritor árabe que ganó el Premio Nobel de Literatura; Hussein Haykal (1888-
1956), autor de la novela Zaynab,
considerada la primera novela moderna e islámica egipcia; Alaa Al Aswany (1957-1976),
autor de El edificio Yacoblán; Khaled
Al Khamissi (1962), autor de Taxi, una
colactánea de cincuenta y ocho relatos breves, fruto de la experiencia del
autor en sus viajes por el Cairo; la
escritora Nawal Al Saadawi (1931, autora de Mujeres
y Sexo en que denunció la mutilación femenina, Bahaa Taher
(1935)… Escritores egipcios que han marcado la literatura contemporánea del
Medio Oriente, con sus historias de vida que podrían superar sus mismas
ficciones.
Pero, como en todas las literaturas, en Egipto
también existe una generación joven que escribe, superando trabas y tabúes, que
se interroga desde la historia socio-política del país y que pretende reflejar en sus obras el mundo y la
sociedad que la rodea, dejando un poco al margen mitos o costumbres. Durante
muchos años la narrativa egipcia ignoró la novela policial, las novelas de
ciencia ficción o de terror. Los escritores y escritoras actuales, sin embargo,
abordan estos temas sin complejos. En este proceso han tenido no poca
importancia -y no solo en Egipto- varios jóvenes escritores y escritoras, sobre
todo urbanos que combaten las trabas en las que se encuentran sometidas las actuales mujeres árabes debido a la
regresión de la sociedad hacia valores religiosos y tradiciones, mucho más
conservadoras que hace varias décadas. En los años 60 y 70, las mujeres iban
por la calle en minifalda, sin velo con absoluta normalidad. Hacerlo en la
actualidad sería considerado una provocación social.
En mi panorama de la actual narrativa
egipcia escrita por mujeres, me fijaré en la obra de dos jóvenes escritoras, en
mi opinión paradigmáticas aunque de distinto estilo y temáticas muy diferentes:
Mansoura ez Eldin (Masura Eseddin como se la conoce en Europa), y Amera Badawy.
Mansoura ez Eldín:
Nació en el año 1976 en una pequeña aldea del
Delta del Nilo. Es una escritora con una amplia obra traducida al francés,
inglés, alemán e italiano. No así al español. Debutó en el año 2001 con Shaken Light (Luz vibrante), una colección de cuentos. Pero su obra narrativa más
representativa se inicia en el año 2004 con Maryam’s
Maze (El laberinto de Maryam). En
2009 publica Beyond Paradise (Detrás del Paraiso). The Path
to Madness, una colección de cuentos aparece en el año 2013. Y Emerald Moutain en 2014. En el año 2009
fue seleccionada para la Beirut 39, como una de las treinta y nueve autoras y
autores árabes menores de 39 años. Y su novela Detrás del Paraíso fue finalista
en la tercera edición del International Prize for Arabic Fiction, versión árabe
del Premio Booker.
La narrativa de Mansoura ez Eldin es una
equilibrada amalgama de realidad y ficción. Escribe sobre la realidad
fusionándola con la fantasía, la ciencia ficción, el terror… No rehúye el
tratamiento literario de temas violentos o catastróficos, ya que se propone
reflejar la realidad tal cual es, dando a conocer sus lados más oscuros y
marginales. Su novela El laberinto de
Maryam es claramente una pieza de terror y de pesadillas, en la que tienen
cabida los fermentos de lo que fue y
de lo que es la cultura egipcia: mezcla de religiones, de costumbres y
creencias populares enraizadas en supersticiones. Pero su mundo fantástico
corre siempre paralelo con el mundo real. Algo semejante ocurre con Detrás del Paraíso. Muestra la historia
de la protagonista, Salma ante el descubrimiento de su propio cuerpo, su
familia, su pueblo en el Delta del Nilo, a la vez que refleja los cambios
experimentados por este en las últimas décadas, tras la instalación de una
fábrica de ladrillos.
En la lucha de la mujer árabe por obtener la
libertad, por la equiparación en derechos con el hombre, por cambiar las normas
y tabúes sociales, la figura de Mansoura ez Eldin es sin duda un gran peón, y
su obra literaria, un fermento importante para que las mujeres árabes dejen de
ser las víctimas no solo del patriarcado, sino también de sus madres y abuelas.
A continuación reproduzco
algunos fragmentos del primer capítulo
de La Montaña Esmeralda, traducido
del árabe por Eva Chaves Hernández, seguramente el único texto que podemos leer
en español de la escritora.
Mansoura ez Eldin |
“El polvo del camino”
“Me llamo Bustán.
Quienes me conocen bien, y son pocos, me llaman “La
sacerdotisa de blanco y negro”. Los demás piensan que soy una excéntrica. Si un
escritor tuviera que describirme lo haría con los atributos de una ninfa o de
una mujer con el pelo color carbón y ropa negra. Me describiría limitándose
a lo que alcanzan a ver los ojos, sin poder llegar a vislumbrar lo que
estalla en mi interior.
Nadie podrá comprender lo que oculto ni lo que soy
capaz de hacer. Tampoco se sabrá nada sobre los misterios de hechos que
tuvieron lugar hace siglos y a los que consagré mi vida. Por eso, solo yo puedo
ser la escritora, o mejor, la narradora a la que se le ha encomendado llenar
los agujeros de la historia y encajar todas las piezas. Una historia de la que
no soy protagonista pero que no existiría sin mí.
En el año once del tercer milenio, desde mi casa con vistas al Nilo del
barrio cairota de Zamalek me sumerjo sin cansancio en mis escritos, un mundo
antiguo que se va desmoronando por fuera. No puedo desquitarme de las infinitas
palabras que han sido transformadas, que se me escurren entre los dedos como
nubes de verano cruzando el cielo. Pasa por mi mente una escena tras otra de
épocas diferentes. Consigo alcanzar algunas; otras, se me escapan.
Me
veo de niña, en los años sesenta del siglo XX, en lo alto del monte Daylam.
Correteo detrás de mi padre en su paseo matutino mientras recita versos de Al
Rumi, Al Attar o Hafiz. Me adelanta unos metros y al darse cuenta de mi
tardanza, me espera con paciencia. Recuerdo el vaho humeando en su boca. Cuando
le alcanzo me sienta encima de una piedra y así descansamos un poquito.
(…)
Acordándome ahora, sentada en esta casa de El Cairo,
me viene a la memoria el aroma del monte Alamut y de su vegetación. Casi puedo
divisar las faldas de la montaña cubiertas de verde, las cimas coronadas por la
nieve y la amplia llanura que abraza los pueblos a los pies del monte.
Aquel lejano día mi padre me indicó dónde estaban las
ruinas del castillo de Alamut. Recuerdo que todas sus facciones se sumergieron
en una tristeza cuyos motivos yo desconocía, tanto que se quedó parado,
erguido, estirando el cuerpo al máximo mientras contemplaba el lugar y lo
señalaba. Mis ojos en vez de mirar hacia allí, se quedaron clavados en aquel
rostro amable de barba rala y pelo gris. Bajando a la llanura, de vez en cuando
echaba la vista atrás, hacia unas ruinas sobre las que hasta entonces yo no
sabía nada. Dos días después me sentó a su lado bajo la sombra del castaño y me
habló sobre Hassan Al Sabbah y la secta de los hashashin. “Lo único que
sobrevive son los relatos. La memoria se acaba cuando muere su dueño y solo tenemos
las historias como si fueran una memoria heredada”, me dijo.”(…)
“Se preguntarán sobre qué historia hablo. Conocemos
muchos relatos añadidos a Las mil y
una noches pero no hemos escuchado ninguno que le falte. No se trata
además de un simple libro. Es un texto sin fin que ni siquiera cambia con
lo que se le añade o suprime.
Esta historia que descifro será entretenimiento de
quien me lea. Pero primero, permitidme añadir a un margen el relato de mi vida
y disculpadme si aún no tenéis claras las referencias. Debéis saber que son
difíciles los asuntos que van de una época a otra, las historias y la
reconciliación de un remoto pasado con el presente en que vivimos. Debéis saber
también que la paciencia, según dicen, es un pescador. Que sea vuestra amiga
como lo ha sido y sigue siéndolo para mí, única aliada en mi accidentado
camino. La misma paciencia que me acompañó hace pocos años hacia aquella casa
del campo, lejos de la civilización. Recuerdo que entonces me envolvía una
inusual timidez que me salía del alma llevándome detrás de lo que los demás
veían como un espejismo.”
Amera Badawy:
Amera Badawy |
Amera Badawy es una escritora muy joven que
ha sufrido en su propia persona la imposición de las estrictas normas y
costumbres tradicionales que pretenden definir los destinos de la mujer y que
todavía están vigentes en la actual sociedad egipcia en nuestros días. Su voluntad y su tesón, sin embargo, superaron
las ataduras familiares, y hoy es un ejemplo de la mujer árabe que lucha por
contraer matrimonio con la persona amada. Nacida en 1991 en Ashmun -un nombre faraónico que significa el
país de la luna- un distrito ubicado en la zona sur del Delta a poca distancia
del norte de El Cairo. Venciendo resistencias, estudio inglés en la Universidad
de El Cairo y fue con fundadora y forma parte del Grupo Almotahida Education.
Su narrativa refleja las costumbres de las
aldeas egipcias y se basa igualmente en las creencias en espíritus dañinos que
pueden habitar en los cuerpos humanos.
Ha escrito relatos breves como Six Qiblahs for Pray. El qiblah es la dirección hacia debe
orientarse el fiel musulmán cuando reza sus cinco oraciones diarias: en
dirección a la Kaaba en la Mecca. En las mezquitas el qiblah suele estar indicado por el mihrab, una posición u hornacina en el interior de las mismas. La
dirección de la oración islámica ritual (salat)
es una de las condiciones indispensables para el rezo y para la persona que
reza: mirar físicamente hacia el qiblah
del corazón que es la casa de Dios y el corazón del creyente.
En sus relatos Amera Badawy cuestiona
la existencia de un único centro o qiblah
hacia el que dirigir las oraciones rituales. ¿Significa esto un rechazo del
centro de la autoridad religiosa o simplemente de la común interpretación del
Islan? Hay sin duda en sus relatos una
crítica de las creencias religiosas sobre la verdad de la conexión entre Dios y
los hombres, que aparece en la historia de Khider, un profeta olvidado.
Otro de sus relatos reproduce el cuento del
gallo. La heroína protagonista roba el gallo sagrado en la aldea. La oscuridad
anega el pueblo y la gente piensa que lo del gallo es una mentira, igual que la
de la serpiente gigante, que en la cultura islámica sale da las tumbas y
destruye las aldeas.
¿Cuál es el significado de la muerte? Lo tematiza
la autora en el relato del derviche. Vemos al ángel de la muerte en la imagen
del derviche golpeando las casas y las personas para tomar té, burlándose de la
vida humana. Historias, muchas de ellas crueles sobre todo para la mentalidad
de los árabes musulmanes creyentes.
Otros de sus relatos abordan el significado
del tiempo, en especial en el de la historia de la comadreja que se apropia de
las características de la bella heroína a la que convierte en una anciana,
mientras las mujeres de la casa intentan expulsar a ese espíritu maligno, capaz
de destruir la vida de las personas.
En resumen, la narrativa de Amera Badawy,
aunque de cariz mítico religioso, es un grito, pronunciado en un tono sosegado
a favor de la libertad. Una crítica contra el patrimonio religioso, contra los
mitos que controlan la mente de las personas y que abruman de forma muy
especial a las mujeres. Esto, junto con el lenguaje sumamente poético y la
estructura escritural que rompe las expectativas lectoras, es lo que distingue
esta colección de relatos de Amera Badawy.
Reproduzco a continuación un fragmento de
uno de sus relatos, “Ritos de paso” en la traducción de Rita Tapia Oregui.
Francisco Martínez Bouzas
"Ritos de paso"
“A la muerte
de su hija, dejó de poder quedarse embarazada. Su marido tampoco se dejaba ver
mucho por casa. Fue él quien, al echarse a sus brazos cuando ocurrió, asía la
muñeca de su hija con fuerza, la misma a la que ella necesita poder acariciar
el pelo todas las noches antes de acostarse para poder conciliar el sueño. Se
acuerda de cuando, al levantarse, su alma seguía en el suelo. Su marido se
agachó a recoger la serpiente muerta que le había lanzado su suegra porque
estaba convencida de que su nuera estaba poseída por un espíritu de melancolía,
al que había que pegar un susto para que abandonara su cuerpo y ella pudiera
volver a quedar encinta. Hacía ya tiempo que se le había vencido el plazo que
se les concede a las mujeres para estar en barbecho. También recuerda la última
vez que la estrechó; ella ya no respondía. Le besó la frente; le llegó su olor.
Le pellizcó la barbilla; tenía la piel seca. Le enjugó las lágrimas que le
rodaban por las mejillas; sus ojos ya no se cerraban. Momentos más tarde, se
hallaba pataleando en el suelo y suplicando a su suegra entre sollozos que no
se la llevara. Era su niña. No logró, no obstante, que esta se apiadara de
ella. “Ya no hay nada que puedas hacer. Ahora toca bañarla y preparar el cuerpo
para el entierro”, alegó.
-Ale, vamos
al cementerio a que se te quite lo que se te ha metido dentro para que me puedas
dar otra nieta, que llevas ya varios meses sin conseguir quedarte preñada.
El exorcismo
había comenzado hacía ya unas semanas. Primero, lo de la serpiente, después la
obligaron a matar un perro callejero en un barrio desértico y a saltarlo por
encima, y hoy tocaba una visita al cementerio. Debía exhumar el cuerpo de su
hija. Sólo así podría espantar al alma en pena que la habitaba. Accedió porque
sabía que Dios no sometería al cuerpecito de su hija al proceso de
descomposición que sufren el resto de los embalajes que dejamos en este mundo.
Había fallecido antes de que le diera tiempo a cometer pecado alguno en una
clínica medio en ruinas.
Llegado el
momento, se pusieron en camino, campo a través. Los espantapájaros graznaban,
la comparsa femenina que la acompañaba la hacía sentirse asediada por una
bandada de cuervos con buenas intenciones, el sol pegaba de lo lindo y había
unas mariposas que revoloteaban entre las cañas que flanquean el canal.
Llegaron al cementerio y allí, entronizado sobre una higuera gigantesca, como
presidiendo la sesión, se encontró al jefe de los cuervos. Unos cabritos negros
hacían cabriolas sobre las tumbas. En un aparte, se erguían los mausoleos de
los padres del Islam, quienes merecían todo el respeto en su mundo.
De pronto, se
le comenzó a acelerar el pulso; le faltaba el aire. No obstante, mantuvo la
compostura, que la tenía muy ejercitada últimamente. Fue sorteando las tumbas
hasta que una de las mujeres de su comitiva le señaló la de su hija. Se sentó a
su vera y se puso manos a la obra. No había de temer la oscuridad frente a sí,
sólo la que la acechaba por detrás. Aún así, no lograba librarse del malestar
que la invadía. Asió la pala que le alcanzaron con fuerza y comenzó a
desenterrar a su hija con frenesí. Por un instante, creyó oír su voz,
llamándola desde las profundidades. Finalmente, dio con su cuerpo, que aún se
hallaba envuelto en la sábana en la que la habían dado sepultura, aunque el
estado que presentaba la misma no fuera el de antaño. No quedaba ni rastro del
olor de su hija en el tufo a podrido que desprendía. Le acarició la barbilla y
le enjugó el recuerdo de sus últimas lágrimas. Seguidamente, se desmoronó. Alzó
la voz al cobarde que se amparaba en las alturas, berreando:
-¿Dónde está
el mesías ese que nos has prometido? ¿Dónde está la vara de Moisés cuando la
necesitas para que obre milagros? ¿Dónde la magnanimidad de los venerables
antepasados? ¿Por qué me la has arrebatado?
Los cuervos
se sumaron a su graznar, hasta que el clamor se volvió insoportable. Gritaba
intentando cancelar el ruido exterior. Entonces, las mujeres que la habían
escoltado hasta allí se le acercaron, la rodearon, la aplaudieron y la
felicitaron. De pronto, oyó la voz de su marido llamándola de lejos.
-Somayah,
larguémonos de aquí.
La abrazó,
con toda aquella gente mirando. Le había traído la muñeca de su hija. Ella se
la llevó a la nariz y una extraña sensación de paz la embargó. Aún conservaba
su olor.”