Grito
Cecilia Palma
Ilustraciones de Catalina
Mancilla Palma
Ediciones Eutopia, Santiago de
Chile, 2018, 70 páginas.
Hace ocho años tuve la oportunidad de presentar, sobre
todo para los lectores españoles, a la poeta chilena Cecilia Palma, autoadscrita
a lo que en Chile se llama generación
NN, la generación de los sobrevivientes en el período de la dictadura militar
pinochetista. Cecilia Palma es así mismo una poeta metafísica, tal como la
encuadra la crítica de su país. Grito,
su nuevo poemario se vincula con esa misma línea en la que la poesía es un
lugar de pensamiento, como señaló en su día en pensador francés Alain Badiou,
en referencia a “la edad de los poetas”.
Poesía metafísica
en buena medida, mas en las antípodas de aquella poesía metafísica inglesa del
siglo XVII, orientada a captar más la razón que las emociones, no al individuo
sino a la especie.
Grito es el quinto poemario de Cecilia
Palma, y ya el lema del paratexto (“La
noche tiene la forma de un grito de lobo”, un verso de Alejandra Pizarnik) nos
pone en la senda para llegar a las esencias de este libro y nos da una
explicación sobre su campo de sentido. Cecilia Palma, si bien de forma más simbólica
que narrativa, representa en el fondo algunos de los momentos y constantes de
la existencia humana. Comenzando por el profundo desgarro que se produce cuando
el grito del hijo, cobijado durante meses en el refugio materno, atrapado ahora
en la quebrada del cuello, está a punto de ser parido. Es el alarido infinito y
primigenio que lanza al recién nacido o a la recién nacida en caída libre; una caída
que es a la vez drama y liberación. Pero también sangrar y desangrar.
Y tras la
expulsión del conducto vital, la navegación por la vida, con un cuerpo que
también es prisión, obligados a arrojarnos en brazos del viento, acunados por
el sueño y entregarnos al abismo. Y ser juguetes del destino, paralizados quizás
por el miedo que “hiere / asfixia / sujeta / ciñe al respiro con trenzas negras”
(página 36). Es el destino de la especie. Como también lo es la necesidad y el
atrevimiento de avanzar, aunque sea con la certidumbre de la pérdida, de un mal
paso que se descuenta al final de la partida.
La poeta no
olvida los contextos en los que esa existencia recién alumbrada tendrá que
vivir, y a los que tendrá que enfrentarse: los ocres del desierto, una historia
de abusos y de niños tragados por el frío, golpes, estocadas que acechan en
caravana, vacíos en el estómago, vacuidades devoradoras del pensamiento, amores
inconclusos, dudas que rondan los cuerpos… Y frente a todo ello, la única
defensa: un cuerpo que es apenas una certeza, pero que es capaz de abrazar y besar.
El beso desembalado se transforma en caricia capaz de sorber el miedo. Tampoco
omite Cecilia Palma el recuerdo de los ausentes, la estirpe que se aferra a los
huesos. Por eso los recoge a todos, y será con ellos que se arroje a la contingencia
y a la lucha existencial.
Con la seguridad
de que la vida renace después del grito, la poeta realiza en sus versos,
estrofas y poemas una profunda reflexión -poética en la forma, existencial en
el contenido- sobre esa partida que es la vida que, cual espiral representada copiosamente
en las ilustraciones, gira y gira en torno al grito liberador, frente a la
penuria que es la existencia.
Una poética que,
como en Vuelvo de Siberia esta tarde,
se eleva como operación de lenguaje y pensamiento, sin palabras vanas, sin
cultismos, en una sucesión contenida, con ausencia incluso de título,
aunque acompañados por acertadas ilustraciones
-“ut pictura poesis”- de Catalina Mancilla Palma.
Poesía pues que
sutura emoción y pensamiento. Por eso habla a la vez el corazón y la cabeza,
nos deleita y nos hace pensar.
Francisco Martínez Bouzas
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Cecilia Palma |
Tres poemas de Grito
¡Ah, ese grito!
“ese grito que desgarra y
somete
que arrincona a los sentidos en un
vértice
amortajados tal vez
en sigilo
ellos permitiendo la oscuridad
o la luz
roce de donde habita
el coraje
de aquello que ha estado
prisionero bajo la piel
es el momento del derroche
del disolverme amarrada
al sonido que expulsa la
campana
deste
único templo
lo cierto
lo exquisitamente mero
es el momento
de sangrar y desangrar el
torrente aferrado en
el tajamar
en el túnel, en el conducto
vital
desarraigar lo que
somete y sujeta
lo que ahoga día con
día
momento a momento”
…..
“arriba se abrazan los vientos
un disfrute gozoso a la intemperie
un precoz destino de uniones y éxtasis
largas greñas envuelven los ocres del desierto
una chola grita a sus antepasados una historia
de abusos y de niños tragados por la
arena y el frío
canta a la aurora rosácea
inaugura el silencio
despeja el destino sus pasos
yo juego a extender mis alas
pero no hay viento que se lleve mi nombre
en tropeles los instantes
vértigos y náuseas atacando
delirios de amores ciegos
golpes que acechan en caravana
ella resiste a la estocada
pone su pecho abierto
mientras las mariposas huyen de
la escena”
…..
“se calma la vigilia con ese
beso negruzco de los cirros
tan húmedo y tan blando
hay que apagar la mirada -digo- y
respirar
se acumulan las imágenes adentro mío
se atropellan
insisten
juegan aganar la batalla
hay que apagar la mirada y
respirar -repito-
y dejarse arrastrar por el viento
abandonarse al silencio
a lo absoluto
al goce de los sentidos
tengo tanto que decir
tanto que decir”
(Cecilia Palma, Grito, páginas 13-17, 48-49, 66-67)