Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumisión
Michel Onfray
Editorial Anagrama, Barcelona 2011, 327 páginas.
Michel Onfray es sin duda el último representante del Mayo del 68, pero no sólo de palabra, con su discurso teórico, sino también de hecho. Su propia experiencia vital es una plasmación práctica de su ideario político. Doctor en filosofía y profesor de esta materia en un liceo francés durante casi una veintena de años, dimite de su puesto porque la experiencia docente le hizo darse cuenta, como a tantos otros, de que los sistemas educativos enseñan la historia oficial de la filosofía, pero no a filosofar. En la tradición de las Universidades Populares, crea la Universidad Popular de Caen y escribe su Antimanual de Filosofía en el que invita a sus alumnos a pensar de forma distinta a como el Estado quiere que piensen y en el que hace ver que es imposible el pensamiento filosófico si no se cuenta con las herramientas adecuadas: el psicoanálisis, la sociología y las ciencias. Su pensamiento entronca con los filósofos cínicos, con los epicúreos y cirenaicos y se mueve así mismo en una línea ideológica próxima al individualismo anarquista, con una radical defensa del hedonismo, encaminado a permitir el disfrute pleno de la existencia (“Gozar y hacer gozar” es su máxima), la recuperación de las experiencias sensitivas y un ateismo no cristiano sin concesiones. Autor de numerosos escritos, su Tratado de ateología, que vendió miles de ejemplares, desencadenó en Francia una gran polémica.
Michel Onfray |
Este es el contexto autorial que puede ser útil para que los profanos puedan entender el vigor de un texto en el que Michel Onfray expone con gran radicalidad y con un leguaje sumamente elocuente, incendiario podríamos decir, un ideario político engarzado en el nietzscheanismo de izquierda, con referentes como Foucault, Deleuze, Derrida o Bourdieu. Lo deja bien claro el autor en el anexo de este libro: “El conjunto de mi trabajo, incluido este libro, responde a mi deseo de elaborar una filosofía hedonista, libertina y libertaria que permita la formulación de un nietzscheanismo de izquierda para nuestra época, posterior a la muerte de Dios” (página 299). Mas ya desde las primeras líneas, nos quiere hacer conscientes de la fibra anarquista que inundó su ser desde su más temprana juventud, pese a no ser capaz de nombrar esta sensibilidad que le surgía de las vísceras y del alma. Pero Onfray transciende muy pronto la propia experiencia personal en un orfelinato religioso, aunque en sus análisis y diagnósticos, parte siempre de la praxis del individuo concreto, situado en las distintas parcelas de la gran masa que conforma el animal social, el gran Leviatán. Así ocurre en el capítulo (“Cartografía infernal de la miseria”) en el que, siguiendo las pautas del Infierno de Dante, describe el averno que algunos viven en la tierra. Este infierno, en el que se pudren los que alimentan la máquina social o los de ella excluidos, y que no es un hipotético Hades, sino las calles y ciudades de Francia, se distribuye en tres círculos concéntricos: el de los marginados o deyecciones del gran animal, personas reducidas a la animalidad; el de los réprobos (viejos, locos, enfermos, parados, emigrantes clandestinos). Ellos constituyen la patología del cuerpo social. Y en la tercera esfera, se asientan los explotados, la fuerza que alimenta las energías del gran animal. Seres entregados al trabajo, los explotados a los que, en nombre de la religión económica, el gran Leviatán emplea o desemplea a su capricho y de cuya sangre y sudor se nutre. Son la turba multa de los proletarios del mundo que se siguen viendo obligados a alquilar su fuerza de trabajo y cuyo número no ha menguado, sino que la pauperización lo ha hecho multiplicar.
Una vez trazada la cartografía de los infiernos de las miserias contemporáneas, Michel Onfray propone su revolución copernicana y busca la dinamita que reviente desde dentro este orden establecido que conforma el gran animal social. Y la halla en la “figura nueva”, en el “Mayo del 68”: acabar su obra, lo que aún está por realizar. El Pensamiento del 68: instalarse en los mismos territorios nómadas en los que lo hizo Foucault, respirar el aire de las cimas de Deleuze y Guattari.
En sus propuestas se encuentran las armas para derribar el orden establecido, instaurar la política como centro de la vida social, desterrando el monoteísmo de lo económico para que el gobierno de la polis deje de estar a su servicio. Deleuze y Foucault formulan una teoría válida como nueva episteme que cartografía otra realidad, en la que la vida y el principio del placer no son negados ni menospreciados. En el pensamiento foucaultiano hallamos así mismo las fortalezas que es preciso atacar: los grandes mecanismos de reproducción y de conservación social; las instituciones y las instancias a través de las cuales los saberes constituidos, se enseñan, se exaltan, se honran (página 187).
Onfray, además de su propuesta de utilización del Pensamiento del 68, no renuncia a combatir al poder, lección heredada así mismo del Mayo del 68. “Siempre que la energía rebelde se transfigura en violencia constitutiva de la realidad, lo libertario puede ponerse manos a la obra” (página 192). Es preciso y legítimo pues soñar con el devenir revolucionario de los individuos, única ética concebible para un libertario en el cambio del milenio y no eludir el hedonismo que acabará con las estrategias de la servidumbre. Negarse, por consiguiente, a servir, como ya escribió el mismo La Boétie , para derrotar al gran Leviatán.
Seguramente que en esta llamada a la rebeldía y en la legitimación de cierta violencia selectiva, reside la parte más polémica del ensayo de Michel Onfray, que concluye invocando una lógica hedonista cuyo imperativo categórico es gozar y hacer gozar. Esa lógica constituye la genealogía de la política y representa la modalidad de una ética alternativa a la del ideal ascético, sostén mítico y mágico del inmenso animal social que coloniza mentes y cuerpos.
Política del rebelde es un lúcido y enérgico análisis de la realidad, escrito con un tono a veces arrebatado e incendiario que nos incita a no aceptar lo dado, a rechazar la esclavitud, apelando a la ludditas, herencia, desde Espartaco, de todos los esclavos y sometidos que se han rebelado y han luchado por su libertad y por su dignidad. Un manifiesto y quizás un panfleto moderno, rigurosamente anclado en un profundo dominio de la filosofía, tanto antigua como actual, y en una interpretación, quizás no canónica, pero válida de teorías e ideas. Y por supuesto en un meticuloso, descarnado y sagaz análisis de la realidad.