jueves, 13 de agosto de 2020

"SANGUÍNEA": EL OLEAJE EN CANAL DE UN CUERPO DE MUJER


Sangínea
Gabriela Ponce
Editorial Candaya, Aviyonet del Penedès  (Barcelona), 157 páginas.

    


   
   Un sello editorial tan selecto como Candaya está apostando últimamente por jóvenes escritoras ecuatorianas. Y a fe que no se está equivocando. Pienso en Solange Rodriguez Pappe, en Mónica Ojeda, en Daniela Alcira Bellolio, autoras las tres de excelentes e inesperadas novelas. Candaya contempla hoy el debut en la narrativa, de amplio recorrido, de Gabriela Ponce (Quito, 1977), directora de teatro, profesora de artes escénicas y escritora de libros de cuentos y de algún texto teatral. Ella, como escriben los editores en las Claves sobre el libro, aporta su personal visión del mundo, un gran ejercicio prosístico, plagado de símbolos, y una novela llena de interrogantes, resistencias y aperturas, especialmente sobre el cuerpo femenino. Resistencias y desenfrenos que instaura con algunos de los acontecimientos más importantes de una mujer: su cuerpo, su sexualidad, el instinto maternal y las sacudidas de ese mismo cuerpo, sin excluir ninguna de sus vivencias, incluido lo sórdido, o lo que llega, como casi profetiza la cita inicial de Pascal Quignard.
  La trama de la novela, con la protagonista hablando en primera persona y descubriendo los acontecimientos que circulan por la corriente de su pensamiento  -la gama completa de su pensamiento, sea o no  consciente- nos aproxima a sus interioridades. Podemos captar así la mente de una mujer que cuenta su historia: tras la ruptura de su matrimonio, amargada, desesperada, desenfrenada, intenta salir adelante de la manera que está a su alcance. Da el paso, entregándose de forma salvaje, en cuerpo y alma, y en amalgama con la naturaleza que la rodea. También precipitándose en relaciones de diversa índole, tanto sexuales, como comunicativas.
   Esta forma de proceder desbocado  forma buena parte del núcleo diegético de la novela que no es ninguna golosina para los ojos lectores, sino todo lo contrario, porque la autora no reserva nada, ni de lo bonito ni de lo feo que sucede en el cuerpo de una mujer. Y que la autora nos transmite sin pelos en la lengua, en verdaderos remolinos. Sus palabras y reflexiones, su contar las intimidades de su cuerpo, terminan envolviéndonos en una prosa a la vez cruda, poética y visceral. Vergas duras, penetraciones, úteros y vaginas lamidos, una cueva agreste, musgo que sale de todas partes; odio hacia sí misma para compartir con su ansiedad y su desesperanza.
   Y una prosa que se desliza como las balas de una ametralladora y nos dispara gatos negros que cruzan, olor a orines, un murciélago que cruza  y que que la interrumpe con su vuelo en el momento de venirse.
   Pero también recuerda: su matrimonio hecho humo, porque la protagonista intuye que le queda algo de fuerza para sobrevivir a la desintegración de una relación que se rompe en trizas. En otros casos, la prosa de la mujer que relata nos sumerge en un trajín amoroso y, en algunos casos, de nimia importancia. Pero deja constancia de que lo único que merece la pena y su atención es el enamoramiento: el atolondramiento por la proximidad de los cuerpos, una tendencia que se remonta a su infancia.
   Una novela, en definitiva, que no solo aborda el cuerpo femenino, sino que lo expone sin ningún tabú entre orgasmos disfrutados o soportados. Por supuesto, con ausencia total tanto de remordimientos como de romanticismos. Del cuerpo femenino no se oculta nada: aparecen con absoluta naturalidad todos sus fluidos, la menstruación, el erotismo, la violencia y el vacio posterior y la tristeza de su carne después de parir.
   También sin eufemismos y con naturalidad relata su embarazo y su parto: un parto que la va abriendo en canal, en el que va sintiendo las piernas, la cabeza de la criatura luchando para encontrar su camino. Es sin duda la parte más humana y menos desbocada de la novela.
    

                                          
Gabriela Ponce
 

   Pero el lector tendrá que esperar al capítulo 21  en el que la protagonista inicia el relato de su embarazo: “Fue el último día del mes de julio el día en que me embaracé…Fue la cantidad de semen”. Con ella sufriremos en este embarazo y en este parto, con un orificio crecido por el que va a salir la vida, la criatura que no será suya. A partir de este momento la novela deja en gran parte de ser la reverberación casi agreste de ascos desbocados para convertirse en un duro y desolado diario, para huir de un embarazo al que la protagonista no puede renunciar y que le produce pánico.
   Mientras tanto, leeremos las pesadillas, las desesperanzas, las decisiones que brotan del pleamar de la conciencia de la protagonista, casi todas ellas abordando el cuerpo femenino que aparece así casi fotografiado de forma cruda y poética.

Francisco Martínez Bouzas

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