sábado, 29 de junio de 2019

"PALABRA VEGETAL": POEMAS CON OJOS COMO LOS DEL PAN


Palabra vegetal

Ángela Álvarez Sáez

Fundación Devenir. Poesía y Ensayo

Torrejón de la Calzada (Madrid), 2019, 74 páginas.



    


   Ángela Álvarez Sáez es una de las poetas más prolíficas en lengua española. Sin haber alcanzado todavía los cuarenta años, ha publicado diez libros de poemas, todos ellos premiados, siendo además cuatro veces finalista del Premio Adonáis. La lírica no es su profesión, pero como si lo fuera. Ángela Álvarez no es una poeta de brocha gorda, ni de superficiales regalos pseudo estéticos, sino una poeta muy afinada  en todas sus palabras, versos y estrofas, porque se toma en serio la definición de poiein: causar, crear, trabajar un género literario, considerado como manifestación de la belleza, del sentimiento estético. Los avances tecnológicos del siglo XXI han permitido que muchas personas se sientan poetas y como tal actúan, con poemas eróticos o amorosos, fabricados como churros.

   En la actualidad se suele entender como poesía la poesía lírica, frente a la dramática y a la épica, pero en su evolución formal, la poesía ha traspasado el empleo de la métrica y de la eufonía, evolucionando hacia el verso libre y a la poesía en prosa. En esta línea se mueve el poemario Palabra vegetal de Ángela Álvarez: poemas en prosa, la mayoría de los mismos muy cortos -cinco líneas-, pero que nacen generando su propi forma rítmica y su eufonía, tomando en cuenta solo la finalidad de su propia expresión. Y esto ha de ser así porque sin forma no hay poesía. Diría que en Palabra vegetal, Ángela Alvarez hace un uso poético de la lengua, al margen de la métrica y de la rima.

   El poemario logró ser galardonado con  el XI Premio de Poesía Blas de Otero Villa de Bilbao. Y  a juicio del jurado, lo más relevante del mismo es “la plasticidad de una escritura indagatoria, en donde la palabra se presenta como generadora de la realidad. Son palabras que nacen de la tierra, del cielo, del fuego y del mar.” O mejor dicho, son su memoria y a la vez las interrogan.

   Personalmente inicié la lectura de Palabra vegetal por “Palabra de mar”, un largo poema libre en el que podemos hallar ciertas claves para entrar en las otras partes en las que la poeta estructura su libro. En este largo poema, en el que la autora deja al margen la prosa, descubre los ámbitos metafóricos y sensoriales del mar en el recuerdo de la infancia, en el eterno retorno de nacer y morir: la nada de la que somos presa. En el mar están los arrecifes soñados, el ritmo sonoro de las olas. Pero el mar también tiene sus sombras, sus zarpazos. Un mar bravío que, a veces, se transforma en horror. Y el yo poético recuerda su infancia, sus seis años al final del verano en ese ambiente marino, en ese mar “que fue siempre”, antes de ser querida por su madre. Y al lado del mar, la casa repleta de risas filiales.

    En ese marco marino o en la casa que lo bordea, nacer sigue siendo un acto de amor. Ahora ese mar solo es recuerdo en el cielo de Madrid. Y la rueda no para de girar: nacer-morir. No se olvida la poeta de que en otros mares hay niños que sobreviven con agua y pan duro, en ciudades bombardeadas. Un homenaje al mar en un excelente poema, sin concesiones, con su hermosura y con los que esconde el mar de fondo de tantos países y ciudades. Finalmente una invocación a la Madre, porque ha nacido y también ella, la poeta, ha amado, ha parido y ha cicatrizado con el sol sus heridas.

   Un poema con el mar, mas también con eso que se ha llamado el lenguaje “criatural”, que logra extraer  de la poeta lo más libre, profundo y amoroso.

   “Tierra” es  la primera parte del poemario. Se ha dicho que la poesía tiene ojos como el pan. Por esos ojos, sale y entra lo más libre y profundo, el riesgo y lo arcano. Y si existe algo de arcano, son las palabras te la tierra. Esa tierra que también son nuestras ciudades, y contienen el lodo de las cicatrices. La tierra que horadó el abuelo en la infancia de la niña. El huerto que eclosiona lleno de frutas y de la acidez de los recuerdos. Un retrato de la tierra, sin apenas metáforas, sin oxímoros, pero en  el que brota el poema que abre sus alas. Y al final, un anuncio optimista: el yo poético encuentra el terreno apropiado donde construir su casa. Y entre los metales florecerá el limonero.

   La poesía indagatoria también cierne sus ojos en esa otredad que es el cielo. No el cielo transcendental, sino el cielo físico, azul, nublado. Veinte poemas que nos adentran en los que habita o depende del cielo: el agua, el aire, la arena, la luna, las nubes miradas desde abajo, buscando formas de animales. Y debajo de ese firmamento, el recuerdo del amor (“ponerlo en una vasija de barro cocida… y desmenuzar su carne”) para que resurja el poema. Palabras de cielo que se transmutan en palabras de amor en alumbre de vida.

“Palabras de fuego” es la penúltima parte de este poemario. El fuego devastador pero al mismo tiempo creativo: Escribes el poema y en su búsqueda el amor te da a conocer el fuego ( página 57). Por eso para la autora el fuego es el centro incandescente de todo poema. Y a continuación el otro poema largo de Palabra vegetal. Con la maternidad, una de las grandes constantes y pulsiones de este libro, haciendo acto de presencia. Un poema, en mi opinión autobiográfico: el cuerpo gestante, el fruto ya maduro, compartiendo espacio con otras madres en el hospital, el incendio de las cuchillas. Un conmovedor poema sobre el hecho de ser madre, posiblemente primeriza. Sobre el acto de parir con dolor: “coser la carne”, pero “ebrio de vida”. En definitiva el poema como cartografía del dolor y de la fruición.

   Ángela Álvarez indaga en varias realidades de nuestro mundo con tonalidad introspectiva, alejada del aforismo. Escribe sobre los que vive, sobre la existencia como vía de arraigo a la realidad. Poesía existencialista, pero buscando también la esencialidad de la palabra en su sugestión verbal, sin adornos excesivos, quizás algunas sinestesias.

   Poemas muy breves que desembocan en una lectura meditativa o intuitiva. Poesía de la experiencia, con una actitud a veces apelativa e indagatoria de la otredad, del yo y de sus experiencias, que interroga así mismo el vacío, la incógnita, la perplejidad de la vida. Pero no poesía seca, descarnada. Poesía finalmente que es preciso degustar con tiempo y en el reposo, con la esperanza del goce  estético y conceptual.



Francisco Martínez Bouzas






Ángela Álvarez Sáez


Selección de poemas



“Miro las manos del abuelo horadando la tierra. Mis pasos de niña bajan las escaleras que separan la casa del huerto. Las manzanas están recogidas en cestas. Mis pies saltan a una losa y grito tu nombre. El sol alto en junio cae sobre los limones, mientras el poema eclosiona en la acidez del recuerdo.”



…..



“Nuestro amor ha crecido al sol como las semillas de los pastos. Pasan los aniversarios, extendiendo ramas hasta tocarnos los ojos. La vida ante el azadón que no respeta lo más tiernos. Nuestro amor tiene algo de muerte. Nace para hacernos visibles.”



…..



“En el cielo se forman se semillas de poemas que nacen dentro de cáscaras de lluvia. Caen estériles sobre la tierra. Algún cuerpo las acoge y de sus ojos nacen los acordes más bellos. Todo lo que mira se convierte en música.”



…..



Palabras de fuego (fragmento)



(…) “Eras pájaro. Estabas suspendida en luz.

La quietud y el silencio de la nieve.

Luego todo ardió y con el fuego vino

el poema.

y las madres en los hospitales

y los hijos al borde de las madres

y tu, mi niña, con cenizas

detrás de los ojos. Ojos sobre ojos.

Cenizas sobre vientres. Mamá. ¿Quieres a mamá)

Tienes miedo de los monstruos y de las escaleras.

Mamá.”



(Ángela Álvares Sáez, Palabra vegetal, paginas 24,42, 50, 60)

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