sábado, 22 de junio de 2019

"MI PADRE SE LLAMABA ABEL"


Mi padre

Eduardo Moga

Ediciones Trea, Gijón, 2019, 114 páginas.



     


   No son muchos los libros que he leído de Eduardo Moga     (Barcelona, 1962). Y sin embargo es uno de los poetas más prolíficos y originales de la literatura en español. Premio Adunáis por La luz oída (1996). Es así mismo traductor tanto del catalán como de otros sistemas literarios, del inglés especialmente. Autor además de viajes y ensayos y crítico literario. Mantiene el blog Corónicas de Espania.

   Este  año nos ha sorprendido con un breve libro, con lo que él mismo considera que podría denominarse “literatura filial”. Y el resultado es Mi padre, un poemario o una colección de textos, ya que él mismo no está convencido que lo que acaba de publicar sea una colección de poemas. Un ajuste de cuentas con la figura paterna en el que no obvia la biografía, pero en menos medida de los que ocurre en otras obras.

   El día 8 de mayo, Eduardo Moga publicó en su blog una entrada precisamente con el título del libro, Mi padre. Por mucho que se  diga que ningún escritor es un crítico imparcial de sí mismo, Eduardo Moga escribe una buena introducción a su libro y a la llamada literatura filial: la de aquellos escritores que hacen un retrato de sus padres en la España de los sesenta y setenta. Además de los autores y obras que Eduardo Moga cita, la gran obra referencial es Carta al padre que  Franz Kafka escribió a su padre Hermann en noviembre de 1919, básicamente una crítica aguda por la conducta abusiva e hipócrita del progenitor hacia el hijo. Un texto que se supone íntimo y que, sin embargo, fue escrito con los elementos literarios propios de la narrativa kafkiana.

   También con los elementos de su propia literatura (por más que el autor insista en que Mi padre se aleja radicalmente de todo, pero cada, cada texto o poema es una lectura deleitosa en grado sumo para el lector) describe Eduardo Moga la visión intimista del padre, pero no motivado por la furia y el despecho, sino por la ironía y el humor, y con una absoluta desnudez de palabras.

   Mas caben muchos interrogantes; por ejemplo cuáles son los límites de la poesía en la literatura filial, en la relación padre-hijo. El hijo no olvida el pudor al hablar de su padre, aunque sí le da cabida a ciertas veladuras, disfraces, que tienen la pretensión de ser fidedignos. Y en esto Eduardo Moga no engaña a nadie. Sus textos-poemas están en consonancia con lo que fue su padre: un hombre modesto, hijo de una época “bélica y sorda” pero también esperanzada, gran lector, machista, desclasado, identificado con los valores de los que le explotaban. Y su decisión más inteligente: solamente tuvo un hijo porque no se podía arriesgar a tener más.

   Todo esto lo expresa Eduardo Moga en una amplia colectánea de textos-poemas en prosa que van componiendo el retrato del mosaico de los que fue la figura paterna. Todo arranca con dos citas. Una de Kafka sobre el miedo al padre, y otra de Carta al padre de Jesús Aguado. Las dos marcan la senda por dónde van los textos-poemas de Eduardo Moga: “Una vez me perdí en el bosque- escribe Jesús Aguado-. Mi padre en vez de salir a buscarme, se tendió debajo de un árbol. Sus ronquidos me orientaron”. Otra cita de Jaime Sabine pone en duda de que lo que sigue sean poemas. Poemas que están a una distancia sideral de la biografía, pero no de la descripción física y de ciertas anécdotas: “Mi padre tenía el pelo blanco. Yo también tengo el pelo blanco. El pelo encanece por oxidación” (página 11). Las canas del padre quedaron prendidas en la cretona que cubría el sofá  del comedor. Por eso olía a él. La úlcera del estómago que el padre combina con vino y embutidos.   Pero suelen ser aspectos marginales de la vida cotidiana de una época en la que todavía seguíamos sumidos en la miseria.

   La ironía, el desparpajo, la ocurrencia a veces graciosa, a veces truculenta o casi tremebunda son la tonalidad que está presente en estos textos. Viñetas, como han sido descritos: “Mi padre iba en calzoncillos por la casa. Tenía unos testículos enormes. Pero nunca le vi el pene” (página 22). El padre que va a robar fruta a las huertas de Montjuïc; la paliza que el padre le da al hijo con el cinturón; su gusto por la música clásica y el jazz. Todo en textos-versos de apenas media línea: “Mi padre fuma Bisonte” (página 43); “Mi padre tiraba pedos en casa” (página 105); o el texto poema que clausura este libro: “Mi padre se llamaba Abel”.

   Textos escuetos, casi desnudos, anecdóticos, ironía, algunos momentos de intimidad familiar, a veces descarnada.

Lo más relevante desde el punto de vista formal es, como se ha escrito, una amplia relación de aspectos poco menos que expresionistas, con un estilo marcado por una sintaxis sencilla, un léxico directo, sin eufemismo, trazos ligerísimos, ausencia de reflexiones.

   
                                          
 
Eduardo Moga



   A pesar de ello, el que lea este libro, inserta de inmediato en su mente el retrato de un personaje, padre de un hijo que escribe lo que recuerda. Y en este libro hay forma. Sin forma no hay poesía, decía Pedro Salinas. Una forma que acrecienta el valor de Mi padre, porque, por debajo de los anecdótico, del trazo brutal, de la ironía sin fronteras, se agazapa lo lírico; es decir un profundo sentimiento hacia la figura paterna, vulgar y rectilínea quizás, con la que el hijo culto, universitario, hijo de la democracia no comparte nada, salvo aquello que es irrenunciable, a pesar de las distancias generacionales: el afecto mamado y jamás olvidado. Este libro de Eduardo Moga, tan distinto de los suyos, es una prueba.



Francisco Martínez Bouzas

No hay comentarios:

Publicar un comentario