martes, 18 de diciembre de 2018

RECIENTE NARRATIVA EGIPCIA ESCRITA POR MUJERES


   Se ha escrito que Egipto es una sociedad-cebolla, protegida por múltiples capas: el Mediterráneo, el Nilo, el desierto, África, el árabe, el Islán, los coptos, los heterodoxos cristianos y musulmanes, la pobreza, el analfabetismo. Grandes escritores, el orgullo de una de las grandes civilizaciones desaparecidas. Entre todas estas constricciones o estímulos, se ha desarrollado la moderna y actual literatura egipcia, sobre todo a inicios del siglo XX cuando el mundo árabe experimentó la Al-Nahada, un movimiento renacentista que afectó a todos los aspectos de la vida, la literatura incluida.

   Las figuras literarias más representativas y conocidas de este periodo son sin duda Naguib Mahfuz (1911-2006), el primer escritor árabe que ganó el Premio Nobel de Literatura; Hussein Haykal (1888- 1956), autor de la novela Zaynab, considerada la primera novela moderna e islámica egipcia; Alaa Al Aswany (1957-1976), autor de El edificio Yacoblán; Khaled Al Khamissi (1962), autor de Taxi, una colactánea de cincuenta y ocho relatos breves, fruto de la experiencia del autor en sus viajes por el Cairo;  la escritora Nawal Al Saadawi (1931, autora de Mujeres y Sexo en que  denunció la mutilación femenina, Bahaa Taher (1935)… Escritores egipcios que han marcado la literatura contemporánea del Medio Oriente, con sus historias de vida que podrían superar sus mismas ficciones.

   Pero, como en todas las literaturas, en Egipto también existe una generación joven que escribe, superando trabas y tabúes, que se interroga desde la historia socio-política del país y que  pretende reflejar en sus obras el mundo y la sociedad que la rodea, dejando un poco al margen mitos o costumbres. Durante muchos años la narrativa egipcia ignoró la novela policial, las novelas de ciencia ficción o de terror. Los escritores y escritoras actuales, sin embargo, abordan estos temas sin complejos. En este proceso han tenido no poca importancia -y no solo en Egipto- varios jóvenes escritores y escritoras, sobre todo urbanos que combaten las trabas en las que se encuentran sometidas  las actuales mujeres árabes debido a la regresión de la sociedad hacia valores religiosos y tradiciones, mucho más conservadoras que hace varias décadas. En los años 60 y 70, las mujeres iban por la calle en minifalda, sin velo con absoluta normalidad. Hacerlo en la actualidad sería considerado una provocación social.

   En mi panorama de la actual narrativa egipcia escrita por mujeres, me fijaré en la obra de dos jóvenes escritoras, en mi opinión paradigmáticas aunque de distinto estilo y temáticas muy diferentes: Mansoura ez Eldin (Masura Eseddin como se la conoce en Europa), y Amera Badawy.



Mansoura ez Eldín:

 

   Nació en el año 1976 en una pequeña aldea del Delta del Nilo. Es una escritora con una amplia obra traducida al francés, inglés, alemán e italiano. No así al español. Debutó en el año 2001 con Shaken Light (Luz vibrante), una colección de cuentos. Pero su obra narrativa más representativa se inicia en el año 2004 con Maryam’s Maze (El laberinto de Maryam). En 2009 publica Beyond  Paradise (Detrás del Paraiso). The Path to Madness, una colección de cuentos aparece en el año 2013. Y Emerald Moutain en 2014. En el año 2009 fue seleccionada para la Beirut 39, como una de las treinta y nueve autoras y autores árabes menores de 39 años. Y su novela  Detrás del Paraíso fue finalista en la tercera edición del International Prize for Arabic Fiction, versión árabe del Premio Booker.

   La narrativa de Mansoura ez Eldin es una equilibrada amalgama de realidad y ficción. Escribe sobre la realidad fusionándola con la fantasía, la ciencia ficción, el terror… No rehúye el tratamiento literario de temas violentos o catastróficos, ya que se propone reflejar la realidad tal cual es, dando a conocer sus lados más oscuros y marginales. Su novela El laberinto de Maryam es claramente una pieza de terror y de pesadillas, en la que tienen cabida los fermentos de lo que fue y de lo que es la cultura egipcia: mezcla de religiones, de costumbres y creencias populares enraizadas en supersticiones. Pero su mundo fantástico corre siempre paralelo con el mundo real. Algo semejante ocurre con Detrás del Paraíso. Muestra la historia de la protagonista, Salma ante el descubrimiento de su propio cuerpo, su familia, su pueblo en el Delta del Nilo, a la vez que refleja los cambios experimentados por este en las últimas décadas, tras la instalación de una fábrica de ladrillos.

   En la lucha de la mujer árabe por obtener la libertad, por la equiparación en derechos con el hombre, por cambiar las normas y tabúes sociales, la figura de Mansoura ez Eldin es sin duda un gran peón, y su obra literaria, un fermento importante para que las mujeres árabes dejen de ser las víctimas no solo del patriarcado, sino también de sus madres y abuelas.

A continuación reproduzco algunos fragmentos  del primer capítulo de La Montaña Esmeralda, traducido del árabe por Eva Chaves Hernández, seguramente el único texto que podemos leer en español de la escritora.



Mansoura ez Eldin


“El polvo del camino”



“Me llamo Bustán.

Quienes me conocen bien, y son pocos, me llaman “La sacerdotisa de blanco y negro”. Los demás piensan que soy una excéntrica. Si un escritor tuviera que describirme lo haría con los atributos de una ninfa o de una mujer con el pelo color carbón y ropa negra. Me describiría limitándose a  lo que alcanzan a ver los ojos, sin poder llegar a vislumbrar lo que estalla en mi interior.

Nadie podrá comprender lo que oculto ni lo que soy capaz de hacer. Tampoco se sabrá nada sobre los misterios de hechos que tuvieron lugar hace siglos y a los que consagré mi vida. Por eso, solo yo puedo ser la escritora, o mejor, la narradora a la que se le ha encomendado llenar los agujeros de la historia y encajar todas las piezas. Una historia de la que no soy protagonista pero que no existiría sin mí.

En el año once del tercer milenio, desde mi casa con vistas al Nilo del barrio cairota de Zamalek me sumerjo sin cansancio en mis escritos, un mundo antiguo que se va desmoronando por fuera. No puedo desquitarme de las infinitas palabras que han sido transformadas, que se me escurren entre los dedos como nubes de verano cruzando el cielo. Pasa por mi mente una escena tras otra de épocas diferentes. Consigo alcanzar algunas; otras, se me escapan.

Me veo de niña, en los años sesenta del siglo XX, en lo alto del monte Daylam. Correteo detrás de mi padre en su paseo matutino mientras recita versos de Al Rumi, Al Attar o Hafiz.  Me adelanta unos metros y al darse cuenta de mi tardanza, me espera con paciencia. Recuerdo el vaho humeando en su boca. Cuando le alcanzo me sienta encima de una piedra  y así descansamos un poquito. (…)

Acordándome ahora, sentada en esta casa de El Cairo, me viene a la memoria el aroma del monte Alamut y de su vegetación. Casi puedo divisar las faldas de la montaña cubiertas de verde, las cimas coronadas por la nieve y la amplia llanura que abraza los pueblos a los pies del monte.

Aquel lejano día mi padre me indicó dónde estaban las ruinas del castillo de Alamut. Recuerdo que todas sus facciones se sumergieron en una tristeza cuyos motivos yo desconocía, tanto que se quedó parado, erguido, estirando el cuerpo al máximo mientras contemplaba el lugar y lo señalaba. Mis ojos en vez de mirar hacia allí, se quedaron clavados en aquel rostro amable de barba rala y pelo gris. Bajando a la llanura, de vez en cuando echaba la vista atrás, hacia unas ruinas sobre las que hasta entonces yo no sabía nada. Dos días después me sentó a su lado bajo la sombra del castaño y me habló sobre Hassan Al Sabbah y la secta de los hashashin. “Lo único que sobrevive son los relatos. La memoria se acaba cuando muere su dueño y solo tenemos las historias como si fueran una memoria heredada”, me dijo.”(…)

“Se preguntarán sobre qué historia hablo. Conocemos muchos relatos añadidos a Las mil y una noches pero no hemos escuchado ninguno que le falte. No se trata además  de un simple libro. Es un texto sin fin que ni siquiera cambia con lo que se le añade o suprime.

Esta historia que descifro será entretenimiento de quien me lea. Pero primero, permitidme añadir a un margen el relato de mi vida y disculpadme si aún no tenéis claras las referencias. Debéis saber que son difíciles los asuntos que van de una época a otra, las historias y la reconciliación de un remoto pasado con el presente en que vivimos. Debéis saber también que la paciencia, según dicen, es un pescador. Que sea vuestra amiga como lo ha sido y sigue siéndolo para mí, única aliada en mi accidentado camino. La misma paciencia que me acompañó hace pocos años hacia aquella casa del campo, lejos de la civilización. Recuerdo que entonces me envolvía una inusual timidez que me salía del alma llevándome detrás de lo que los demás veían como un espejismo.”



Amera Badawy:

Amera Badawy


   Amera Badawy es una escritora muy joven que ha sufrido en su propia persona la imposición de las estrictas normas y costumbres tradicionales que pretenden definir los destinos de la mujer y que todavía están vigentes en la actual sociedad egipcia en nuestros días. Su  voluntad y su tesón, sin embargo, superaron las ataduras familiares, y hoy es un ejemplo de la mujer árabe que lucha por contraer matrimonio con la persona amada. Nacida en 1991 en  Ashmun -un nombre faraónico que significa el país de la luna- un distrito ubicado en la zona sur del Delta a poca distancia del norte de El Cairo. Venciendo resistencias, estudio inglés en la Universidad de El Cairo y fue con fundadora y forma parte del Grupo Almotahida Education.

   Su narrativa refleja las costumbres de las aldeas egipcias y se basa igualmente en las creencias en espíritus dañinos que pueden habitar en los cuerpos humanos.

   Ha escrito relatos breves como Six Qiblahs for Pray. El qiblah es la dirección hacia debe orientarse el fiel musulmán cuando reza sus cinco oraciones diarias: en dirección a la Kaaba en la Mecca. En las mezquitas el qiblah suele estar indicado por el mihrab, una posición u hornacina en el interior de las mismas. La dirección de la oración islámica ritual (salat) es una de las condiciones indispensables para el rezo y para la persona que reza: mirar físicamente hacia el qiblah del corazón que es la casa de Dios y el corazón del creyente.

   En sus relatos Amera Badawy  cuestiona la existencia de un único centro o qiblah hacia el que dirigir las oraciones rituales. ¿Significa esto un rechazo del centro de la autoridad religiosa o simplemente de la común interpretación del Islan?  Hay sin duda en sus relatos una crítica de las creencias religiosas sobre la verdad de la conexión entre Dios y los hombres, que aparece en la historia de Khider, un profeta olvidado.

   Otro de sus relatos reproduce el cuento del gallo. La heroína protagonista roba el gallo sagrado en la aldea. La oscuridad anega el pueblo y la gente piensa que lo del gallo es una mentira, igual que la de la serpiente gigante, que en la cultura islámica sale da las tumbas y destruye las aldeas.

   ¿Cuál es el significado de la muerte? Lo tematiza la autora en el relato del derviche. Vemos al ángel de la muerte en la imagen del derviche golpeando las casas y las personas para tomar té, burlándose de la vida humana. Historias, muchas de ellas crueles sobre todo para la mentalidad de los árabes musulmanes creyentes.

   Otros de sus relatos abordan el significado del tiempo, en especial en el de la historia de la comadreja que se apropia de las características de la bella heroína a la que convierte en una anciana, mientras las mujeres de la casa intentan expulsar a ese espíritu maligno, capaz de destruir la vida de las personas.

   En resumen, la narrativa de Amera Badawy, aunque de cariz mítico religioso, es un grito, pronunciado en un tono sosegado a favor de la libertad. Una crítica contra el patrimonio religioso, contra los mitos que controlan la mente de las personas y que abruman de forma muy especial a las mujeres. Esto, junto con el lenguaje sumamente poético y la estructura escritural que rompe las expectativas lectoras, es lo que distingue esta colección de relatos de Amera Badawy.

   Reproduzco a continuación un fragmento de uno de sus relatos, “Ritos de paso” en la traducción de Rita Tapia Oregui.

Francisco Martínez Bouzas



"Ritos de paso"



“A la muerte de su hija, dejó de poder quedarse embarazada. Su marido tampoco se dejaba ver mucho por casa. Fue él quien, al echarse a sus brazos cuando ocurrió, asía la muñeca de su hija con fuerza, la misma a la que ella necesita poder acariciar el pelo todas las noches antes de acostarse para poder conciliar el sueño. Se acuerda de cuando, al levantarse, su alma seguía en el suelo. Su marido se agachó a recoger la serpiente muerta que le había lanzado su suegra porque estaba convencida de que su nuera estaba poseída por un espíritu de melancolía, al que había que pegar un susto para que abandonara su cuerpo y ella pudiera volver a quedar encinta. Hacía ya tiempo que se le había vencido el plazo que se les concede a las mujeres para estar en barbecho. También recuerda la última vez que la estrechó; ella ya no respondía. Le besó la frente; le llegó su olor. Le pellizcó la barbilla; tenía la piel seca. Le enjugó las lágrimas que le rodaban por las mejillas; sus ojos ya no se cerraban. Momentos más tarde, se hallaba pataleando en el suelo y suplicando a su suegra entre sollozos que no se la llevara. Era su niña. No logró, no obstante, que esta se apiadara de ella. “Ya no hay nada que puedas hacer. Ahora toca bañarla y preparar el cuerpo para el entierro”, alegó.

-Ale, vamos al cementerio a que se te quite lo que se te ha metido dentro para que me puedas dar otra nieta, que llevas ya varios meses sin conseguir quedarte preñada.

El exorcismo había comenzado hacía ya unas semanas. Primero, lo de la serpiente, después la obligaron a matar un perro callejero en un barrio desértico y a saltarlo por encima, y hoy tocaba una visita al cementerio. Debía exhumar el cuerpo de su hija. Sólo así podría espantar al alma en pena que la habitaba. Accedió porque sabía que Dios no sometería al cuerpecito de su hija al proceso de descomposición que sufren el resto de los embalajes que dejamos en este mundo. Había fallecido antes de que le diera tiempo a cometer pecado alguno en una clínica medio en ruinas.

Llegado el momento, se pusieron en camino, campo a través. Los espantapájaros graznaban, la comparsa femenina que la acompañaba la hacía sentirse asediada por una bandada de cuervos con buenas intenciones, el sol pegaba de lo lindo y había unas mariposas que revoloteaban entre las cañas que flanquean el canal. Llegaron al cementerio y allí, entronizado sobre una higuera gigantesca, como presidiendo la sesión, se encontró al jefe de los cuervos. Unos cabritos negros hacían cabriolas sobre las tumbas. En un aparte, se erguían los mausoleos de los padres del Islam, quienes merecían todo el respeto en su mundo.

De pronto, se le comenzó a acelerar el pulso; le faltaba el aire. No obstante, mantuvo la compostura, que la tenía muy ejercitada últimamente. Fue sorteando las tumbas hasta que una de las mujeres de su comitiva le señaló la de su hija. Se sentó a su vera y se puso manos a la obra. No había de temer la oscuridad frente a sí, sólo la que la acechaba por detrás. Aún así, no lograba librarse del malestar que la invadía. Asió la pala que le alcanzaron con fuerza y comenzó a desenterrar a su hija con frenesí. Por un instante, creyó oír su voz, llamándola desde las profundidades. Finalmente, dio con su cuerpo, que aún se hallaba envuelto en la sábana en la que la habían dado sepultura, aunque el estado que presentaba la misma no fuera el de antaño. No quedaba ni rastro del olor de su hija en el tufo a podrido que desprendía. Le acarició la barbilla y le enjugó el recuerdo de sus últimas lágrimas. Seguidamente, se desmoronó. Alzó la voz al cobarde que se amparaba en las alturas, berreando:

-¿Dónde está el mesías ese que nos has prometido? ¿Dónde está la vara de Moisés cuando la necesitas para que obre milagros? ¿Dónde la magnanimidad de los venerables antepasados? ¿Por qué me la has arrebatado?

Los cuervos se sumaron a su graznar, hasta que el clamor se volvió insoportable. Gritaba intentando cancelar el ruido exterior. Entonces, las mujeres que la habían escoltado hasta allí se le acercaron, la rodearon, la aplaudieron y la felicitaron. De pronto, oyó la voz de su marido llamándola de lejos.

-Somayah, larguémonos de aquí.

La abrazó, con toda aquella gente mirando. Le había traído la muñeca de su hija. Ella se la llevó a la nariz y una extraña sensación de paz la embargó. Aún conservaba su olor.”

jueves, 13 de diciembre de 2018

NOAH BARLEYWATER TIENE OCHO AÑOS


En el corazón del bosque
John Boyne
Traducción de Patricia Antón de Vez
Ediciones Salamandra, Barcelona, 224 páginas.

    

   John Boyne (Dublín, 1971) es el autor de algunos de los éxitos editoriales  de los últimos años, como El niño de pijama con rayas o Motín en la Bounty o En el corazón del bosque (Noah Barleywater Runs Away) que se ha convertido así mismo en un libro multitudinario tanto entre el público juvenil como entre los adultos.
   Noah Barleywater tiene ocho años y sale de casa bien temprano por la mañana, antes de la salida del sol, antes incluso de que hayan despertado los perros. Se marcha de casa porque ya tiene ocho años y piensa que hasta el momento nada había hecho en la vida. Sus logros se reducen a la lectura de catorce libros, ganar una medalla de bronce en una carrera, saber que Lisboa es la capital de Portugal, ser el séptimo más listo de su clase y un verdadero fenómeno en ortografía. Nada comparable con las hazañas de Charlie Charlton, el niño al que habían elegido para entregarle un ramo de flores a la reina. Pero Noah está convencido de que con ocho años está preparado para vivir una aventura inolvidable y piensa que escapar de casa resulta mucho más sencillo que seguir viviendo en la rutina de siempre.
   Al salir de su villa, de repente el mundo se convierte en algo muy singular: todo cobra vida y nada es lo que parece. Árboles que parecen moverse, manzanas que en las ramas tiemblan de miedo, corchos que hablan, perros salchichas parlantes, burros hambrientos que  se mueren de ganas por los dulces. Hasta que entra en una tienda de juguetes, distinta de todas las que había conocido en su vida: no hay nada de plástico, todos los juguetes son de madera y hay muchos monigotes. El dueño de la tienda es un extraño viejo y Noah intercambia con él largos párrafos y sus experiencias vitales.
   En la relación de Noah con este anciano entrañable, que desborda sabiduría acerca del mundo, reside la esencia y el núcleo central de la historia. Diez años más tarde, Noah que había aceptado el consejo del anciano de volver junto a su madre, recibe como herencia del mismo la tienda de juguetes, con la condición de reabrirla y continuar vendiendo únicamente los juguetes y los monigotes hechos de madera. Todo de madera, hecho con formón y garlopa. Será en este desenlace cuando el lector llegue a conocer las verdaderas razones que empujaron a Noah a fugarse de casa. Y podrá descubrir además alguna otra sorpresa.
    
                                              
John Boyne

   En el corazón del bosque es un libro en el que conviven intensidad, agilidad y ligereza. Anclado entre la dulzura y la tristeza de la historia de Noah y el mundo mágico de las hadas, nos enseña a rechazar el miedo de ciertas palabras, que existe un gran número de cosas que nos pueden parecer poco interesantes, pero solamente porque no las miramos y no las percibimos como se deberían ver. Nos enseña además que, cuando entramos en la vida de alguien, debemos hacerlo con la máxima atención y responsabilidad. También nos habla este libro, a niños y  a adultos, de la muerte, del luto, de la enfermedad y de cómo afrontar la pérdida de los seres queridos. De nostalgia y del coraje de vivir, de la inutilidad de la huida de las responsabilidades de la existencia porque, si es dura y difícil es preferible pasarla al lado de las personas a las que amamos. Mensajes que brotan de las experiencias vitales de Noah, el niño de ocho años que será feliz el resto de su vida trabajando la madera con formón y garlopa.

Francisco Martínez Bouzas

miércoles, 5 de diciembre de 2018

JOSEF MENGELE: LA PROPAGACIÓN DEL MAL


La desaparición de Josef Mengele
Olivier Guez
Traducción de Javier Albiñana
Tusquets Editores, Barcelona, 2018, 249 páginas.

   

  Josef Mengele fue uno de los numerosos médicos que realizaron su macabro trabajo en el campo nazi de exterminio de Auschwitz. La cooperación de miles de médicos fue imprescindible para que se pudiera llevar a cabo el mayor crimen de la historia. Ellos eran los que realizaban la selección de los judíos deportados y, como dioses impasibles, decidían en pocos segundos quienes debían ser exterminados o quienes eran aptos para el trabajo o sus espeluznantes experimentos. Entre todos ellos uno, Josef Mengele, El Ángel de la Muerte, fue y sigue siendo el símbolo personificado del mal absoluto. Mengele, además de decidir quien vivía y quien moría, fue el médico que llevó a cabo los experimentos más reprobables entre los presos, cobayas humanas. Sadismo sin límites basado en las doctrinas raciales nazis: experimentos con gemelos, pruebas destinadas a la esterilización. El escritor y periodista Olivier Guez, que ya había investigado sobre los  criminales de guerra nazis en la preparación del guión de la película El caso Fritz Bauer, en un libro galardonado con el Premio Renaudot 2017, pretende responder a la pregunta de cómo pudo escapar a la acción de la justicia durante treinta años y morir ahogado a los 67 años en Brasil uno de los mayores criminales de todos los tiempos.
   Un libro en el que se fusionan datos reales con ciertas dosis de ficción, y que se adentra y escudriña en la vida secreta del médico nazi en Latinoamérica, y en las circunstancias que garantizaron la impunidad de cientos de criminales nazis en la segunda mitad del pasado siglo. Pero a la vez desmitifica a este hombre cínico y vanidoso, y muestra qué clase de persona era, ajeno a la empatía, a la piedad; como un dios impasible en la rampa de selección de Auschwitz, enviaba a vagones enteros de deportados a las cámaras de gas o cometía atrocidades experimentando con aquellos a los que su bastón colocaba a la derecha.
   La novela, estructurada en tres partes, tiene su íncipit con la llegada de Mengele, bajo el falso nombre de Helmut Gregor, a Buenos Aires. Una maleta pequeña con jeringuillas hipodérmicas, cuadernos de anotaciones, dibujos anatómicos, muestras de sangre… le pueden comprometer en la aduana. Pero alcanza el santuario argentino con la ayuda de la red Bolivar de la Abwehr, los servicios de inteligencia nazis. Recuerda con nostalgia otro escenario muy distinto donde pasó los mejores años de su vida como ingeniero de la raza. Como infatigable dandi caníbal sellando la suerte de sus víctimas; a su disposición un zoo de niños cobayas. Guardián de la pureza de la raza y alquimista del hombre nuevo, así se siente él.
   En Argentina Perón piensa el mundo: el peronismo suplirá la explotación y la esclavitud a las que el capitalismo y el comunismo somete al hombre. Y para ello precisa peones adiestrados. Le concede asilo a la escoria nazi reenviada por Suiza, Italia y la España franquista.
   El libro sigue los pasos de Josef Mengele, siempre enfrentado con el miedo, desde su inicial empleo como carpintero, representante de de la empresa familiar en el país austral, el enjuague ocasional, muy idóneo para un médico con su experiencia, de ayudar a las jóvenes burguesas a liberarse de las consecuencias y rastros de sus pecados. Y junto con los nazis de Buenos Aires, escruta el futuro: reconquistar Alemania que está optando por la amnesia general con relación a los sicarios del nazismo.
   Se casa de nuevo con Martha, la viuda de su hermano. Lo posee todo: libertad, dinero, éxito, una mujer elegante. Y nadie le ha detenido. Con las declaraciones de Eichmann que se ufana de haber eliminado a seis millones de judíos a la vez que le lamenta de no haber podido completar su misión, los partidarios latinoamericanos del nazismo descubren la verdad. Mengele, más precavido que Eichmann revela sin embargo su verdadera identidad. Denunciado y con una orden de extradición, se refugia en Paraguay, a la vez que echa pestes por haber perdido su nido argentino Y comienzan a aterrorizarle los pensamientos lúgubres. Tras el secuestro de Eichmann entra en pánico y huye a Brasil donde comienza de verdad su descenso a los infiernos: su languidez en el calabozo a cielo abierto de una granja, atenazado por la angustia y el miedo.
    Mengele nunca fue atrapado ni juzgado, pero en su decrepitud, recluido en una miserable chabola de una favela, se verá enfrentado a sus inconcebibles crímenes. El juez: su hijo Rolf. “Papá ¿qué hiciste en Auschwitz?” La sentencia del hijo es implacable: su padre es un criminal de guerra. Y Mengele muere en la inmensidad del océano, bajo el sol brasileño, sin haber tenido que enfrentarse a la justicia de los hombres ni a sus víctimas.
   Olivier Guez relata la historia de Josef Mengele en Latinoamérica y lo hace de forma novelesca, la única que le permitía acercarse a la macabra trayectoria del médico nazi que gozó de impunidad en Europa y en América por varias razones: la Guerra fría que paraliza la “desnazificación”, la amnesia absoluta que impera en Alemania durante los años siguientes a la Guerra, el silencio de los supervivientes cuya culpabilidad por haber sobrevivido les hace vivir sumidos en el mutismo, Israel, una nación que está comenzando a andar y carece de recursos para cazar a todos los nazis..
   El autor da cuenta de los males de Mengele, de sus abyectos crímenes y de su existencia atormentada en Latinoamérica , sin rabia ni amargura, con la sobriedad de un reportaje de investigación pincelado por la ficción. Un siniestro historial, una fuga sin descanso del dispensador de la muerte que con un movimiento de su bastón de mando decidía el destino de sus víctimas. El libro en más de una secuencia, y en especial en el desenlace, adopta la forma de thriller, de novela de suspense. La historia de Mengele, un hombre corriente y sin especiales cualidades, capaz, sin embargo, de hacer daños inconmensurables a centenares de seres humanos, es un aviso para nuestro tiempo: “Cada dos o tres generaciones, cuando se agota la memoria y desaparecen los últimos testigos de las masacres anteriores, la razón se eclipsa y otros hombres vuelven a propagar el mal.” (páginas 241-242).

Francisco Martínez Bouzas


Olivier Guez


Fragmentos

“Esa danza macabra de Auschwitz se vio forzado a ajercutarla un médico forense húngaro en el verano y el otoño de 1944. Miklos Nyiszli pertenecía a los Sonderkommandos, los muertos vivientes condenados a recoger los cabellos y arrancar el oro de los cadáveres gaseados antes de arrojarlos a los hornos. El judío Nyiszli fue el bisturí de Mengele. A sus órdenes serró bóvedas craneales, abrió tórax, cortó pericardios, y tras escapar milagrosamente del infierno, recogió lo inimaginable y terrible en un libro, “Fui asistente del doctor Mengele”, publicado en la inmediata posguerra en Hungría, y en Francia en 1961.
«Mengele es infatigable en el ejercicio de sus funciones. Pasa tanto horas enteras abismado en el trabajo como medio día de pie ante la rampa judía adonde llegan ya cuatro o cinco trenes diarios cargados de deportados de Hungría…Su brazo se alza invariablemente en la misma dirección: a la izquierda. Trenes enteros son enviados a las cámaras de gas y a las piras…La eliminación de cientos de judíos en las cámaras de gas es para él un deber patriótico.»”

…..

“Mengele  es el príncipe de las tinieblas europeas. El médico orgulloso ha diseccionado, torturado, quemado a niños. El hijo de buena familia ha enviado a cuatrocientos mil hombres a la cámara de gas silbando entre dientes. Durante mucho tiempo ha creído que había salido bien librado, él, «el engendro de lodo y de fuego» que se tomaba por un semidiós, él, que había pisoteado las leyes y los mandamientos e infligido sin compasión tanto sufrimiento y tanta tristeza a los hombres sus hermanos.
Europa, valle de lágrimas.
Europa, necrópolis de una civilización aniquilada por Mengele y sus esbirros de la Orden Negra de la calavera, punta envenenada de una flecha lanzada en 1914.”

…..

“Ese día Mengele está amargado. Se lamenta de su suerte, como siempre, sin remordimientos ni pesar, y descarga su hiel en sus cuadrúpedos y en los baobabs de la selva virgen, que murmura y canta pero no le escucha. Al llegar a un calvero, se sienta en un tronco, la cabeza entre las manos, y piensa en sus colegas de Auschwitz, los veinte médicos destinados al campo. Horst Schumannn esterilizaba a hombres y mujeres irradiándoles rayos X antes de castrar a los primeros y someter a una ovariotomía a las segundas. Carl Clauberg implantaba fetos de animales en el vientre de sus cobayas humanas y las esterilizaba inyectándoles sustancias a base de formol en el sistema genital. El farmacéutico Victor  Capesius birlaba las prótesis dentales aún sangrantes de los deportados asesinados para venderlas fuera del campo. Friedrich Entress inoculaba el tifus a los prisioneros y los eliminaba mediante  inyecciones intracardiacas de fenol. August Hirt inyectaba hormonas a los homosexuales y asesinaba para establecer una tipología del esqueleto judío. Y de todos los demás que cometían barbaridades en el campos (trescientos cincuenta profesores de universidad, biólogos, médicos) y habían participado en el programa T4 de eutanasia, ¿qué había sido de ellos?”

(Olivier Guez, La desaparición de Josef Mengele, páginas 122, 127, 163)