domingo, 11 de febrero de 2018

NO HOMO SAPIENS, HOMO LUBITZ



Homo Lubitz

Ricardo Menéndez Salmón

Editorial Seix Barral, Barcelona, 2018,  270 páginas.



    
   Dos acontecimientos de distinta naturaleza, según reconoce el escritor, se hallan en la fuente de inspiración de este libro. Un viaje de dos meses a China, en el que lo que allí vio Ricardo Menéndez Salmón, chinos incluidos, le pareció inescrutable. El otro, global: el accidente aéreo de Germanwing en los Alpes en el que el copiloto Andreas Lubitz estrelló voluntariamente su avión contra las montañas en 2015, con la muerte de ciento cincuenta personas. Precisamente el apellido de este suicida-asesino es el que aparece en el título de la novela. Son las dos circunstancias que le prestan al libro su clima y proyectan una historia que acontecerá diez años más tarde. Una novela exigente, perturbadora, una ácida reflexión sobre la condición humana, pero recordemos el lema del escritor asturiano: “Conmover, perturbar, incluso irritar. Un libro que no logre ninguna de estas tres cosas no me interesa.”

   Homo Lubitz  es una novela tan compleja como rica y profunda. Una historia en la que hay acciones, acontecimientos, pero sobre todo ideas. Novela que posiblemente merezca ser rotulada como novela filosófica, porque la filosofía ha coqueteado desde siempre con las fronteras de la ficción. Para no pocos escritores, la filosofía no deja de ser otra forma de ficción, aunque le otorga al lector otro tipo de claves para imaginar la realidad. Y no pocas obras de la gran literatura, sin excluir la lírica, están atravesadas por la filosofía. Mas ese género de la ficción literaria en el que la mayor parte de lo escrito está dedicado a la reflexión discursiva, suele ser extremadamente arriesgado. Una comprobación es este Homo Lubitz en el que un escritor tan bregado, dueño de un estilo brillante que llega incluso a arrebatar, graduado en filosofía, materia que enseñó hasta que decidió dedicarse exclusivamente a la escritura, deja confuso al lector que no acaba de comprender a qué vienen muchas de las secuencias de la novela.

   Quizás porque Menéndez Salmón construye, no un andamiaje narrativo para sostener un edificio novelesco, sino un edificio reflexivo en el que lo alegórico y lo críptico superan a lo narrativo. Y Homo Lubitz es claramente una alegoría, la alegoría del vacío y del absoluto control de la vida humana, incluida su vertiente política, por las grandes corporaciones.

   Mas no por lo hasta ahora dicho cabe pensar que Homo Lubitz carezca de argumento. Una distopía situada en un cercano futuro que el narrador relata ya como hechos acontecidos: año 2025, en Shanghái, una corporación multinacional, Arconte Limited firma un contrato con el gobierno chino para que los millones de chinos con intolerancia a la lactosa se sometan a un tratamiento farmacológico, un novedoso producto que les permitirá superar dicha intolerancia. El negocio es movido por el agente Richard O’Hara. La empresa gana quinientos millones de dólares y la recompensa para el creativo O’Hara es de cinco millones. Pero tendrá que asumir un nuevo reto. Acompañado por una mujer llamada Amanda, deberá hallar un paisaje representado en una antigua fotografía. Durante más de un año, recorren los cinco continentes en búsqueda de un espejismo. Un peregrinaje que desemboca en el vacío, la violencia, la culpa y la autodestrucción. O’Hara vive y experimenta en su carne la atmósfera del lujo deshumanizado de los hoteles asiáticos junto con el intérprete Zhao, la anciana Amanda y Control, un paradigma por excelencia del Gran Hermano.

   A través de esta trama y de sus ingredientes, y con un O’Hara obsesionado por los accidentes, especialmente por las catástrofes aéreas como la provocada por Andreas Lubitz, desarrolla Ricardo Menéndez Salmón una fábula que pretende profundizar en  algunos de los rasgos comportamentales del hombre actual, de los seres humanos que viven en un mundo que posibilita la existencia de un “homo Lubitz” que está suplantando al “homo sapiens”, y entre cuyos rasgos el escritor asturiano singulariza la anomia o sensación de angustia ante el vacío; la espectacularidad, es decir la idea de que todo puede ser transmitido, y cualquier gesto, por nimio que sea, tiene la capacidad de convertirse en espectáculo; un nihilismo vacío, alejado de la idea de rebeldía o transformación que se agota en el propio gesto.

   Un asesinato masivo como el de los Alpes es una muestra de ese vacío que rodea a muchos seres humanos de nuestros días. Todo carece de sentido, y, a la vez, existen personas que quieren singularizarse mediante lo espectacular con resonancias planetarias, aunque eso lleve consigo cientos de muertes. Andreas Lubitz, en el fondo, solamente era un síntoma de una enfermedad que se lleva gestando desde hace mucho tiempo en el mundo occidental.

   Otra de las líneas de fuerza más inquietantes de la novela se centra en los mecanismos del poder, un poder omnímodo, como el de Control que había levantado un inconmensurable órgano de poder al margen de parlamentos, gobiernos, capaz de redibujar desde la sombra las relaciones planetarias.

   En Homo Lubitz resuenan los ecos del cineasta David Cronenberg y de pensadores y escritores como J.G. Ballard, William Gibson y Don DeLillo. Todos ellos son testigos e un mundo que cambia a gran velocidad, como un laberinto sin centro. Y hace así mismo que su protagonista sea un amante del arte de Louise Burgeois, porque las piezas de esta pintora transparentaban, en su narrativa, historias de desamparo y de reconstrucción de lugares de refugio.

   Una novela que no admite lecturas planas como se ha dicho, mezcla de varios géneros: desde el relato de misterio hasta el thriller. Con una excelente captación  de la realidad china en las cien primeras páginas. Esa China, a la vez transparente e inescrutable. Con distintos ritmos narrativos: lento, intermezzo, moderato, presto, especialmente a partir del capítulo “Mister Cronenenberg dicta una lección”. Un estilo de prosa brillante y magnético con originales metáforas (“La noche era un bronce audaz”). Todo ello hace más soportable la lectura de un alegato con tintes morales que, a veces, se pierde en parajes ásperos y quebrados donde el lector acaba igualmente por extraviarse.








 
Ricardo Menéndez Salmón (Forogría de Susana Carro, EFE)

Fragmentos



“Dicho suceso, prosiguió O’Hara al comprender que el pájaro no regresaría, no había afectado más que a un centenar de personas, no había cambiado el statu quo de ningún Estado, no había bautizado una nueva era. Y sin embargo, aquel acontecimiento había abierto el más profundo  abismo al que el ser humano se había asomado en décadas. Porque aquel suceso había ratificado, de forma radical, tanto la existencia del mal como la evidencia de su implacable corolario: el carácter soberano, indomesticable de la libertad humana. En realidad, concluyó O’Hara eructando e staccato y arrojado piedrecitas hasta acertar en una roca en forma de yuquee que asomaba entre los juncos, no muy lejos donde la garza se había detenido a contemplarlos, ese suceso constituía la prueba definitiva contra cualquier tentación de una explicación coherente del mundo, contra cualquier noción de seguridad, contra cualquier atisbo de un relato de sentido.”



…..



“Fue entonces cuando mudó el nombre de Control, borrando las huellas que se había permitido en su anterior avatar, y con una astucia acumulada de siglos y un capital más que generoso levantó un órgano de poder al margen de parlamentos y corporaciones, en una oscuridad tanto más seductora en la medida en que huía de una definición precisa. Arconte Limited auspiciaba así a una élite capaz de redibujar desde la sombra las relaciones planetarias, una internacional del Talento enfocada a conectar entre sí los elementos rectores de la realidad para propulsar reformas de diverso orden, u simulacro de lector universal del inagotable texto en que el mundo se había convertido. Porque todo consistía en un asunto de narrativa, de perceptivas, de la hermenéutica adecuada a cuanto sucedía fuera. La clave era cómo decir el mundo.”



…..



“Allí estaba el aura del poder, la sustancia incolora, inodora, insípida pero tan preciada como el agua, aquel clima que había sentido el día que conoció al comodoro Li y que se le había reiterado, elevado a una potencia superior en su visita a Control. Políticos, sabios, artistas, los dueños del aura, vástagos de un país sin mapas, cuyos súbditos cambiaban a capricho de las mareas de la Historia, si es que la Historia consistía e algo más que en la abrumadora elasticidad del espíritu humano, en su capacidad irrevocable para crecer en Astarté y e Moloch, el cero y el infinito, las tablas de logaritmos y el círculo cuadrado.”



(Ricardo Menéndez Salmón, Homo Lubitz, paginas 72-73, 203, 183)

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