jueves, 9 de noviembre de 2017

PERDEDORES OPTIMISTAS


Esto no es América
Jordi Punti
Editorial Anagrama, Barcelona. 2017, 204 páginas.

   
   Con Això no és Amèrica (Empúries, Barcelona, 2017) regresa al subgénero del relato corto Jordi Puntí, ganador de varios premios literarios, con sus historias publicadas originalmente en distintos medios (revistas, diarios, libros colectivos y escritos por encargo). Anagrama y Empúries las reeditan en español y catalán tras su reescritura por parte del escritor para recuperar fragmentos recortados por exceso y cohesionarlos en forma de libro unitario y coherente. Jordi Puntí, un cuentista por naturaleza, nos ofrece nueve narraciones, escritas alguna de ellas hace diecisiete años, pero que siguen teniendo el mismo interés y vitalidad con las que nacieron en su día. En el título del libro, confiesa el autor, pretende que se transparente su curiosidad musical. Por eso se decantó por Esto no es América de David Bowie y Pat Metheny.
   La colectánea   echa a andar con “Verticales”, un relato que, por imposición del encargo, debía desarrollarse en Barcelona, entre las diez y las doce de la noche de un mes de junio, escrito en tercera persona y en tiempo presente. La prosa de Jordí Puntí se ajusta a esas exigencias y nos ofrece un periplo sentimental por las calles barcelonesas con el propósito de darle vida, a través de la reescritura de las letras de su nombre, a la mujer amada. El protagonista deambula por Barcelona, a la vez que recuerda la locura incondicional que le unía a Mai. También las mañanas de vómito seco y de resaca. La muerte de Mai le deja ko y se sumerge en un submundo nuevo y solitario. Con sus paseos, alguno de ellos calcado de Paul Auster (Trilogía de Nueva York), apuesta contra el aburrimiento. Un relato que bascula entre el sentimentalismo de los recuerdos y la argucia de recuperar, reescribiendo las letras de su nombre, a la persona amada.
   “Intermitente”, el segundo texto, vio la luz este mismo año. Es un relato sobre el arte de hacer autoestop. Arte y azar porque deja al autoestopista a merced de los demás. Protegido por su maletín negro, el protagonista hace autoestop sin ningún motivo, solamente porque le apetece. Con las mujeres que le paran -son pocas- es algo especial: el autoestopista hace de confidente, de consolador y alguna incluso le alegra el día. Un excelente relato con una mínima carga diegética. “Riñón” es un cuento escrito originalmente para promover la recogida de fondos para la regeneración y trasplante de órganos. Si bien en su desenlace, una inteligente mentira del protagonista le permite zafarse de tener que donar un riñón al hermano que de pronto reaparece para pedirle ese órgano, tras muchos años de desafecto y exilio familiar.
   “Premio de consolación” apareció en el año 2000 en una antología dedicada al cuento amoroso. El relato nos sumerge en las aspiraciones amorosas de Ibon, que pasea con su perro, un personaje “instalado en el frenesí disléxico de la rutina” (página 71), de la que solamente se evade fantaseando con Anna de la que le ha hablado otro paseador de perros. Su astucia le permite encontrarse con ella, y abrir resquicios cómplices hasta que la música de Edwyn Collins (Orange Juice) se convierte en el nexo con la que era la mujer de sus sueños.
   Un relato erótico, “La madre de mi mejor amigo” nos adentra en las fantasías de un adolescente salido con la contemplación de la madre de su mejor amigo. Pasan los años y una confesión del amigo lo retrotrae de nuevo a la adolescencia de los deseos, y con la madre de su mejor amigo se siente como un quinceañero al que aún le queda todo por aprender. Lo aprende con su objeto de deseo adolescente, a la vez que le es infiel a su mujer. “Siete días en el barco del amor”, un encargo del salón Náutico de Barcelona en el año 2006, es la recreación ficcional de la experiencia en un crucero por el Mediterráneo tras un desencuentro conyugal. El protagonista se sube al crucero con la intención de engañar a su mujer. Pero en los primeros días se siente instalado en la rutina de la decepción, únicamente dulcificada por la canción Deacon Blues de Steely Dam. En la resolución de la historia, resultará que la semana del amor en el Wonderful Sirena, lo fue de penitencia, mitigada solamente por la música que interpreta el crooner Sam Cortina que arrastra consigo una historia que Jordi Puntí incrusta hábilmente en este relato.
   “La materia” (del año 2007) es un relato intensamente turbador. Un vagabundo, quizás un escultor famoso desaparecido, asienta sus cartones  enfrente del piso de una pareja y se convierte en su elemento distorsionador. Le sigue la penúltima historia, “El milagro de los panes y los peces”, en mi opinión, uno de los mejores de la publicación, pese a su origen como folletín para un periódico barcelonés en el año 2016. Es la historia de un perdedor, y de otros muchos que contempla el protagonista, que se las arregla para desviar el curso de la suerte: Miquel Franquesa es una vida dedicada al juego, una existencia sometida a la adrenalina  de los arrebatos. Ludópata que huye a Las Vegas para desengancharse de la adicción (“Nada como una buena quemadura para mantenerse alejado del fuego para siempre”, página 156). Su experiencia en trabajos curiosos, amante de la mujer de un amigo para no blasfemar ante el dios de las casualidades. Una vida sexual acelerada y peligrosa. Ludópata de nuevo, como tantos espectros perdedores que vagan por Las Vegas siempre a la espera de una oportunidad que les pueda brindar unas horas extra de esperanza. Mas por ser un perdedor y un gafe, el casino lo contrata como cooler, alguien que enfría, que hace que se desvanezcan las mejores rachas de los clientes más afortunados. Finalmente, “La paciencia”, un juego literario en forma de encargo en el que el mismo Jordi Puntí aparece como personaje de su propio relato. Autoficción con ribetes de metaficción.
   Nueve historias tejidas con los hilos de la vida como suele hacer la buena literatura. Jordi Puntí posee la acuidad de transformar esas pequeñas historias, generalmente intranscendentes, en pequeñas joyas literarias. Más que máquina perfecta de crear historias, como se ha escrito, el escritor catalán es, en mi opinión, un maestro en el arte de contar, de crear la realidad de la palabra, como diría Roland Barthes, transformando lo minúsculo, historias cotidianas en prosas que atrapan, porque el autor eleva a categoría literaria las pequeñas andanzas de perdedores, sus altibajos o  su mínimos momentos de éxito. Y lo hace con extremada naturalidad, sin desfallecimientos, sabiendo desviarse de un punto narrativo hacia otros sin perder el tino, siendo capaz de retomar el hilo inicial. Historias en las que más que la acción interesan los personajes, en su mayoría tachaduras, seres sin importancia colectiva, personajes con una existencia previsible, calcárea, a los que solo el azar les ofrece la oportunidad de cambiar y renovarla (página 75). Y que, sin embargo quieren un nombre como dice la letra de Deacon Blues. Personajes rectilíneos, planos, que son lo que eran al inicio del relato, porque si aconteciera lo contrario dejarían de ser lo que son: perdedores optimistas.




                                                 
Jordi Puntí (Fotografía de Stefanie Kremser)


Fragmentos

“El mismo día que Gori recibió la tercera carta, al atardecer alguien llamó a la puerta de su casa. Cuando fue a abrir, se encontró frente a su sobrina.
-Hola, tío -le saludó-, ¿puedo pasar?
Era ella la que había llevado la carta en mano y era ella la que ahora le pedía que ayudara a su padre. Se sentía como el único vínculo familiar entre ambos y, lamentándolo mucho, tenía que intentarlo. Su padre estaba cada vez peor, no era broma, y necesitaba realmente un riñón. Que no tuviera en cuenta su arrogancia. Gori la escuchó sin interrumpirla una sola vez. Se sentía aliviado. Aquello hacía ya demasiado tiempo que duraba. Si al principio era divertido, ahora se había vuelto un incordio. Cuando la chica enmudeció, Gori le ofreció al fin la respuesta que llevaba saboreando desde el principio.
-Dile a tu padre que lo siento, pero no puedo darle un riñón porque solo me  queda uno -dijo-. A mí también me operaron hace año y medio. Debe de ser genético.”

…..

“Así pues, desde la barra, repaso los grupos que se reparten por el local. Ahora hay más puntos de luz que años atrás, pero es una luz postiza que presta a los clientes un aire como de figuras de cera. La música también ayuda: suenan canciones de Billy Joel, Eagles, Dire Straits. Bien mirado, sigo siendo el más joven de todos. Jubilados prostáticos, con un pañuelo de seda al cuello, se acercan a la barra para pedir cócteles de colores. Separadas de pelo quemado se pasean por el pub con gran desenvoltura, como si estuvieran en el comedor de casa, o se sientan en las sillas de bambú exhalando un perfume medio caro que el ambientador echará a perder. Hay mujeres que me miran como a un intruso, porque les molesta que rebaje la media de edad, pero otras -lo noto-, como ya están acostumbradas, calibran instintivamente las posibilidades reales y no me quitan los ojos de encima.”

…..

“Como otros que recorrían las aceras de la ciudad, me había sumado al ejército de espectros que vagaban perdidos a todas horas, siempre en busca del último dólar para jugar, siempre a la espera de una oportunidad que les brindara unas horas más de esperanza. Viajantes consumidos por las deudas; viudas varadas en ese bancal de arena y fantasía; jubilados y parados jóvenes sin oficio, perdedores de todas las etnias y colores que antaño habían perseguido un sueño y ahora ya solo buscaban un contacto con la realidad en forma de ruleta, naipe o jackpot. Los veía saliendo de las casas de empeño en chándal, flácidos como si fueran invertebrados, arrastrando los pies tras haber malvendido un reloj, un aparato para hacer pesas o un autógrafo plastificado de Cher que atesoraban desde hacía años…”


(Jordí Puntí, Esto no es América, páginas 64-65, 89, 176-177)

4 comentarios:

  1. Creo que sin leerlo, ya me ha atrapado. Conseguiré el libro, me encantó! gracias Francisco, por el arte que tienes al reseñar. Un abrazo.

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    1. Sí, Araceli. El libro de Jordi Puntí es una muestra paradigmática de cómo se debe escribir un relato. Con apenas una mínima trama, logra cautivarnos con una prosa excelente.

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  2. Me gustará leerlo. Prefiero los relatos cortos. A veces parecerían haber desaparecido bajo la montaña de novelas que nacen a diario.
    Me gusta eso de que los personajes sean los rezagados, los olvidados en la sociedad.
    Y me gusta mucho tu manera de contarnos de qué van los personajes: "...Historias en las que más que la acción interesan los personajes, en su mayoría tachaduras, seres sin importancia colectiva..." Cuando dices personajes de tachadura en su mayoría, como escritora les he podido dar vida casi mágicamente, a menudo cuando se escribe hay muchísimos personajes que dejamos afuera al releer y corregir, es decir, los volvemos a discriminar aún en la literatura.
    Muy interesante, como siempre tu reseña.
    Saludos desde Argentina.

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