viernes, 3 de noviembre de 2017

EL MÁGICO UNIVERSO INFANTIL DE LILUS KIKUS

Lilus Kikus
Elena Poniatowska
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 83 páginas
(Libros de fondo)

   
   Con Linus Kikus, un libro de cuentos, se inició en la literatura Elena Poniatowska (París, 1933). La capacidad fabuladora de esta mujer parece no tener fin. Helène Elizabeth Louise Amélie, Paula, Dolores Poniatowska Amor nació princesa, pero tras renunciar a títulos, nombres y apellidos, ha ejercido a lo largo de su vida como periodista y apasionada escritora de literatura testimonial del México del pasado siglo, dándoles voz a los sin voz, prestándoles sus palabras y sus fantásticas imposturas a muchas mujeres a las que admira o con las que se conduele. Mas, como digo, Elena Poniatowska se inicio en la escritura retratando el mágico universo infantil con este material de cuentos que es Linus Kikus  que comenzó a comercializarse en 1954 editado por Los Presentes y traducido a numerosas lenguas. Un trabajo que la creadora de La noche de Tlatelolco, Tinísima, Leonora o Dos veces única, su última novela, construyó recibiendo el aliento y la inspiración de su propia infancia.
   En los doce capítulos o secciones que componen este libro breve pero hermoso, se narran las vivencias que brotan en el interior o en el exterior de la niña Lilus Kikus, vivencias que le permiten ir descubriendo el mundo: lo más sencillo y las experiencias que, con frecuencia, da la impresión de que corren paralelas a sus sueños. Cada capítulo es en efecto una vivencia nueva para Lilus Kikus que va descubriendo la existencia, pero somos realmente los lectores que también la descubrimos a través de ella, captando lo que es tan obvio y que sin embargo nos cuesta percibir. Lo captamos con la lectura de Lilus Kikus a través del prisma de las experiencias de esta niña que nos obligan a contemplar lo más sencillo, lo que suele estar a nuestro lado pero que generalmente pasa inadvertido.
   Lilus, medio teatrera, exploradora, niña de arena, de yodo, de sol y viento, siempre soñadora, observa con los cinco sentidos los lugares en los que se encuentra, las actitudes de las personas y llega a  conclusiones que casan con  lo que entiende o se imagina. Pero Lilus también formula, con sus “inocentes” preguntas, críticas y soluciones a los problemas cotidianos que suceden en el México en el que vive. Así, por ejemplo, al escuchar los gritos de los manifestantes en unas elecciones apelando al pueblo, Lilus piensa en el pueblo, pero ¿dónde está el pueblo?
   
                                            
Portada de la primera edición de Lilus Kikus

   

   A lo largo de los relatos, Elena Poniatowska nos acerca a las actividades que hace Lilus. Contempla pajaritos ciempiés, hormigas, va a un concierto, a la playa de Acapulco donde sueña que tiene marido, un marido tan serio como un funcionario. Mas Lilus no hace nada cuando nada tiene que hacer y considera que las  tontas son las personas más encantadoras del mundo. También -he aquí su sabia ingenuidad-  se hace “grandes” heridas para cobrar por enseñarlas. Y no solamente es Lilus el personaje más atrayente; también lo son una compañera del colegio, una chica  que se inició muy pronto en la vida, o un vecino que se las da de filósofo, que pasa su vida metido entre libros y Lilus se pregunta por qué no disfruta del mundo, de la naturaleza.
   Los pensamientos de la niña amalgaman simplicidad, inocencia, profundidad o extrañeza, pero también un profundo sentido crítico sobre política, amistad o religión. Así como una cierta inclinación religiosa que provoca que, en el último capítulo, Lilus ingrese en un convento, donde se pone al corriente sobre la Virgen, le explican lo qué es la honorabilidad, y también a esperar, tendida en el lecho, a su futuro marido, paciente y sumisa.
   Una narradora omnisciente salta, sin continuidad de un episodio de la vida de Lilus a otro. Con todo, cada experiencia de la niña se convierte en un revulsivo que nos incita a pensar. Una forma de narrar mágica, a pesar del empleo de una lengua coloquial, que hace explotar la inmensa curiosidad de un personaje infantil que es capaz de poner orden en el mundo sin hacer prácticamente nada. Solamente divagando y observando lo que sucede a su alrededor.




                                                
Elena Pniatowska

Fragmentos

I. Los juegos de Lilus

"Lilus Kikus... Lilus Kikus... ¡Lilus Kikus, te estoy hablando!"
Pero Lilus Kikus, sentada en la banqueta de la calle, está demasiado absorta operando a una mosca para oír los gritos de su mamá. Lilus nunca juega en su cuarto, ese cuarto que el orden ha echado a perder. Mejor juega en la esquina de la calle, debajo de un árbol chiquito, plantado en la orilla de la acera. De allí ve pasar a los coches y a las gentes que caminan muy apuradas, con cara de que van a salvar al mundo...
Lilus cree en las brujas y se cose en los calzones un ramito de hierbas finas, romerito y pastitos; un pelo de Napoleón, de los que venden en la escuela por diez centavos. Y su diente, el primero que se le cayó. Todo esto lo mete en una bolsita que le queda sobre el ombligo. Las niñas se preguntarán después en la escuela cuál es la causa de esa protuberancia. En una cajita, Lilus guarda también la cinta negra de un muerto, dos pedacitos grises y duros de uñas de pie de su papá, un trébol de tres hojas y el polvo recogido a los pies de un Cristo en la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad.
Desde que fue al rancho de un tío suyo, Lilus encontró sus propios juguetes. Allá tenía un nido y se pasaba horas enteras mirándolo fijamente, observando los huevitos y las briznas de que estaba hecho. Seguía paso a paso, con gran interés todas las ocupaciones del pajarito: "Ahorita duerme... al rato se irá a buscar comida". Tenía también un ciempiés, guardado en un calcetín, y unas moscas enormes que operaba del apéndice. En el rancho había hormigas, unas hormigas muy gordas. Lilus les daba a beber jarabe para la tos y les enyesaba las piernas fracturadas. Un día buscó en la farmacia del pueblo una jeringa con aguja muy fina, para ponerle una inyección de urgencia a Miss Lemon. Miss Lemon era un limón verde que sufría espantosos dolores abdominales y que Lilus inyectaba con café negro. Después lo envolvía en un pañuelo de su mamá; y en la tarde atendía a otros pacientes: la señora Naranja, Eva la Manzana, la viuda Toronja y don Plátano. Amargado por las vicisitudes de esta vida, don Plátano sufría gota militar, y como era menos resistente que los demás enfermos, veía llegar muy pronto el fin de sus días.
Lilus no tiene muñecas. Quizá su físico pueda explicar esta rareza. Es flaca y da pasos grandes al caminar, porque sus piernas, largas y muy separadas la una de la otra, son saltonas, se engarrotan y luego se le atoran. Al caerse Lilus causa la muerte invariable de su muñeca. Por eso nunca tiene muñecas. Sólo se acuerda de una güerita a la que le puso Güera Punch, y que murió al día siguiente de su venida al mundo, cuando a Lilus Kikus se le atoraron las piernas.”

…..

IV. El cielo

“A Lilus le preocupa cómo entrar en el cielo. No es ninguna hereje. Sabe que el cielo es un estado, un modo de ser, y no un lugar y... Pero siempre, desde chiquita, pensó que Nuestro Señor está más allá de las nubes. Allá arriba. Y que para llegar hasta Él tiene uno que ser avión, ángel o pájaro. A medida que el pájaro Lilus iría subiendo por el cielo, Dios iba mirándolo. Y en cierto punto de su vuelo, la mirada de Dios era tan intensa que bastaba a convertirla en paloma de oro, más bella que un ángel.
Desde el día de su primera comunión, Lilus pensó que Nuestro Señor bajaba a su alma en un elevadorcito instalado en su garganta. Nuestro Señor tomaba el elevador para bajar al alma de Lilus y quedarse allí como en un cuarto que le gustaba. Para que le gustara, ella tenía que prepararle una habitación bien amueblada. Los sacrificios de Lilus componían el ajuar. Un sacrificio grande era el sofá, otro la cama. Los sacrificios chicos eran solamente sillones, vasos de flores, adornos o mesitas.
Una semana en que Lilus se dejó ir por completo, Nuestro Señor bajó al cuarto de su alma y lo encontró todo vacío. Tuvo que sentarse en el suelo, y que dormir en el suelo.
Pero así como se queda uno impregnado de alguien, después de que ese alguien se va, así se quedaba Lilus, llena de Nuestro Señor, que había bajado a su alma en un elevadorcito...”

…..

XI. La amiga de Lilus

Lilus tenía una amiga: Chiruelita. Consentida y chiqueada. Chiruelita hablaba a los once años como en su más tierna infancia. Cuando Lilus volvía de Acapulco, su amiga la saludaba: ¿Qué tal te jué? ¿No te comielon los tibulonchitos, esos felochíchimos hololes?
Semejante pregunta era una sorpresa para Lilus, que casi se había olvidado del modo de hablar de su amiga, pero pronto se volvía a acostumbrar. Todos sus instintos maternales se vertían en Chiruela, con máxima adoración. Además, Lilus oyó decir por allí que las tontas son las mujeres más encantadoras del mundo. Sí, las que no saben nada, las que son infantiles y ausentes... Ondina, Melisenda...
Claro que Chiruelita se pasaba un poco de la raya, pero Lilus sabía siempre disculparla, y no le faltaban razones y ejemplos. Goethe, tan inteligente, tuvo como esposa a una niña fresca e ingenua, que nada sabía pero que siempre estaba contenta.
Nadie ha dicho jamás que la Santísima Virgen supiera algo de griego o latín. La Virgen extiende los brazos, los abre como un niño chiquito y se da completamente.
Lilus sabe cuántos peligros aguardan a quien trata de hablar bien, y prefiere callarse. Es mejor sentir que saber. Que lo bello y lo grande vengan a nosotros de incógnito, sin las credenciales que sabemos de memoria...
Las mujeres que escuchan y reciben son como los arroyos crecidos como el agua de las lluvias, que se entregan en una gran corriente de felicidad. Esto puede parecer una apología de las burras. Pero ahora que hay tantas mujeres intelectuales, que enseñan, dirigen y gobiernan, es de lo más sano y refrescante encontrarse de pronto como una Chiruelita que habla de flores, de sustos, de perfumes y de tartaletitas de fresa.
Chiruelita se casó a los diecisiete años con un artista lánguido y maniático. Era pintor, y en los primeros años se sintió feliz con todas las inconsecuencias y todos los inconvenientes de una mujer sencilla y sonriente que le servía té salado y le contaba todos los días el cuento del marido chiquito que se perdió en la cama, cuento que siempre acaba en un llanto cada vez más difícil de consolar.
Pero un día que Chiruelita se acercó a su marido con una corona de flores en la cabeza, con prendedores de mariposas y de cerezas en las orejas, para decirle con su voz melodiosa: "Mi chivito, yo soy la Plimavela de Boticheli. ¡Hoy no hice comilita pala ti!", con gesto lánguido el artista de las manías le retorció el pescuezo.”


(Elena Poniatowska Lilus Kikus, capítulos primero, cuarto y undécimo)

3 comentarios:

  1. Sin duda, un bello regalo para cualquier niña adolescente que experimenta cambios. Elena es sin duda, una de las mejores escritoras de mi México querido. Un abrazo Francisco, gracias por la magia de tus reseñas.

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  2. Ah ¡me encantó! No hay mirada más inteligente que la infantil. Puede hacernos sonreír todo el tiempo y sin embargo sorprendernos con los acontecimientos más dolorosos, porque una buena narradora como la autora de Lilus Kikus, sabe llegar al alma del lector y también lo hace por un "elevadorcito" como lo hace Dios en su personaje, pues ella habla y reflexiona desde su propia niña interna, esa niña o niño que nos despierta al leerla y que nos precede en una contradictoria y alocada sensatez.
    Su mundo es el mundo que muchos de nosotros hemos ido olvidando en el paso por la vida, pero esta escritora logra despertarnos todas las células a un mismo tiempo.
    Gracias Francisco por esta joya literaria que nos traes hoy.

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