martes, 12 de septiembre de 2017

LA NORMALIZACIÓN DEL AMOR LÉSBICO EN LA NARRATIVA BRITÁNICA

El lustre de la perla
Sarah Waters
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 496 páginas
(Libros de fondo)

   Con independencia del valor intrínseco de las obras literarias, hay ciertos factores que dotan a sus autores de un innegable plus promocional. Uno de ellos es la renovación de la cantera que, desde 1983 y cada diez años, realiza la revista británica Granta seleccionando a los “Young British Novelists”. En la lista de enero de 2003, entraba en el club de los nuevos jóvenes talentos la escritora galesa Sarah Waters (Neyland, 1966). El éxito de ventas y la traducción de sus obras a otras lenguas no ha hecho más que corroborar la consolidación de una narradora de indudable talento, ya conocida por el público británico debido a sus estudios sobre género y sexualidad. Y sobre todo, por ser la autora de seis novelas, todas ellas traducidas al español por Editorial Anagrama  algunas de ellas en orden inverso a la cronología de su edición original. A las pocas semanas de su inclusión en la lista Granta, Anagrama editaba con el título de Falsa identidad la tercera novela de Sarah Water, Fingersmith en la versión original. También en 2003, el sello editor barcelonés publicaba la primera pieza narrativa de la escritora galesa, Tipping the Velvet (1998), traducida simultáneamente al catalán por La Magrana con el título de Besar el vellut, y al español por Anagrama con una metáfora diferente, El lustre de la perla. No cabe duda de que el título de la edición en catalán responde mucho mejor al significado de la edición en inglés: “Acariciar el terciopelo”. En el argot de la época, el terciopelo era uno de los nombres del sexo femenino.
   Las dos piezas, junto con Affinity (1999), constituyen la mejor trilogía del amor lésbico en la literatura contemporánea. Y sobre todo, su normalización en la época victoriana, un momento en el que se dice que la reina Victoria aceptaba la homosexualidad masculina, pero era incapaz de creer en la existencia de lesbianas. Sarah Waters demuestra en esta novela que la soberana británica estaba en las nubes en lo relativo al conocimiento de la sexualidad femenina y sus laberintos.
   El lustre de la perla es una excelente novela que recibió en su día el aplauso unánime tanto de la crítica  como de los lectores, sin quedar restringida su aceptación a la comunidad homosexual. Una excelente construcción narrativa en la que el juego de ambivalencias sexuales, del travestismo y del amor sáfico marcarán el desarrollo argumental de la trama.
   Corre el año 1890, el mundo cautivador del music hall propicia el encuentro y el primer amorío de Nan Astley y de Kitty Butler, una cantante de variedades que realiza sus números vestida de hombre. La sigue a Londres como su asistenta y amante y más tarde como compañera de actuación. Hasta que Kitty, desoyendo los deseos de Nan Astley, se casa con su representante. Y así se inicia el particular descenso a los infiernos de la protagonista que, para sobrevivir, se verá obligada a introducirse en el submundo londinense y actuar de prostituto vestida con pantalones. Cae en la telaraña escabrosa de una rica viuda lesbiana que la convierte en su puta y le hará pagar un precio muy alto. Y así, sin que nadie le ofrezca ayuda, inicia la protagonista la etapa definitiva en la que encuentra la felicidad, también al lado de otra mujer.
   El gran mérito de Sarah Waters consiste en haber sido capaz de normalizar el lesbianismo. Lo hace en primer lugar en la vida real, alejada de la ficción, al rechazar los estereotipos que rodean al mundo de las lesbianas. Por ejemplo, la creencia de que las lesbianas apuestan deliberadamente por el feísmo. Admite que las lesbianas han rechazado la feminidad, la obligación de ser bellas, de llevar tacones de aguja, porque piensa que esa feminidad las limita. Y hay lesbianas que han caído en ese extremo, pero en el mundo actual puede verse a muchas lesbianas que son muy femeninas. Y lo hace así mismo desde la literatura, porque en sus novelas no aborda el tema de la militancia desde la defensiva, sino contándonos historias de amor que se desarrollan en una atmósfera dickensiana. La sexualidad, el erotismo, el amor sáfico, todo aquello que había que leer entre líneas en la narrativa victoriana, aparece aquí presentado como una opción aceptable, practicable, y por lo mismo novelable. Ficción histórica que adapta el género victoriano a la sensibilidad actual, haciéndonos revivir las experiencias de sus personajes con un realismo convincente y una brillante perspicacia, logrando así que el lesbianismos entre de forma natural en el canon de la literatura anglosajona.

Francisco Martínez Bouzas



Sarah Waters


Fragmentos

“Ver actuar a Kitty Butler en el escenario después de haber hablado con ella, y después de que me hubiera sonreído y besado la mano, fue una extraña experiencia, a la vez más y menos emocionante que antes. Su voz encantadora, su elegancia, su pavoneo: era como si con ellos me hubiese concedido una especie de secreto compartido, y que tintaba de suficiencia cada  ocasión en que el público rugía al recibirla o la reclamaba a gritos para un bis. No me lanzó más rosas; todas iban a parar, como antes, a las chicas bonitas de las primeras filas. Pero sé que me veía en el palco, porque notaba sus ojos en mí, a veces, mientras cantaba; y siempre, cuando salía del escenario, hacía aquel gesto amplio con el sombreo para toda la sala, y a mí me dedicaba un gesto de cabeza, un guiño o un asomo de sonrisa.
Pero aunque yo me sentía complacida, también estaba insatisfecha. Había visto algo más que el maquillaje y los contoneos; era durísimo tener que contemplarla con los demás espectadores mientras cantaba, y no tener de ella ni un ápice más que ellos.”

…..

“Caminé como una hora sin pararme a descansar; pero seguí un rumbo al azar que a veces volvía al punto de partida: mi objetivo no era tanto huir de Kitty como esconderme de ella, perderme en los grises espacios anónimos de la ciudad. Quería una habitación, un cuarto pequeño, mísero, un cuarto que fuese invisible a cualquier ojo perseguidor. Me veía entrar en él y taparme la cabeza como una criatura excavadora o hibernante, una cochinilla o una rata. Así pues, me interné en las calles donde había pensiones, cuchitriles, casas con letreros en la ventana que decían Se alquilan camas. Supongo que cualquiera de ellas me hubiera servido, pero estaba buscando alguna señal invitadora.”

…..

“No nos irá tan mal, Zena -dije-. Tú eres ahora la única bollera que conozco en Londres, y como estás sola pensé…que podríamos intentarlo, ¿no crees? Podríamos encontrar un cuarto en una pensión. Tú encontrarías trabajo de costurera o de asistenta. Yo me compraré otro taje, y en cuanto me haya cicatrizado la cara…, bueno, me sé un par de mañas para ganar dinero. Tendríamos tus siete libras dentro de un mes. Conseguiremos veinte en un periquete. Y entonces tú podrás viajar a las colonias y yo…-tragué saliva- podría acompañarte. Dijiste que allí siempre necesitan caseras; sin duda, también los hombres necesitarán furcias…incluso en Australia, ¿no?
Me miró sin decir nada mientras yo hablaba. Acto seguido agachó la cabeza y me besó una sola vez, muy levemente, en los labios. Se dio la vuelta y por fin me quedé dormida.”


(Sarah Waters, El lustre de la perla, páginas 43, 195, 353)

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