miércoles, 5 de julio de 2017

"EL VERANO INFINITO": EN UN BAÑO DE DÍAS DORADOS



El verano infinito
Madame Nielsen
Traducción de Blanca Ortiz Ostalé
Editorial Minúscula, Barcelona, 2017, 127 páginas.

   El verano infinito es la primera novela que firma Madame Nielsen, escritora, compositora, cantante y directora de escena, nacida Claus Beck-Nielsen (1963), artista danés que dejó de existir como tal en 2001. Durante unos años careció de nombre. Entre 2005 y 2012 publicó una trilogía rubricada simplemente con el apellido Nielsen, hasta que en 2014, ya con ropa e identidad femenina, firmó Den endeløse  Sommer que ahora nos ofrece Editorial Minúscula con el título  de El verano infinito. Como Madame Nielsen, y en colaboración con el Teatro Real de Dinamarca, ha compuesto una pentalogía teatral, publicó cinco álbumes y ofreció numerosos conciertos en Europa y en América. Y desde su nuevo nombre y personalidad como mujer, escribe esta novela, a la vez que como activista vive la tragedia de los refugiados -los nuevos europeos según ella- sobre los que ha escrito la novela Invasionen.
   Según palabras de la propia autora, El verano infinito es “un torbellino con un centro que es el amor”. La novela se inicia con una inusual presentación de los protagonistas: un chico joven que tal vez sea una chica pero que aún no lo sabe, una chica, la madre, nórdica, radiante y con porte aristocrático, como una sombra cegadora, dos hermanos, el padrastro misógino y celoso que un día desaparece para que pueda dar inicio el verano infinito. El espacio de la casi nula acción: una granja. La chica y el chico joven pasan los días y las noches en la cama amándose y sin saber quién es quién, pero logrando que el chico despegue por un momento su cabeza del miedo al cuerpo y a la muerte. Otros personajes irán apareciendo “por el camino”: un joven portugués que, con sus labios y dientes, dejará su huella en la piel de la madre. La huella a la vez de lo impúdico y de lo bello.
   En la granja se instalan además otros jóvenes. Con la presencia de todos ellos se inicia y continúa el “verano infinito”, en el que nada ocurre, en el que el tiempo no es tiempo, pasa y no pasa, y la existencia transcurre sin metas elevadas ni ideales sublimes. Comienza a parecerse al material de los sueños. Transcurren los días jalonados por encuentros amorosos entre la madre y el homem portugués cuya intensidad conmociona a aquella. Es eso lo único que acontece y de lo que habla la colonia, aunque sin mencionarlo expresamente, e incapaces de concebirlo. Algunos de los miembros del grupo efectúan viajes (Lisboa, Algarbe, Nueva York, San Francisco…), mas todos regresan a la “granja blanca”, donde, a parte de la celebración de los placeres y del amor, nada sucede.
   Madame Nielsen tiene la habilidad suficiente para amalgamar sin colisiones eros y tánatos: la pasión amorosa, arrolladora, devoradora, caníbal y la muerte, el centro gravitatorio, el regreso al polvo que somos como recita el pastor en el funeral. Así concluye para siempre “el verano infinito” que solo pervivirá en el recuerdo y en la nostalgia de los amantes  que se separaron para nunca separarse del todo. Por eso mismo, esta novela de la que está ausente una trama al uso, es un viaje que, a través de la apoteosis de los goces de la vida, nos recuerda el destino inexorable de la condición humana: la vida, como un placentero o amargo verano, llegará un día a su fin.
   Es reseñable, desde mi punto de vista, la prosa de Madame Nielsen, capaz de captar los flujos de conciencia. Y a pesar de que El verano infinito no es un texto de fácil lectura (frases que se alargan durante dos páginas, sin un solo signo de puntuación) está dotado de una prosa capaz de mecernos e incluso de embrujar. Con ella viste la autora una historia sin historia que nos hace pensar porque nos habla de lo que somos y de lo que un día seremos: un baño de días dorados que se convertirán en el polvo al que, en fecha incierta, volveremos.

Francisco Martínez Bouzas

Madame Nielsen


Fragmentos

“Pero incluso dentro del sueño hay cosas que no son más que un sueño, «el verano infinito», por ejemplo, tal vez no comience nunca, tal vez no sea más que esa liberación con la que sueña la chica, o el chico flaco, tumbado en el húmedo cuarto del sótano junto a su novia dormida e incapaz de conciliar el sueño a causa de la insoportable levedad que envuelve la granja, el mismo soplo metálico de irrealidad enteramente auténtica que subyace en las películas de David Lynch, la chica a su lado durmiendo su sueño gozoso nada más contarle otra de esas historias que él, antes de conocerla, siempre había creído que eran mentira y que ella, con apenas dieciséis años, atesora en tal cantidad que ni siquiera parece capaz de gobernarlas…”

…..

“Está echado junto a ella a oscuras en el sótano de la granja, atento a su respiración, que incluso en sueños es feliz como la vida que se complace en sí misma. Apoya una mano en su piel, está húmeda y suave y huidiza, bamboleante, como si la carne que la sustenta en lugar de algo firme fuese un líquido oscuro, un agua pesada que permite que la mano se hunda y desaparezca. Cuando piensa en su nombre, ella despierta y él le pregunta si es peligroso el padrastro, si la humillación y la lástima no serán tantas que ya no sea vea a sí mismo como un ser humano y pueda en cualquier momento coger la escopeta y, sin que medie demostración de poder o escena alguna, abrir fuego sobre todos, la madre, ella, dos hermanitos y, por supuesto, por último, pero no por ello menos importante, sobre sí mismo, volarse la nuca contra la pared, y ella murmura que es de madrugada, estoy durmiendo, y luego vuelve a sumergirse en el sueño.”

…..

“Y por detrás de ella, como una sombra que emerge, aparece él, el mozalbete  portugués de apenas diecisiete o diecinueve años, el hombre que tiene la culpa y que ha obrado todo esto que no puede nombrar, descarado, silencioso, descendiendo la escalera con orgullo y entrando en la cocina, ahora casi y exactamente casi sonriendo  a la manera y con la alegría aplomada y masculina que solo un europeo meridional, un homem machão, puede  tener. Y los demás le miran y él les mira a los ojos, y son ellos quienes no pueden sino sonreír para después, velozmente, apartar la vista (sonrientes). Y así transcurren los días, placenteros, vibrantes, y todos parten el pan, lo comen y beben el café con leche y el vino, ingieren cada una de las comidas del día como si fuese una eucaristía, en silencio, alborozo y alegría.”

(Madame Nielsen, El verano infinito, páginas 16, 47-48,77)

3 comentarios:

  1. Muy atrapante se escucha esta novela a través de tu reseña, No dejaré de leerla, muchas gracias, siempre es un placer leerte y disfrutar de tu guía en la buena literatura. Abrazos.

    ResponderEliminar
  2. Parece sumamente interesante, se percibe a través de tu palabra algo diferente a lo que se suele encontrar en la actualidad, es un estilo distinto y como dices no es de fácil lectura.
    Como tú lo cuentas me hizo pensar varias veces en Virginia Woolf, esos hechos que ocurren y los personajes sorprendiendo con sus actitudes al lector, ese tiempo que no lo es, esa visión de lo infinito, de lo que nunca termina, como si se tratara de un Realismo Mágico que tampoco es. Leí los fragmentos y es muy original su escritura, claro que en el estilo ya no estoy segura si se parece V. Woolf porque en ese caso habría que tener en cuenta aquí que es una traducción. Me sorprende el final del último de los fragmentos porque antes que apareciera la palabra "eucaristía" yo ya estaba pensando en que tenía mucho de bíblico lo que iba leyendo.
    Fantástica crítica, como siempre.
    Saludos cruzando el océano.

    ResponderEliminar