viernes, 16 de junio de 2017

"PASOS EN LA PIEDRA": UN FRESCO COSTUMBRISTA DE LA ESPAÑA PROFUNDA



Pasos en la piedra
José Manuel de la Huerga
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2016, 366 páginas.

   El pasado mes de marzo, y tras haber sido finalista en cuatro ocasiones, José Manuel de la Huerga, con la novela Pasos en la piedra, obtuvo el Premio de la Crítica de Castilla y León 2016. La relevancia, la calidad y la proyección de la novela fueron algunas de las virtudes literarias que tuvo en cuenta el jurado al galardonar posiblemente la mejor novela del escritor nacido en Andanzas del Valle y residente en Valladolid. La novela echa a andar con un plano -un documental sin cámara- de la vieja ciudad medieval, Barrio de Piedra que José Manuel de la Huerga ha construido para dar vida a un grupo de personajes, y que puede ser percibida como una amalgama de varias ciudades de Castilla y León (Valladolid, Zamora, Toro, Medina de Rioseco…). Un espacio imaginario del poniente mesetario, anclado junto al río Duero, en el que el escritor había ambientado buena parte de los acontecimientos y conflictos de las dos novelas breves recogidas en su obra SolitarioS. Una ciudad que, como escribe el autor en “Reconocimientos y referencias” cambia de fisonomía durante unos días.
   En esos días (miércoles a domingo de de la Semana Santa de 1977), se desarrolla la trama novelesca, y aunque esta está centrada en las vivencias de los dos personajes principales, Germán Ojeda y su amigo alemán Peter Gesteine, por sus páginas deambulan muchos otros actantes que convierten a Pasos en la piedra en una certera novela coral. El núcleo temático de la misma, su columna vertebral son esos cinco días de Semana Santa que terminaron con la legalización del Partido Comunista de España el 9 de abril de 1977, el “Sábado Santo Rojo”.
   Pero antes, la trama ficcional nos permite transitar por el Miércoles Santo; por el Jueves Santo (con la Cena, Prendimiento, Flagelación y Coronación); por el Viernes Santo (Camino, Elevación, Descendimiento, La General); por el Sábado Santo (Desierto, Vigilia) y finalmente por el Encuentro del Domingo de Resurrección. Cada uno de esos días y sus “estaciones” de pasión o de resurrección, están preñados de larvados conflictos entre las posturas inmovilistas de la extrema derecha y tradiciones locales y aquellos partidarios de una mayor libertad o una renovación aperturista en el seno de una Iglesia católica que demuestra todo su poder precisamente en la Semana Santa y en la Cuaresma, con sus manifestaciones religiosas, con la salida de los pasos y la prohibición de hacer uso de la carne en su más amplio sentido.
   A esta ciudad de piedra y madera santas llegan German Ojeda y su amigo alemán, Peter Gesteine en la noche anterior al Miércoles Santo. German es hijo del gobernador civil de Barrio de Piedra, estudia derecho en Madrid y milita en el ilegal Partido Comunista. Son días trágicos: acaba de aperecer el cadáver de su amiga Yolanda, torturada, violada y asesinada por un comando de ultraderacha, los Guerrilleros de Cristo Rey. Debido a la inseguridad latente en Madrid, le aconsejan desparecer por un tiempo y refugiarse en la ciudad mesetaria. Peter, estudiante de antropología, alberga el deseo de disfrutar de la Semana Santa castellana, profundizando en su vertiente social y antropológica.
   Comienzan a vivir la Semana Santa con el fervor y la novedad de las procesiones y pasos. Y junto a ellos, el autor nos presenta un verdadero desfile de personajes, muchos de ellos atados al pasado, otros ansiosos de mayor libertad en aquel ambiente costumbrista y asfixiante que todavía se rige bajo los impulsos de la extrema derecha franquista. Entre esa nómina de personajes, sobresalen por su incidencia en el transcurso de la trama, el fraile Luis Alas, un sacerdote peculiar partidario del aggiornamento del Vaticano II, cuyo lema es acoger, escuchar y compartir. Dirige un grupo de postulantes a frailes de su orden, entre los que se halla Juan, enamorado de la musulmana Ashma. Alas pone en práctica con su grupo una liturgia renovada que no acaba de convencer ni a su superior ni al obispo de la diócesis. Celebran de una forma distinta los ritos de la Semana Santa, especialmente la Cena del Jueves Santo, una cena de los que se aman, mezcla de cena cristiana y cena humana.
   Ajenos a ritos y procesiones hallamos a otros actantes que, sobre todo, permiten que el lector sea testigo de la fuerza de la naturaleza en los bosques de ribera. Uno de ellos es Antonio Lozano, el Pajarero, un monumento vivo en Barrio de Piedra. Un hombre de gustos solitarios, estudioso de los pájaros. La única fe del Pajarero es la aviar. Otro es Claude Bernard, un poeta de origen francés, afincado en la ciudad castellana que, tras un viaje por el Extremo Oriente, cambia su nombre por el de Claudio Pino y decide vivir como eremita en un chozo de piedra.
   La novela, muy detallista y erguida con una sólida arquitectura compositiva, permite que el lector viva los ritos de la Semana Santa desde dentro del sentir, la emoción y la pasión de los cofrades; a la vez que nos muestra la tensión entre los elementos reaccionarios, las cuadrillas de la extrema derecha especialmente, y los que anhelan romper las rutinas de una ciudad anclada en el pasado y vivir alejados de la de las pautas de la dictadura franquista. Ese conflicto es el que hace que la obra de José Manuel de la Huerga sea algo más que la crónica de las semanas santas de una ciudad del poniente castellano, y se convierta en una sugerente novela.
   En la inmersión en los acontecimientos de esos cinco días, el buen hacer narrativo del autor nos permite vislumbrar el mapa de la España profunda, el fresco costumbrista de aquellos años. Pasos en la piedra es una fabulación que seguramente irradia muchas vivencias infantiles del escritor. Una pieza ficcional basada en la realidad muy ambiciosa, ajena a grietas constructivas que solamente aparecen en la impactante portada.
   Tradición, poder de la Iglesia, ansias de renovación, contacto con la naturaleza, arte escultórico, fenómenos atmosféricos propios de esos días de abril, conflictos manifiestos o soterrados…, todo ello transmitido por una narrador ubicuo y omnipresente que goza de un punto de vista sin limitaciones sobre la historia. Y tejido con una prosa de alta calidad, con secuencias rebosantes de un deleitoso lenguaje poético y descripciones que cautivan por su minuciosidad.

Francisco Martínez Bouzas

José Manuel de la Huerga


Fragmentos

“Los pájaros, los árboles y el agua, y el resto de la fauna que contribuía a dibujar aquel paraíso lo habían apresado de por vida el verano de sus doce años. Ahora, apunto de los sesenta y cinco, aquel atardecer de Miércoles regresaba (el Pajarero) de su puesto de vigilancia con la misma dedicación de su niñez, idéntica ilusión por registrar un dato nuevo para su censo de garzas, en las garceras de la orilla de enfrente, en la ribera de Trascastillo, donde el río se remansaba en su curva de noventa grados. La obra del embalse de San José que se había acometido tras la guerra río abajo formó pronto sedimentos, para alegría del Pajarero. Allí crecieron unos generosos carrizos que los habitantes del barrio de San Claudio enseguida bautizaron como la curva de Carrizales. En apenas una década, garzas y patos, somormujos, cormoranes, aguiluchos, chorlitejos, andarríos, zarceros y carriceros convirtieron aquella mancha de juncos y enea en uno de los mejores hostales de paso para migrantes que bajaban de Escandinavia o subían de África.”

…..

“El imaginero no había creído a Alas hasta aquella noche, cuando los actores de esta historia de pasión se habían puesto delante. Se había rendido a la evidencia: en Barrio no puede resucitar Cristo. Aquí solo se podían esculpir cristos para ser prendidos, flagelados y crucificados. La biografía dolorosa de las gentes sencillas acreditaba la idea. Y por si esto no bastara, estaba su propio cuerpo, retorcido y deforme, con unas piernas que parecían raíces secas de encina. La Resurrección, si era, tendría que ser bella y joven, recién salida del jardín del Paraíso, sin pecado, salvaje, sin la carga de sufrimiento con que cualquiera, y no dijéramos él, había sido marcado a fuego desde el nacimiento.”

…..

“Aquel Viernes, pino abrió los ojos cuando sintió la lux fría que se colaba por los resquicios de las piedras. Le llevó un rato despertar unos pies ateridos que masajeó largamente y luego calzó. Salió reptando y se incorporó para apreciar aquel regalo caído del cielo. El claro de los chiviteros le había trasladado a miles de kilómetros, se había convertido en poblado esquimal. El jaiku que brotó de sus labios de improviso no lo iba a olvidar. La memoria de su piel y de sus ojos atesoró aquella hoja de papel intacto, inaugural del mundo.

entre las piedras
    argamasa del cielo,
el sol te abrasa.”

(José Manuel de la Huerga, Pasos en la piedra, páginas 51, 168, 195)

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