lunes, 24 de octubre de 2016

"SOBRE LA HISTORIA NATURAL DE LA DESTRUCCIÓN": UN OMINOSO SILENCIO



Sobre la historia natural de la destrucción
W. G. Sebald
Traducción de Miguel Saénz
Editorial Anagrama, Barcelona, 158 páginas
(LIBROS DE FONDO)

    Si el dolor es igual para todos ¿por qué el ominoso silencio que durante épocas desplegó una cortina de olvidos y omisiones sobre las víctimas de otro holocausto, el holocausto sufrido por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial? Una de las razones podría ser la máxima atribuida a Wiston Churchill: “La Historia la escriben los vencedores”. Son ellos lo que se apoderan de la misma. El sentimiento de ignominia que dominó  la sociedad alemana en la posguerra, convirtió en tabú colectivo la espantosa y sistemática destrucción de ciudades alemanas por la aviación de los aliados. No resulta fácil  hacerse una idea aproximada de las dimensiones que alcanzó el horror de esa devastación. Pero hoy sabemos que centenares de poblaciones alemanas fueron objetivo de esos bombardeos de los aliados, y que muchas de ellas fueron completamente arrasadas; que provocaron la muerte de seiscientos mil civiles alemanes. Sin embargo, en Alemania, todo eso nunca fue objeto de un debate público, quizás porque un pueblo que asesinó a millones de seres humanos, o miró para otro lado cuando eso se hacía, no podía exigir cuentas a las potencias vencedoras de la lógica político-militar que decidió la destrucción de las ciudades alemanas y provocó cientos de víctimas civiles.
   Seguramente que muchos de los afectados vieron, como se señala en un relato de Hans Erich Nossack sobre la destrucción de Hamburgo, los gigantescos incendios como un castigo merecido. Otros recurrieron sencillamente al truco de la eliminación, el reflejo defensivo de cualquier experto (Stanislaw Lem).
   Sin embargo, desde hace años, distintos escritores, entre ellos Enzensberger, Günther Grass, Jörg Friedrich, Max Frich o Anthony Beevor han hurgado en una herida escondida en el silencio de una guerra justa pero con matanzas premeditadas. Uno de los más conspicuos en explorar este tabú colectivo fue W.G Sebald (1944-2001). El escritor alemán, el Joyce de finales del siglo XX, al que un trágico accidente colocó definitivamente en la nómina de los no-Nobel, es uno de los casos más relevantes de escritores que apuestan por los géneros híbrido, por la literatura  fronteriza, que demuestra con su obra que “la literatura puede ser, literalmente, indispensable” (Susan Sontag). Sus obras se cimentan en la “non-fiction” que transita de la fabulación al ensayo y de la palabra a la imagen o al documento oficial, posiblemente como la única forma de supervivencia.
   Sebald fue sin duda uno de los escritores con mayor autoridad moral para preguntarse sobre el porqué  de la destrucción sistemática de Alemania y del silencio posterior que equivalía a la negación del pasado. Porque las referencias al exterminio de los judíos europeos ocupan un lugar central en su obra, en especial en Los emigrados que reconstruye la existencia de cuatro judíos que huyen de Alemania como consecuencia del ascenso del nazismo. Y también en su última novela, Austerliz, un intento de levantar un monumento alternativo al Holocausto y en la que el protagonista descubre, en un dramático ejercicio de memoria, que sus padres mueren en los “lagers” del régimen nazi. Pocos escritores además han mostrado tanta empatía por los desterrados, por los expatriados de su propio país como W.G. Sebald.
   En el año 2003, Anagrama reunía en su colección “Panorama de narrativas” dos textos de Sebald, escritos en 1999: “Guerra aérea y literatura” y “Alfred Andersch”, bajo el título Sobre la historia natural de la destrucción. En ambos  ahonda en el “ominoso silencio”, en el tabú colectivo entre el pueblo germano. En una implacable exploración de las profundidades del ser humano, Sebald narra algunos aspectos de una devastación despiadada. Y lo hace, no como un historiador, sino desde la perspectiva de la solidaridad y desde una honda y rigurosa sensibilidad estética capaces de captar el dolor humano. Por ejemplo, cuando habla de la destrucción de Hamburgo. Sebald intenta hallar una explicación al hecho de que la destrucción sistemática de las ciudades alemanas “quedó excluida en gran parte de la experiencia retrospectiva de los afectados”. Ha habido muy pocas respuestas y para Sebald ese mutismo equivale a una segunda destrucción. Pero él si las da. Por ejemplo, deja constancia de que los bombardeos nocturnos sobre la población civil, sin elección de puntos estratégicos (fábricas, depósitos de combustibles…) no mermaron el poderío bélico alemán, asesinaron a seiscientos mil ciudadanos civiles y dejaron a otros siete millones y medio sin hogar. Aunque quizás todo pueda explicarse desde el punto de vista de la lógica económica: las bombas eran “mercancías costosas” y había que echarlas a andar,  a matar. Todo ello no se aleja demasiado del apoyo de Wiston Churchill a la estrategia de su comandante Arthur “Bomber” Harris: “… quienes habían liberado esos horrores sobre la humanidad, sufrirían en sus personas y hogares los golpes demoledores de un justo castigo”.
                                           
Dresde tras el bombadeo vista desde lo alto de la torre del ayuntamiento (Foto de Richard Peter)
   Evocaciones espantosas alejadas del sentimentalismo (el cine que perdió una de sus paredes debido a un bombardeo sin que se interrumpiera la proyección, el desconcertado deambular de los animales del zoo berlinés por las ruinas sin poder comprender lo que sucede, madres que transportan en sus maletas los cuerpos abrasados de sus hijos…) son testimonios elocuentes de lo que fue una historia premeditada de destrucción.
   El siniestro silencio también es analizado por Sebald en “El escritor Alfred Andersch”. Alfred Andersch, mediocre  y vanidoso escritor (“La literatura alemana tiene en Alfred Andersch uno de los talentos más sólidos e independientes”, escribió él mismo en la solapa de uno de sus libros). Cobarde y oportunista como persona -se separó de Angelika Albert, su mujer judía en 1942, sin preocuparse por su destino- es un ejemplo paradigmático de cómo un personaje público realiza intentos, más o menos conscientes, de adaptación y de ajuste mediante discretas y sinuosas andanzas para forjarse una imagen pública de creador políticamente correcto. En esa preocupación por retocar la imagen reside, según Sebald, una de las razones fundamentales de la incapacidad de toda una generación para describir y traer a la memoria los horrores presenciados. Para borrar lo que no quiere saberse y arrojarlo al olvido.

Francisco Martínez Bouzas

                                                   
W.G. Sebald
Fragmentos

“En pleno verano de 1943, durante un largo período de calor, la Royal Air Force, apoyada por la Octava Flota Aérea de los Estados Unidos, realizó una serie de ataques aéreos contra Hamburgo. El objetivo de esa empresa, llamada «Operación Gomorrah» era la aniquilación y reducción a cenizas más completa posible de la ciudad. En el raid de la noche del 28 de julio, que comenzó a la una de la madrugada, se descargaron diez toneladas de bombas explosivas e incendiarias sobre la zona residencial densamente poblada situada al este del Elba, que abarcaba los barrios de Hammmerbrook, Hamm Norte y Sur, y Eilbek, Barmbek y Wandsbek. Siguiendo un método ya experimentado, todas las ventanas y puertas quedaron rotas y arrancadas de sus marcos mediante bombas explosivas de cuatro mil libras; luego, con bombas incendiarias ligeras, se prendió fuego a los tejados, mientras bombas incendiarias de hasta quince quilos penetraban hasta las plantas más bajas. En pocos minutos, enormes fuegos ardían por todas partes en el área del ataque, de unos veinte kilómetros cuadrados, y se unieron tan rápidamente que, ya un cuarto de hora después de la caída de las primeras bombas, todo el espacio aéreo, hasta donde alcanzaba la vista, era un solo mar de llamas.”

…..

“Con fecha de 20 de agosto de 1943, en el pasaje antes citado, Friederich Reck informa de unos cuarenta o cincuenta fugitivos que intentaron asaltar un tren en la estación de la Alta Baviera. Al hacerlo, una maleta de cartón «cayó en el andén, se reventó y se vació su contenido. Juguetes, un estuche de manicura, ropa interior chamuscada. Finalmente, el cadáver de un niño asado y momificado que aquella mujer medio loca llevaba consigo como resto de un pasado pocos días antes todavía intacto». Es difícil imaginar que Reck se inventara esa espantosa escena. Por toda Alemania, de una forma o de otra, la noticia de los horrores de la aniquilación de Hamburgo, debió difundirse a través de los fugitivos, que oscilaban entre una histérica voluntad de supervivencia y la más grave apatía.”

…..

“El reportaje de Kluge sobre la destrucción de Halberstat comienza con la historia de una empleada de un cine, la señora Schrader, que, después de caer las bombas, se pone inmediatamente a trabajar con una pala del refugio antiaéreo, para poder «despejar los escombros -como espera- antes de la sesión de las dos de la tarde». En el sótano donde encuentra varios fragmentos de cuerpos cocidos, pone orden colocándolos por de pronto en la caldera del lavadero.”

(W.G. Sebald, Sobre la historia natural de la destrucción, páginas 35, 38, 51)

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