miércoles, 17 de febrero de 2016

ESPIRALES DE LUZ Y DE MAGIA



 

Las esquinas de la luz

Rosy Paláu
Portada:La brevedad azul del sueño (Fragmento) de Miguel Ángel Ojeda

Instituto Sinaloense de Cultura, Culiacán, 2015, 59 páginas



   Desde Culiacán (Sinaloa, México) y tras un periplo que superó la duración de las navegaciones colombinas, la “eficaz” colaboración de Correos de México y Correos de España deposita en mis manos el último libro de Rosy Paláu, el poemario Las esquinas de la luz. Si la escritora mexicana me había fascinado con anterioridad con su colectánea de relatos, las fantásticas imposturas de La Casa del Arrayán (2005), lo vuelve a hacer ahora, a la vez que me hace pensar con las secretas substancias de estos veintiocho poemas de Las esquinas de la luz. Porque la poesía, cuando es digna de ese nombre, es a la vez un lugar de emociones y un lugar de pensamiento. Como escribió el pensador francés Alain Badiou, el lugar del lenguaje donde se ejerce una proposición sobre el ser y sobre el tiempo. Con un fructífero uso de la rima, una de las fuerzas primordiales de la poesía, y de moldes métricos tradicionales, cuando los considera oportunos, y de otros que no lo son tanto, mas sin sentirse constreñida nunca para decir lo que quiere, Rosy Paláu prosigue en este libro el cultivo de la palabra poética que inició en 1990, e imanta con delicadeza el lenguaje entre si, y a nosotros los lectores nos introduce en lugares insospechados del ser, de la realidad y de nosotros mismos.

   Sin renunciar pues a la forma -esencial para el verdadero poema, incluso en el verso libre-, Rosy Paláu nos entrega este poemario “hecho con palabras que buscan alcanzar aquello que sin la poesía no podríamos decir”, como ella misma define su libro en la entrañable dedicatoria que lo acompaña.

   No defraudan los poemas de Rosy Paláu a los amantes de esa gran verdad del mundo que es la poesía. Con un ritmo interior pausado, huyendo del lirismo explosivo o volcánico, la palabra poética de Rosy Paláu nos transmite su imaginario, una operación de verdad que se anticipa y responde a miles de preguntas que se albergan y emergen en cada uno de nosotros, y nos incitan a meditar, entre otros muchos conceptos e interrogantes, sobre el paso del tiempo (“el tiempo del tiempo”), en la suma de ese cero que es la muerte y su rotundidad, imposibles de detener, en un poema, “Décimas a la muerte” que firmaría el mismo Jorge Manrique, si bien superando la tonalidad elegíaca del poeta prerrenacentista. En las soledades del alma; la definitiva ausencia de ese ser que ya no podremos esperar; las infinitas esquinas de la luz frente a la oscuridad de la nada; o la noche y su incesante segundero.  Hasta el silencio halla en este poemario su espiral de palabras mágicas que, con precisas y evocadoras imágenes y privilegios fonocéntricos, nos incitan a penetrar en los insondables territorios del ser, de las cosas, del yo con sus arduas o gozosas circunstancias. Pero es sobre todo esa luz, tan reiterada en sus múltiples formas y reflejos, la más celebrada en este microtexto poético de Rosy Paláu. También lo es la luna, otra esquina de luz a la que la poeta ya había homenajeado en una antología, Las lunas de mi cielo (2013), compilación de poemas y cuentos sobre la luna de autores de todo el mundo.

   Concluyo este comentario con unas insignificantes palabras con las que Rosy Paláu me honra al reproducirlas en la contraportada del libro. E invitando especialmente a descubrir por propia experiencia las fuerzas mágicas del decir poético de Rosy Paláu, para convencernos de que la poesía es fuerte (Michel Deguy), o como afirmaban los clásicos de mi tierra, con hechizos verbales también reveladores, que la poesía es el gran milagro del mundo:

   “Rosy Paláu en este nuevo poemario nos regala palabras, solo palabras. Construye poemas que no son nada, pero pueden serlo todo, porque son capaces de sacarnos de nosotros mismos, de nuestro ser superficial, y al mismo tiempo volcarnos en el interior de nuestro ser. Es la magia de la palabra poética, capaz de transmitir sentimientos y de remover todos los cardiogramas del alma. Ello solo es posible cuando la poeta, Rosy Paláu, vive el arte creador como un arte demiúrgico y su voz lidia, con afanes interminables, los espejos del ser, las profundidades abisales de los misterios que nos rodean. La soledad del alma, ese misterio del tiempo y su paso inexorable al que le mendigamos inútiles eternidades, tan presentes en estos versos que se convierten en meditación poético-existencial sobre el tiempo que es solo la memoria de nuestra alma.

   Y llegan a los lectores estos versos, no excesivamente largos, podados intencionadamente de coloridos sensuales, pero desprendiendo el fulgor, la magnificencia de una obra intensamente lírica que, sin duda, nos atrapa. Esquinas de luz e infinitas espirales de magia, de esa aura luminosa que adquieren las palabras cuando no solamente denotan seres, objetos, sino magia. Es la palabra interna, latente, que descubre la poeta y que nos emociona. Estos poemas de Rosy Paláu, expresando lo inexpresable, meditando sobre el tiempo, sobre esa muerte siempre visionaria de nuestro ser y sobre los misterios que nos constituyen en lo que somos y como somos, ordeñan las ubres de la eternidad, como diría Vicente Huidobro.”



Francisco Martínez Bouzas



Rosy Paláu en la presentación de "Las esquinas de la luz"


Cuatro poemas de Las esquinas de la luz



DÉCIMAS A LA MUERTE



“No hay quien pueda detenerte,

de tu gozo pasajera

haces viaje de la espera,

visionaria de mi suerte.

Cuando duermo puedo verte

y de luz tu sombra oscura

va luciendo la estatura

de algún sueño pretendiente

que con cuerpo transparente

le da amor a la negrura.



¡Qué derroche de presencia,

cuánto espacio bien formado,

un fantasma exagerado

por el don de su existencia!

Más allá de toda ciencia,

casi al ras de lo ordinario,

es un hecho milenario

encontrarte en lo desierto,

viva en el ardor incierto

de un reflejo solitario.



Te imagino interrogante

consultar el segundero

derritiéndose de esmero

blanda cera del instante.

Del silencio consonante

rimas tiempo con materia.

Solo soy la vieja historia,

olvido, palabra, polvo,

ese deseo en el que vuelvo

repetida de memoria.



Voy conociéndote en partes,

así está firmado el pacto

que aparezcas en el acto

mientas rezo porque faltes.

Aunque cuentes y más cuentes

la  verdad es que no quiero

ser la suma de ese cero,

estar triste cuando gozas,

deshacerme de mis cosas

solamente porque muero.”





LA NOCHE



La noche, lo gris,

el incesante segundero.

No sabe el tiempo del tiempo deshacerse.

Hay en el aquí, un allá mismo,

una lejanía que el instante abrevia.

Todo se cierra para poder hallarte,

el silencio lleva luz

de lo solamente tuyo.



Cueva de reflejos,

palabras en la lumbre de su imagen;

rumores desordenan la penumbra;

aire, sed de las cosas,

la nada inventa lo que arrastra,

en lo bajo las estrellas

desprenden de una orilla

la oscuridad de la ventana.

Entre lo que se va y lo que se queda,

mi alma es un adentro de infinitos.”





TE BUSCO



“Te busco como la luz

en los espejos sin salida

no más lejos de las sombras,

con la visión de los sentidos.

Qué oficio el de soñar,

poner la hora en el silencio

del mismo día,

volverse eterno de lo breve,

mientras la noche avanza

entre las cosas

hace la resta de lo vivo.”





SOLO DE LUNA



“Llanura donde la noche

toca su solo de luna,

duermes.

Lo claro en ti

pesa lo que el cielo

sobre el agua.

El tiempo es la memoria de tu alma,

luz de lo apagado hace mucho.

Los sueños te separan de lo continuo.



Por la ventana el silencio alcanza

su mayor altura,

rumor de fantasmas removidos por el aire,

pasan las cosas sin ser vistas,

vive cerca la distancia.

El espejo te trasluce,

sales a las superficie,

brillo que toma brillo del instante.



Los días llegan de esconderse

entre las sombras,

las palabras que el viento dispersa

se juntan en el deseo.

Nada más el amor tenemos

para encender la ceniza invencible

de lo muerto.

La soledad nos guarda el secreto

de saberlo.

Cada quien se hunde como quien es.”



(Rosy Paláu, Las esquinas de la luz, páginas 15, 28, 36, 56-57)

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