miércoles, 27 de enero de 2016

UNA SINFONÍA RABIOSA EN UNA CUBA CAÓTICA



Fabián y el caos

Pedro Juan Gutiérrez

Editorial Anagrama, Barcelona, 2015, 235 páginas



   Retorna a la narrativa el escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, 1950), conocido como el Bukowski caribeño, aunque él confiesa que nada tiene del excéntrico escritor norteamericano, nacido en Alemania.  Celebrado sobre todo por su Trilogía sucia de La Habana. Le debemos al escritor cubano una escritura frenética, descarnada, con varias válvulas de escape, el alcohol y el sexo entre ellas, y de las que habla sin eufemismos ni tapujos. Una constante que se repite en esta novela con relación a la política y a la situación social cubana, no a esa La Habana que se cae a pedazos, sino a la homofobia revolucionaria en la ciudad de Matanzas. Pedro Juan Gutiérrez es el creador de una suerte de antihéroe de los bajos fondos, su homónimo Pedro Juan, un corrosivo hedonista que a veces destila gotas de romanticismo.

   Y regresa el escritor matancero con una historia que amalgama ficción y hechos reales, y cimentada fundamentalmente en dos vidas paralelas, dos personajes: el Pedro Juan, fiel protagonista de buena parte de las novelas del escritor y Fabián, hijo tardío de un matrimonio español emigrado a la Isla en los años 20 del pasado siglo. Dos personajes antitéticos aunque sometidos igualmente a tensiones. Uno es Pedro Juan, atlético, rebelde, vividor hedonista, compulsivamente aficionado al sexo. El otro es el Fabián del título: un chico enclenque, temeroso, aficionado a la música y homosexual. Su gran pasión: interpretar a Wagner en el piano. Ambos personajes son amigos o conocidos desde la infancia y representan las dos formas contrapuestas de vivir la Cuba revolucionaria. La novela es el fiel testimonio de un tortuoso y precoz desmoronamiento de un joven y talentoso músico cubano que ve truncada su vocación en la Cuba castrista debido a que sus inclinaciones sexuales no se ajustan a las consignas del régimen.

   Es Fabián, aunque la novela no se inicia con su presentación o con el relato de sus peripecias, sino con las de sus ancestros: sus abuelos y sobre todo sus padres, tanto en España como en  Cuba a donde habían emigrado en los años 20. La pareja progenitora es una copia difícilmente superable de la candidez (ella) y de la picardía y afán ahorrativo (él). El hijo, concebido por un error de cálculo del padre y por la ingenuidad de la madre. Así nació Fabián, después de haber escuchado machaconamente en su vida fetal la vacilante música de piano interpretada por la madre. En la familia todo marcha sobre ruedas hasta que la vorágine de la Revolución se tragó la tienda del padre y sus ahorros. Es el año 1961. Con un párrafo rotundo, sin concesiones, resume el escritor lo acontecido: “En ese momento todos los cubanos, seis millones de personas, quedaron igualados por lo bajo (…) En un instante dejaron de existir la clase alta, la media y la baja (…) Ahora todos eran  pobres de verdad” (página 51.

   En la siguiente secuencia, escuchamos la voz de Pedro Juan, en pleno inicio de una juventud que segrega mucha testosterona, y camina por senderos tortuosos, con un proyecto de vida consistente en vivir con intensidad y desorden total. La narración dibuja con fuerza, casi con furia, la vitalidad hedonista de este personaje: el placer de la desobediencia de un jodedor caótico, como se autodefine. El personaje nos cuenta su vida y sus peripecias para evitar ser un robot en un país donde todo comienza a estar prohibido, donde  la expresión “desviación ideológica” se pone de moda. Y en su devenir, nos encontramos con su asistencia a la escuela secundaria, su relación con Fabián, tan flaquito que parecía un microbio y al que “se le veía por arriba de la ropa que era maricón” (página 74). El descubrimiento del sexo con Regina sin las barreras de los traumas de la virginidad, con una esclavitud de lujuria desesperada. Después, con incontables mujeres. Un diablo lujurioso  implacable que se acerca a las hembras para templar, y punto.

   En la tercera parte la narración regresa a Fabián: el choque con su padre, su obsesión por el piano, los encuentros homosexuales en secreto. Pero será parametrado de forma negativa para la cultura, debido a sus gustos sexuales, y enviado a trabajar a una fábrica de carne enlatada, donde se reencuentra con Pedro Juan. La fábrica es un lugar caótico, verdadero microcosmos de lo que fue la Revolución en aquellos años: confusión, caos, crispación generalizada. Y en esa Cuba caótica, la vida les reservará destinos dispares a ambos protagonistas. Mas ambos encarnan la fisonomía humana y social de un país convulsionado y que Pedro Juan Gutiérrez retrata, no desde el exilio de Miami, sino desde dentro, sin ocultar nada, honestamente. Explorando y visibilizando la disidencia pulsional, la marginación social y las torturas psicológicas que sufrieron los homosexuales, víctimas de la homofobia revolucionaria imperante en Cuba desde los años setenta hasta principios de los ochenta.

   El escritor, sin citar nombres, nos transmite una corrosiva carga crítica de la política cubana y de los entresijos de la Cuba real de aquellos años: “una obra de teatro del absurdo”, repleta de miserables oportunistas con unos comportamientos ajenos al comunismo descrito por los libros. Nos sentimos aturdidos con una escritura frecuentemente brutal, como cuando relata las escenas, reproducida en el último fragmento, en las que los cerdos  son sacrificados de una forma horrorosamente sádica. En definitiva, un estilo de prosa feroz que parece haber bebido de esa música furiosa que Fabián aporrea en el piano poco antes del desenlace. Una sinfonía rabiosa en una Cuba caótica.



Francisco Martínez Bouzas


Pedro Juan Gutiérrez

 Fragmentos



“Ahora Veneno era un tigre. Nos pusimos de moda. La vida era un juego sensual y agradable para nosotros. No tenía tiempo para los sellos ni para la lectura. Seguía visitando el cine, sobre todo los fines de semana. Pero ahora siempre iba acompañado por alguna noviecita. Para besarnos y calentar. Me hacían una paja. Era normal, no había que rogarles, se daba por sentado. Ellas no se dejaban tocar más que las téticas. Abajo ni pensarlo. Todas eran vírgenes. Y todas guardaban la virginidad para la noche de bodas. Y todas se tomaban aquello en serio. Todas, sin excepción, querían noviar unos años, con seriedad, con permiso de los padres, y al fin casarnos cuando tuviéramos diecinueve o veinte años. ¡Todas! Qué trauma con las bodas y el matrimonio y los bebés y el aburrimiento. Carencia de imaginación y de sentido del humor. Carencia de todo. La conspiración de las vírgenes astutas. Bueno, para ser justos, tenían que ser astutas. Si perdían la virginidad les iba a ser muy difícil conseguir un hombre que se casara con ellas. Era algo cavernícola pero real.”



…..



“Un policía que estaba sentado por allí dijo en voz alta:

-¿Son los maricones que cogieron en la playa? Si yo fuera juez les meto veinte años por lo menos. Uhhh, como no. Veinte años. En Agüica trabajando al sol para que se hagan hombres. O se hacen hombres o se mueren.”



…..





“Me enviaron a la construcción de una enorme fábrica de carne enlatada, junto al mar, en las afueras de Matanzas. En esa época no se andaban por las ramas. O trabajabas o te detenían por «lacra social» o algo así y te mandaban para las UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la producción. A trabajar como un burro. Estabas preso pero al mismo tiempo estabas en un limbo legal, porque no te habían hecho un juicio. No había acusación ni condena. Si eras vago, maricón o religioso, te encerraban allí para que te rehabilitaras a través del trabajo. Trabajo y clases de marxismo durante unos cuantos años. Hasta que firmaras un papel asegurando que ya habías cambiado y por tanto no serías de nuevo vago. O maricón o religioso, según por lo que te hubieran encerrado. Parece un poco ingenuo, pero era así.”



…..



“Cada día mataban cientos de cerdos. No sé cuántos. Los traían en camiones desde las granjas y los metían en unos corrales enormes. Por la mañana temprano los hacían pasar en grupos de diez a un corral más pequeño, al fondo de la nave principal. Entonces un tipo agarraba un trozo de cabilla de acero, bien gruesa, se metía dentro del corral, y asestaba un solo golpe brutal en el cráneo del cerdo que estuviera más cerca. Al animal le brotaba la masa encefálica gelatinosa y una cantidad enorme de sangre por aquella herida, metía un berrido horrible y caía al piso temblando, con los estertores de la muerte. ¡Pánico! Los cerdos restantes se aterraban. Reculaban hacia el fondo del corral, se encaramaban chillando unos sobre otros. Y se cagaban y meaban de miedo. Era todo un espectáculo. Sadismo puro. Se les salía toda la mierda y se cagaban unos encima de los otros, chillando sin parar. El verdugo ahora debía cuidarse porque los animales se defendían adentelladas, furiosos. Y les atacaban. Pero el hombre era hábil y seguía matando rápido, uno tras otro. Les partía el cráneo de un solo golpe. Era un experto en asesinar cerdos. Los últimos intentaban esconderse detrás de los muertos, cagando y meando más.”



(Pedro Juan Gutiérrez, Fabián y el caos, páginas 81-82, 141, 153, 155)

2 comentarios:

  1. Una obra que refleja el caos de aquellos tiempos en una Cuba que nunca curará sus heridas. Muy bueno, gracias por compartir, tu reseña siempre hermosa, un abrazo.

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