domingo, 3 de enero de 2016

LOS NIÑOS DE NADIE: EL RETRATO DEL DESAMPARO



Los niños
Carolina Sanín
Ediciones Siruela, Madrid, 2015, 153 páginas.

   Con la cita inicial, en el paratexto, de la película Gloria de John Cassavets, en la que Phil busca en Gloria a su madre, a su padre, a toda su familia, incluso a su novia, Carolina Sanín, escritora, traductora y profesora de la Universidad de Los Andes (Bogotá), nos introduce en el marco en el que se desarrolla su segunda novela, sobre la que planea un interrogante crucial: qué es ser niño en Colombia, qué es ser mujer y madre también en ese mismo país cuando se vive en el más absoluto desamparo o se carga con el terrible peso de la soledad, el vacio, la frustración vital y no pocos conflictos existenciales. En una sinopsis lyncheana, ofrezco un fragmento de la contraportada de Ediciones Siruela: “Laura Romero, antigua locutora de comerciales de muebles y del servicio telefónico que da la hora y rentista de la mina de sal familiar, vive con su galgo Brus y es asidua a los supermercados. A la casa de esta mujer solitaria llega, una noche, un niño de seis años llamado Fidel”.
   La novela se inicia con los antecedentes de Laura y de la mujer que le cuidaba el coche a la puerta del supermercado, hasta que un día, en vez de decirle: “Se lo cuido”, le oyó decir: “Le tengo el niño”. Y, como si fuera una premonición, a los pocos días, delante de su casa, divisa un niño llorando, aparentemente abandonado, que se introduce en su hogar. Le llamará Fidel, y comienza a sentir cierta ternura y a proyectar significados sobre la presencia de ese niño, porque se siente elegida. Tras un período en el que Fidel se pierde en la burocracia administrativa, con engaños y distracciones, se le ocurre a Laura que podía ser buena idea vivir y caminar “con un niño al lado para decirle, a veces, hacia dónde mirar” (página 77). Con un niño en sus vida, incluso los días podrían tener forma de días. Y así, Laura se convierte en tutora del niño, lo escolariza, le asigna una fecha de nacimiento para poder darle un futuro. El desenlace de la novela es ciertamente inquietante, con la consulta a una clarividente, descifradora de las suertes, con la esperanza de que adivine el futuro del niño, saber al menos si llegará a ser grande.
   Los niños es una novela turbadoramente simbólica, enraizada en la realidad. Esa realidad es el espacio de la novela: Colombia, un país con muchos niños y niñas (los gamines), destruidos por la miseria, por los conflictos bélicos, la explotación. Un país expoliado por una de las oligarquías más conservadoras y reaccionarias de América Latina, perpetuada en el poder “democráticamente” desde hace más de doscientos años. Por eso la novela rebosa de sangrantes paradojas: el interior del supermercado que asiduamente frecuenta la protagonista, es la metáfora de la sociedad consumista. Afuera: el carrusel de la mendicidad, de la limosna, de esos “le tengo”, “le cuido”. Un país además, aunque no es el único, con la figura de la madre algunas veces perdida, pero con multitud de figuras paternas más de mil veces igualmente perdidas. No en vano en la novela se alude frecuentemente a la ballena: homenaje por supuesto a Moby Dick de Herman Melville, pero algo más: símbolo de una maternidad plena: se precisan madres como ballenas, consagradas por entero a la maternidad, mas sin olvidar que un hijo/a también tiene padre.
  
Gamines de Bogotá
   La carga simbólica que encierra la novela tiene, por lo tanto, que ver con las funciones de la maternidad/paternidad. Laura, la protagonista que acoge al niño, intenta dotar de significados su presencia, mientras ella misma acarrea su propio desamparo, un verdadero conflicto existencial, la necesidad de huir de su propia orfandad. Con la tutoría del niño, se amalgaman los desamparos. El niño, por su parte, no viene de ninguna madre, o mejor dicho, viene de una madre perdida. Por esa razón, no crece como un niño que se desarrolla en un hogar familiar. El suyo es un crecimiento fantasmal, como ha subrayado la autora. A veces vuelve atrás para ver quien había esperado su llegada al mundo, y, al no encontrar a nadie, se da cuenta de que había sido hallado por todos los extraños. El niño nace realmente en el momento en el que conoce a Laura y esta lo acoge. Pero su mente no es capaz de procesar sus propias emociones y las proyecta sobre Laura, la madre elegida.
   Una novela tejida con los hilos de una escritura surrealista en una tela teñida de dramatismo e incertidumbre. Con un lenguaje envolvente y cuidado, con párrafos que traducen verdaderos poemas (“La tierra está en el fondo de todo, incluso del océano. No sé dónde está el ojo. ¿Está siempre arriba? ¿Es la superficie? ¿Está encima y ve desde el aire la caída de su propio cuerpo? ¿El ojo es el hijo del cuerpo?” (página 77). Un estilo de prosa cálido y evocador para narrar el desamparo.

Francisco Martínez Bouzas
                                                       
                                                                                                         
Carolina Sanín
Fragmentos

“Laura vivía a pocas cuadras de la Olímpica, así que con frecuencia iba a pie y aprovechaba para pasear a Brus, su perro. Lo dejaba atado a la reja del supermercado y a veces, a la salida, encontraba junto a él a un transeúnte que se había detenido a contemplarlo y decía  que qué belleza, qué maravilla, que de qué raza era.
En Bogotá no eran comunes los galgos. Algunas personas creían que aquel perro era un ejemplar flaco de una raza que les era conocida, al que le había tocado en suerte un mal humano. Un día, en el parque Simón Bolívar, Laura sufrió que le dijeran ¡Dele comida, gorda!, y no se sintió gorda aunque no fuera esbelta como el galgo ni como ella misma veinte años atrás. Era morena y tenía el pelo largo, con dos ondas, con más canas que cuantas alcanzaba a verse en el espejo. Cuando consiguió el niño y comenzó la historia de los dos, ya quienes la conocían llevaban una década diciendo de ella Fue una belleza.”

…..

“También le contó al niño que varias veces en la historia de los hombres había sucedido que un navegante había tomado a una ballena, cuando el lomo de esta sobresalía del agua, por una isla. El navegante desembarcaba allí y solo se enteraba de que había pisado algo vivo cuando la isla se hundía o empezaba a avanzar. Algunos llegaban a vivir por muchos días ilusionados, naufragados, sobre una ballena.
Fidel la escuchó atento, mirándola a los ojos cuando ella miraba los suyos y, cuando no, mirando hacia donde ella creía que ella miraba. Dijo que nunca había oído  sobre las ballenas. Preguntó si Laura era la única persona que sabía de ellas, o si sabía ella y su mamá, o si toda la gente hablaba de eso.”

…..

“Laura pensó que podía ser bueno vivir y caminar con un niño al lado para decirle, a veces, hacia dónde mirar. Se le ocurrió también que con un niño los días podrían tener forma de días: surgirían, avanzarían, se tenderían y volverían a hundirse. El tiempo regresaría al tiempo. El niño y ella irían por ahí, pasando, y el mundo los vería pasar.”

…..

“El día se había despejado cuando llegaron a la tierra caliente. No había una sola onda en la tierra, y el cielo azul los envolvía de blanco y amarillo.
Vieron pastizales vastísimos, tal vez melancólicos, llenos de vacas quietas de todos los colores de las vacas. Vieron garzas encima de las vacas, y más allá, adelante en el cielo, nubes blancas medianas y pequeñas. Ni siquiera en el mar había visto Laura un cielo tan grande como ese de la llanura. En ningún otro lugar podía uno ver las nubes a tanta distancia, participar de una sombra tan lejana. La alegraba ver por primera vez, al lado de un desconocido, ese horizonte.
Caminaron por una arboleda. Laura le sugirió al niño que se saliera del sendero y anduviera solo durante un rato, que ella lo esperaría. Que se metiera entre las hojas hasta que empezara a sentir que a su lado iba alguien a quien nunca hubiera visto. Él fue pensativo y animado, imaginándose cosas que aprendía, y volvió.”

(Carolina Sanín, Los niños, páginas 14, 37-38, 77, 98-99)

5 comentarios:

  1. Gracias por tan bella reseña, un problema social que desgraciadamente se vive en todos los países del mundo, y que habla de esa necesidad de amor, que se representa tanto en la protagonista, como del niño que acoje, interesante y muy actual, te dejo un abrazo, gracias por la luz de tus palabras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Una vez más. me complace observar tu fino olfato para la lectura. Has captado perfectamente la susbtancia temática de la novela de Carolina Sanín. Mucgas gracias por el comentario.

      Eliminar
    2. Gracias a ti, tú haces la magia, yo sólo escucho a través de tus palabras, muy agradecida, te dejo un fuerte abrazo.

      Eliminar
  2. Parece mentira que des a conocer con tanto detalle el fondo real de esta novela en tan corto comentario. Todo es conmovedor desde el contenido del texto, el transcurrir de esa soledad de los niños que se transmite al adulto, pues en la representación del consumismo está la soledad del que hace la catarsis a su modo, y hay quienes lo hacen como este personaje en su asidua visita al supermercado.
    La soledad del niño de Colombia puede ser la de cualquier parte del mundo, sobre todo si miramos hacia el resto de América Latina. Es estremecedora la visión de la autora y como hace que el lector se meta en las profundidades de cada suceso; el no saber cuándo nació y dónde, el niño, y su desconocimiento de las ballenas, nos muestra cómo puede parecerse la vida de un ser humano a la de un perro callejero. Debe ser una gran persona esta escritora para poder ahondar de forma tan profunda en la soledad, orfandad e ignorancia del niño, que de no ser por Laura seguro que su futuro sería igual al presente, y además poder transmitirlo en su obra.
    Por lo que veo parece estar sentando las bases de un nuevo estilo, al menos una manera distinta de narrar hechos que apelan a la sensibilidad del lector dejando de lado todo prejuicio.
    Una excelente crítica la tuya, como siempre tan atinada y acertando justo en el centro, como en el tiro al blanco.
    Saludos.

    ResponderEliminar