domingo, 13 de diciembre de 2015

"LA MUJER DE ISLA NEGRA": PABLO NERUDA ENTRE POEMAS, CARACOLES E INFIDELIDADES



La mujer de Isla Negra

María Fasce

Alianza Editorial, Madrid, 2015, 246 páginas



   María Fasce se suma de forma perspicaz a la tendencia de la narrativa contemporánea de convertir a literatos reales en personajes de ficción. Los escritores, y en general los intelectuales, interesan cada vez más a los narradores. Aunque el fenómeno no es nuevo, en la dos últimas décadas se produjo un notable floración de novelas en las que el protagonista es un escritor o un personaje con intereses intelectuales. Existen múltiples ejemplos: El animal moribundo de Philip Roth, La noche del oráculo de Paul Auster, Elizabeth Costello de J.M. Coetezee, Ravelstein de Saul Bellow, Leonora de Elena Poniatowska. No son los únicos casos: Henry James fue tratado como un “dramatis personae” imaginario por tres novelas del mercado anglosajón; Julian Barnes se sirvió de Ivan Turguénev y de un episodio amoroso de su vida para escribir uno de los mejores relatos del libro La mesa limón. Silvia Plath, Virginia Woolf y Dostoievski son así mismo los protagonistas de ficción de Kate Mose, Michael Cunningham y J.M. Coetzee. Sin olvidar el relato Tres rosas amarillas de Raymond Carver en el que aparece Chéjov.

   También Pablo Neruda, y sobre todo su prolongada estancia en Isla Negra, ha inspirado a escritores y cineastas. Antonio Skármeta y el director de cine británico Michael Radford nos han transmitido, a través de sus textos o de sus películas -El cartero de Neruda es el más conocido- una imagen idealizada de Neruda: un ser afectuoso, que irradia sabiduría y bondad. Una visión de Pablo Neruda bastante alejada de la realidad.

   La mujer de Isla Negra de María Fasce persigue transferir así mismo a los lectores un retrato de Neruda mucho más fiel con lo que fueron los hechos: un Pablo Neruda de carne y hueso, una persona esclava de sus contradicciones, infiel con sus amantes, ególatra.  Un ser humano rebosante de virtudes y defectos; malherido por una dicotomía entre su vida pública y la privada.

                                                   
Pablo Neruda
 No obstante, María Fasce no se decanta en la novela por Pablo Neruda como personaje central. Sobre él gira la narración, pero visto, “contado”, e incluso “olido” por Elisa, una adolescente al inicio de la novela -mujer madura en las páginas finales- que llega a Isla Negra acompañando a su madre que ejercerá de sirvienta abnegada de Neruda y de Delia del Carril, la pintora argentina, segunda esposa del escritor, de la que dice estar enamorado, pero a la que es infiel con Matilde Urrutia. Precisamente la novela echa a andar con un “inicio glorioso” y desconcertante para la adolescente, cuya sexualidad está despertando: encerrada en un armario, contempla sin pretenderlo una escena de sexo, rayana a la animalidad, entre Pablo Neruda y una mujer que no es Delia, sino Matilde Urrutia. Esa sorpresiva visión es el desencadenante inmediato de la novela. Hay un secreto que se revela en el desenlace, que justifica también este texto de desagravio. El triangulo sentimental de Neruda, esposo enamorado de la refinada pintora argentina, veinte años mayor que él, a la que engaña con la sensualidad de una mujer mucho más mediocre.

  
Delia del Carril
La novela sitúa a los protagonistas a inicios de los cincuenta. Pablo Neruda ya vive en Isla Negra, entre caracoles y poemas. A esa mansión, huyendo de la miseria del Temuco natal, llegan Raquel y su hija Elisa. La madre será la sirvienta callada hasta que, humillada por Matilde Urrutia, regresa a Temuco. Y Pablo le deja irse. Pero la niña se queda. Ella lo oye y lo huele todo; espía los poemas y las infidelidades de Pablo. Y descubre su propio cuerpo, su sexualidad. Despierta su feminidad y se hace “señorita”. Más tarde llegará Victoria Ocampo, gran amiga de Delia del Carril que está en esa fase de abandono de su cuidado corporal. ¿Quizás porque Pablo ya no la miraba?, se pregunta la autora. Elisa, sin embargo, la admira, le embelesa su elegancia y su glamur. No quiere, en cambio parecerse a su madre, con los hombros caídos y portando en su cuerpo el olor del ajo y de la lejía, los olores de la pobreza.
   En la tercera y cuarta parte, la veremos ya como mujer en París, enamorada, escribiendo cuentos con el heterónimo de Josefina Linares. Y enterándose del gran secreto que reivindica definitivamente a su madre: ese Pablo Neruda, hombre viejo y cansado que la miraba sin verla en la Ciudad de la Luz, es su padre.

   La novela muestra varias formas de ser mujer: la culta y sofisticada (Delia del Carril); la mediocre y mentirosa (Matilde Urrutia); la que crece, asimila, construye su identidad y asume su pasado (Elisa Luna). También varias imágenes de Pablo Neruda: inmenso poeta (“Ningún poeta del hemisferio occidental admite comparación con él” Harold Bloom), cariñoso y acogedor con la niña y adolescente, cobarde en ocasiones e infiel con sus mujeres.

                                                      
Matilde Urrutia
   Elisa Luna es sin duda la mujer de Isla Negra. Pero no olvidemos que el personaje es una construcción de la autora, que María Fasce lo ficcionaliza todo, aunque basándose en personajes reales. Y, si bien en un epílogo le concede vida real y nos la muestra dirigiendo la “Casa de los Jóvenes Poetas” que soñara Neruda, todavía estamos en terrenos ficcionales. También es cierto que Pablo Neruda pasó buena parte de su adolescencia  en Temuco, a donde viajó más de una vez, y de esa ciudad  proceden madre e hija y ese hecho abre muchas posibilidades de amores adolescentes u ocasionales. La vida familiar de Neruda fue compleja: tres matrimonio y una hija, Malva Marina, fallecida a los ocho años por hidrocefalia, ignorada por su padre (“solo es un lamento”), y cantada, sin embargo, por García Lorca (“Malva Marina, quién pudiera verte / delfín de amor sobre las viejas olas”).

   María Fasce escribe desde la ventana de Elisa, siguiendo el consejo de Henry James. Y sus impresiones nos llegan con una escritura clara, con hermosos fulgores líricos, que, no obstante, no son un fin en sí mismos, sino un hábil procedimiento para conseguir que el lector se introduzca en el texto. Y entre esas impresiones, llama poderosamente la atención la importancia de la sensorialidad, especialmente las percepciones olfativas. La protagonista relatora conoce la realidad aspirando los olores: los olores de la cama húmeda y revuelta de Neruda, entre otros. Una novela pues no solo para ser leída, sino también para ser saboreada a través de los sentidos.



Francisco Martínez Bouzas



                                                      
María Fasce

Fragmentos



“En la oscuridad se pueden ver mejor los detalles. Cada imagen se une a un sonido y se recorta sola y nítida en el negro y el silencio. Los pasos por ejemplo. Nadie mira los pasos en el día, apenas se oyen. Nadie ve una mano tocar una mano, una rodilla. Las cosas importantes se pierden. Cae un bretel, un cuerpo retrocede y los besos suenan como estampidos en el negro. Las risas se confunden con la luz pero en la oscuridad asustan como relámpagos. La mujer se reía. No se reía como mi madre ni como las mujeres que yo había oído reírse, se reía más fuerte, la risa más aguda.

Se había quitado la ropa. Tenía la espalda bronceada y las nalgas grandes y un poco caídas. Pero en las piernas se le marcaban los músculos, como a las bailarinas. En la pantorrilla izquierda, una mancha oscura del tamaño de una ciruela. El vestido le rodeaba los tobillos como si estuviera en medio de un estanque en el que flotaban el sostén y los calzones, que eran de un color dorado.

Pablo no estaba desnudo. Fue hacia la ventana y oí el ruido de una silla: se había sentado para sacarse los zapatos y la ropa, y ahora iba hacia la cama. Los pelos del pecho le trepaban por los hombros y seguían en dos franjas en la espalda.

-Date vuelta- volvió a reírse ella. Estaba en la cama, un triángulo negro entre las piernas.”



…..



“Me senté junto a ella (Delia). La abracé. Nunca nos habíamos abrazado. Busqué su perfume y allí estaba, escondido, ese olor  a jazmín y madera, suavísimo. El olor de la ropa en el armario la tarde en que me escondí para ver a Matilde y a Pablo en la cama. Quizá tenía que habérselo contado. Pero entonces Delia se habría ido mucho antes.

-¿Qué pensás?

-Nada- dije

-No se pude pensar en nada. Sólo es posible no pensar cuando se hace el amor.

No hablaba para mí sino para ella, como tantas veces. Se pasó una mano por la mejilla.

-Yo hace seis años que no lo hago, y ya no creo que vuelva a hacerlo, nunca más.

Apoyó la cabeza en mi hombro y cerró los ojos.

Nunca habíamos estado tan cerca.

Le acaricié el pelo y nos quedamos así, mucho tiempo.

De pronto dijo:

-Andá, tráeme los cigarrillos.

Dejaba de fumar y volvía a empezar, como hacía con la pintura. Fumaba y pintaba muchísimo, o podía días, semanas, sin hacerlo.

Sonó el teléfono.

Era Pablo. Quería hablar con ella.

-Decile que fui al pueblo. Decile que estoy muerta. Le dije que no estaba, que había salido.”



…..



“Amamos cada pequeño gesto de las personas que queremos; el odio es igualmente detallista. Yo odiaba la mancha en la pantorrilla y la risa de Matilde, que fueron las primeras cosas que le conocí. Pero también su esmalte de uñas color fucsia, el balanceo exagerado de sus caderas al caminar, su dedo meñique alzado al sostener la taza y, especialmente, una costumbre repugnante que tenía, cuando Pablo no la veía, de olerse el aliento torciendo la boca.”



…..



“-Cuéntame de papá, de mamá y papá. De Pablo y mamá. Cómo se conocieron.

Juana dejó caer la cuchara en el plato. Miró por la ventana. Apoyó sus manos, esas manos brillosas y ajadas, como las de mi madre, sobre la mesa.

-En un baile.

-¿Mi madre bailaba?

-Ella sí. Pablo no.

No dio detalles. Como los titulares de un diario. Habían sido novios a los quince años, en el liceo de Temuco. Después Pablo se marchó a Santiago. El único amor de mi madre. Y él, sí, parecía enamorado, en esos días al menos. Volvió veinte años después, un día, a dar una conferencia. Mi madre fue a escucharlo y al final se acercó y salieron juntos de la sala, y pasaron todo el resto del día y de la noche juntos. Al otro día, él regresaba a Santiago. Mamá descubrió pronto que estaba embarazada, y decidió tenerme. Estaba feliz, tan feliz como ese mes que había salido con Pablo. No iba a contarle nada. Sólo se lo diría si él volvía  a llamarla. Nunca llamó. Y mi madre le prohibió a Juana que lo buscara.”



(María Fasce, La mujer de Isla Negra, páginas 15-16, 131-132, 140, 226-227)

2 comentarios:

  1. Un trabajo literario muy bien presentado...

    Saludos
    Mark de Zabaleta

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  2. Preciosa reseña, quisiera leer este libro, la verdad es que me ha atrapado, ya que soy admiradora de Pablo Neruda y el triángulo amoroso, me pareció muy interesante, sobre todo por su narrativa con exquisitos toques de lírica, te felicito, siempre haces gala de tu pluma y nos orientas en la lectura, veré la forma de conseguirlo, gracias, abrazos de luz.

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