jueves, 12 de noviembre de 2015

GAUDÍ ¿ARQUITECTO DE DIOS O BRUJO MEGALÓMANO CON ARREBATOS DE ORGULLO?



Mi Gaudí espectral. Una narración

Rafael Argullol

Acantilado, Barcelona, 2015, 72 páginas



   Pensador, ensayista, poeta y narrador. Un escritor todoterreno  que rompe los moldes genéricos, que suele suturar en esa “escritura transversal” -es el epígrafe que él mismo ha creado- la mayoría de sus creaciones escriturales. Es Rafael Argullol, el autor de Mi Gaudí espectral. Una narración, y que sigue pensando prácticamente desde que se inició en la escritura que las fronteras entre los géneros literarios son y deben de ser difusas o incluso neutras. La pequeña obra que hoy comento, es la confirmación y a la vez el oportuno aprovechamiento de ese recorrido transversal, cuyo fruto es un acercamiento híbrido, entre la biografía intelectual, la crónica urbana barcelonesa y alguna cala en las propias experiencias vitales del escritor, a la existencia de Antoni Gaudí, al que Argullol recupera en forma espectral y con el que dialoga en un monólogo -valga en este caso la oposición entre ambas acciones-, un pretexto razonable para rescatar las luces y las sombras de Antoni Gaudí, “el Arquirtecto de Dios”. Un creador titánico, sin mesura, encuadrable en la sacrosanta “secta” de los grandes y desmesurados artistas: Miguel Ángel, Beethoven, Mozart, Nietzsche... Como ellos, Gaudí fue víctima de las grandezas y miserias de la desbordante capacidad creadora y de las dificultades vitales para gozar plenamente de la felicidad. Antoni Gaudí, el arquitecto de las paradojas que desechó la dictadura de la línea recta que imponía el siglo XX, a favor de la curva, que luchó de forma intempestiva para lograr “una luz única a través de la piedra”. El visionario que delineó e inició la Sagrada Familia, la última catedral de Europa o la catedral de un futurible dios desconocido.

   Una justificada prolepsis inicia la narración con la muerte de Gaudí. Porque solamente se puede hablar con un fantasma después del fallecimiento de la persona que lo encarnó en este mundo. Gaudí no murió como un héroe, sino como un pobre vagabundo anónimo con las pintas de un mendigo. Atropellado por un tranvía y desangrado en el pasillo del Hospital de la Santa Creu junto a otros miserables, porque nadie le había reconocido. Murió como un pobre desgraciado -símbolo del artista decadente y olvidado-, pero con un funeral solemne con miles de asistentes. Pero del Gaudí vivo todo el mundo huía. Era a la vez “Arquitecto de Dios” y pobre diablo, despilfarrador de  la mejor piedra de las canteras y del dinero ajeno. Por eso la gente cambiaba de acera al divisarle en cualquier calle.

   El autor narra con pericia ese amor/detestación del pueblo barcelonés hacia su famoso y dilapidador arquitecto, integrándolo así mismo en su propia biografía. En las percepciones del niño conformadas por los comentarios del padre. El adolecente que contempla la Sagrada Familia como un conjunto de cuatro cucuruchos de piedra ennegrecida que crece lentamente desde finales del siglo XIX. La Casa Batlló, una excentricidad con un dragón en el techo. La Pedrera, una aberración colosal incrustada en la mejor calle de Barcelona. Las recaudaciones de fondos para las obras del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, en las que participa como bachiller de un colegio católico. Sus años de estudiante universitario en los que aprende a  detestar, “con supuesto conocimiento de causa”, la obra del espectro que había irrumpido en su vida, porque sus creaciones arquitectónicas estaban en las antípodas del moderno rumbo arquitectónico y de la sensatez racionalista.

                                                


 También la ciudad percibe la obra de Gaudí de forma incómoda, sin saber muy bien qué punto de vista adoptar: extravagancia, desmesura y al mismo tiempo amor borroso, salvador, no obstante, de la Sagrada Familia en más de una ocasión de las fiebres incendiarias. Y a la par, los éxitos foráneos que han transformado la catedral de los pobres en un verdadero becerro de oro, sobre todo tras la celebración de los Juegos Olímpicos.

   Una narración atractiva que al mismo tiempo incita a la reflexión sobre la creatividad y la experiencia estética y sus recepciones en el seno de la sociedad. Así como el reflejo de la incompatibilidad entre la vida y la obra, porque Antoni Gaudí, que renunció al amor a los placeres de la carne, incluso como alimento esculpiéndose como asceta, fue un verdadero caníbal en sus “desmesuradas” creaciones arquitectónicas.

   Un relato en el que el fantasma de Gaudí no habla, aunque sus pensamientos se transmiten a través de sus ojos, y que Rafael Argullol recoge en un relato preñado de ficción y de realidad. La mejor guía, sobre todo una guía alternativa, para los millones de visitantes que cada año peregrinan por los “lugares santos” gaudinianos ante la indiferencia de los nativos, para comprender la arquitectura a contra corriente de Antoni Gaudí y el espíritu de su creador.



Francisco Martínez Bouzas



                                                      
Rafael Argullol, foto Gabriela Zea

Fragmentos



“-Así que no moriste como un héroe sino como un pobre desgraciado. Ibas vestido como un pobre desgraciado: sucio, con trajes raídos y zapatos gastados de tanto caminar. ¿Es verdad que llevabas los pantalones sujetos con imperdibles? Con el paso de los años te habías abandonado cada vez más. Apenas comías, jamás renovabas tu vestuario. Sin embargo, en tu juventud, cuando llegaste a Barcelona para estudiar arquitectura, te considerabas un dandi. Te comprabas los trajes en las mejores tiendas de la ciudad. Sobre todo te gustaban los guantes de cabritilla y los sombreros de copa, que comprabas en la sombrerería más refinada.

El día de tu accidente, al bajar por la calle Bailén, en dirección al barrio Gótico para acabar visitando el confesionario de Sant Felip Neri -tu itinerario de siempre- en nada te distinguías de un mendigo. En realidad, ya habías estado varias veces a punto de ser atropellado por uno de esos tranvías de frenos gastados que no se detenían ante los zarrapastrosos y los borrachos. A ti el tranvía, tras golpearte con fuerza, te lanzó contra una farola. Luego el conductor continuó su trayecto. ¿Fue así? Quedaste magullado. Perdías y recobrabas el conocimiento. La sangre brotaba de una de tus orejas, tiñendo la barba enmarañada. Tu aspecto, por tanto, empeoró.”



…..



“En mi aprendizaje de los desatinos de Gaudí no tardé en percibir que La Pedrera era el objeto del mayor de los sarcasmos. Mientras que los otros edificios del arquitecto eran juzgados con cierta ambivalencia. La Pedrera merecía una reprobación absoluta, como si fuera el prototipo de las monstruosidades arquitectónicas. No había avaricia al dedicarle calificativos, ninguno de ellos elogioso. El erudito en anécdotas burlescas nos informó minuciosamente de lo que, si el destino no lo hubiese impedido en forma de falta de fondos, habría sido la más espectacular pesadilla legada a la ciudad por Gaudí: una virgen mastodóntica, erigida por su amigo el escultor Mani, colocada encima del edificio de viviendas. De creer al erudito antigaudiniano, la colosal escultura era, según la idea de Gaudí, tan desproporcionada que La Pedrera hubiese constituido un mero pedestal para asentar la tremenda Madona que, en adelante, tutelaría la ciudad.”



…..



Todo, si el templo sobrevive, ¿cuál será su destino final, su mensaje a los tiempos venideros? ¿Has imaginado por un momento que el resultado sea completamente opuesto al previsto? ¿No podría ser acaso que tu templo, la última catedral de Europa, sea el anuncio de la extinción del cristianismo, y que al elevar la cruz sobre la Torre de Jesús, en 2020, según se dice, coronada tras siglo y medio tu Sagrada Familia, se proclame que los europeos ya han dejado de ser cristianos pues prefieren, en adelante, esperar a un nuevo dios desconocido? ¿Y si se diera la paradoja de que, en definitiva, tu obra es ya ese altar vacío que aguarda la irrupción de otra divinidad?”



(Rafael Argullol, Mi Gaudí espectral. Una narración, páginas 8-9, 25-26, 68-69)

4 comentarios:

  1. Una interesante perspectiva...histórica...

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  2. Prueba de que el dinero no hace la felicidad. Al final fue un hombre pobre de dinero... pero rico para la eternidad.

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  3. Todo este andamiaje estilístico me encanta, y de contenido metamorfoseado por una rica imaginación, retadora como por instinto, no sé si de sobrevivencia con grandes dosis de talento, en fin, todo un banquete que te gradezco, amigo. Abrazos.

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  4. Muy interesante, esta novela que nos adentra al pensamiento de este gran arquitecto. Me parece magia pura hechizando el corazón de la creatividad. Gracias por compartir tu reseña, siempre es y será un gran regalo leerte. Un abrazo.

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