jueves, 26 de noviembre de 2015

"LA FORMA DE LAS NUBES": FRAGMENTOS DE UN FRISO VIVENCIAL



La forma de las nubes
María López Sánchez
Traducción de Xosé Antonio López Silva
Mar Maior (sello de Editorial Galaxia), Vigo, 2015, 85 páginas

  Leí y vuelvo a leer con placer este debut de María López Sánchez en el género narrativo. La forma de las nubes, sin pasar por alto algo que esta escritora, aún muy joven y doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, escribía en el año 2007 en un ensayo con el que ganó el Premio Ramón Piñeiro de Ensayo, y cuyas palabras traduzco al español: “La erotización del paisaje fue fundamental para la empresa colonial al convertir la geografía en un cuerpo maduro para la conquista. Existe, pues, un hábito cultural que marca el paisaje como algo femenino que tiene mucho que ver con el papel dominante de los hombres en la actividades culturales que conforman nuestra visión del paisaje” (Paisaxe e nación, página 186). Palabras que deberían ser compartidas en buena medida por quienes sean conscientes de esa dicotomía naturaleza / cultura, con claras proyecciones y atribuciones genéricas. Mas por motivos igualmente sólidos creo que se debe rechazar todos aquellos tópicos que suelen acompañar a las piezas de la literatura intimista, tal como fue calificada en su día la presente narración  por algún miembro del jurado que le otorgó a la novela de María López Sánchez el Premio de Narrativa Breve Repsol del año 2012: si una mujer escribe una novela intimista, resulta femenina. Si lo hace en cambio un hombre es profunda.
   Profunda y escrita con pluma poderosa es La forma de las nubes, publicada por Editorial Galaxia en 2012, traducida ahora por Xosé Antonio Silva y editada por Mar Maior. Novela intimista ciertamente, que ahonda en la personalidad de la protagonista -solamente sabemos que se llama C-, en las estrategias del yo, en las repercusiones en su personalidad de lo que sucede fuera y en su evolución, desde el momento en que, con trece años, emprende un viaje, hasta su edad adulta. Arrastrando un precoz aprendizaje del desamor, con bloqueo de la dimensión emocional, concentrándose únicamente en el sexo, hasta que llega el amor y sus barreras son tan inútiles, a la hora de evitar el enamoramiento, como fáciles de levantar de nuevo cuando sobreviene la traición.
   La escritura de María López Sánchez desnuda a la protagonista ante el lector, al que le permite escudriñar en las interioridades de su yo, en sus puntos vulnerables, en las vivencias de una vida que nace y en los sentimientos cuando la tragedia se asienta en su hogar. Y lo hace con una pragmática narrativa en la que, entre otros recursos, la autora combina hábilmente analépsis y prolepsis, que le permiten fundir planos temporales, mezclando el pasado con el presente, pero intentando construir al mismo tiempo realidades nuevas. Eses retales  del pasado son las losetas  existenciales de un friso vivencial al que la protagonista pretende dar sentido, interpretarlo, tal como hace cuando al mirar el cielo, contempla las formas de las nubes y las convierte en signos o en enigmas.
   Obra pues de formato biográfico, aunque sin olvidar su carácter ficcional, y cuyo referente no es la autora. Discurso narrativo, en la acepción de Todorov, como corresponde  a las acciones en movimiento y a los distintos avatares de una existencia. Así mismo, discurso narrativo muy alejado de cualquier seducción de lirismo poético, y, sin embargo, un libro que no desprecia las palabras y cree en su valor performativo en el sentido que le dio John L. Austin (Cómo hacer cosas con palabras).
   La forma de las nubes se hizo merecedora, como ya quedó señalado, del Premio de Narrativa Breve Repsol, 2012. Un premio otorgado, al menos en este caso, no a las ventas sino a la osadía de la innovación.

Francisco Martínez Bouzas
                                                      
                                                       
María López Sánchez
Fragmentos

“Tuvo que llegar el desamor para hacerme recordar y para que mi estado de ánimo fuera propicio para escribir. El desamor tiene la capacidad de volverlo todo gris. De repente, el cuerpo se siente desvalido, como sin duda se sintió en un tiempo que ya no es capaz de recordar. En el desamor siempre hay viento, un viento que se lleva los papeles del suelo, y la hierba que cortan los jardineros, y las pelusas, y la publicidad que se descuelga de los parabrisas, y las hojas de los árboles, aunque sea por otoño. El desamor lo transforma todo en metáfora. Las palabras oídas, los fragmentos de conversaciones, todo habla de cosas que se pierden. Los mismos árboles tiemblan con la tristeza de sus troncos desnudos y quizá recuerdan que un día fueron osados, que irguieron la cabeza hacia el sol, hacia la luz, hacia la plenitud.”

…..

“Tengo un teoría sobre la felicidad y las nubes. Se la he contado a algunos amigos y la encuentran simpática, les hace gracia, lo que no está mal, habida cuenta de lo poco dotada que estoy para el humor. La persona feliz, les digo, es capaz de tumbarse en la hierba a contemplar las nubes y dejar la mente en blanco, dejar que se deslice el tiempo con el propio discurrir de las nubes. Su mente no ofrece resistencias, no intenta frenarlas, no busca formas. Si acaso cristaliza alguna, no pretende detenerla, ni definirla, la deja ir, transformarse hasta desaparecer. Para la persona feliz  el movimiento de las nubes sirve simplemente como marcador del tiempo, intensifica su percepción del presente.”

…..

“Si una analiza los datos estadísticos y observa las sociedades modernas, llega a la conclusión de que el amor, tal como todos lo soñamos de adolescentes, es una rareza. Hay estudios científicos que señalan -no me atrevo a decir que demuestran- que el amor, como exaltación química y hormonal, sigue un patrón temporal que lleva necesariamente a la tranquilidad y a su decaimiento. La sabiduría popular habla de la crisis de los siete años, que implica posiblemente superar ya dos ciclos de tres o cuatro años que la naturaleza precisa para la procreación y el apoyo paterno durante la fase de mayor inmadurez y dependencia de la cría. Querríamos un mundo hecho para nosotros, pero el mundo y la vida trabajan para sí mismos.
Que hayamos sido capaces de soñar e imaginar algo como el amor romántico es una de las plasmaciones de la capacidad humana de ensoñar e idealizar. Es una elaboración artística.”

(María López Sánchez, La forma de las nubes, páginas 11, 19, 54)

martes, 24 de noviembre de 2015

"LA ABUELA CIVIL ESPAÑOLA": MIEDOS, HUIDAS Y RENACERES



La abuela civil española

Andrea Stefanoni

Editorial Seix Barral, Barcelona, 2015, 267 páginas

  

   Andrea Stefanoni (Buenos Aires, 1976), editora y directora de la librería más grande de Buenos Aires, debuta en solitario en la narrativa con esta novela que vio su primera luz en el Grupo Editorial Planeta de Argentina, y la ve ahora en la barcelonesa Seix Barral. La autora pretende ante todo transmitir a los lectores una historia muy personal, un homenaje a su propia abuela que pasó por vicisitudes parecidas a las de la protagonista. Pero la suya es una historia que a la vez se convierte en testimonio colectivo de toda una generación que, tras la Guerra Civil española, huyó a Argentina. Una historia pues de miserias, huidas, desarraigos, pero también expresión de esa fuerza que hizo que la mayoría de los emigrantes o exiliados fuera capaz de reconstruir en América (Argentina, México y Chile sobre todo) una nueva vida.

   La novela de Andrea Stefanoni está narrada a través de Sofía, nieta de la protagonista, “el historiador anónimo”, y alter ego de la propia autora. Y se inicia con una prolepsis: Sofía recibe una llamada de su hermano, informándola de que la abuela Consuelo, acababa de sufrir un accidente. La nieta corre “hacia la sangre” de la abuela y, de inmediato, su relato recupera y nos sumerge en el vivir diario de la abuela, huérfana a los siete años porque su madre había muerto de un susto (un infarto). Con doce años trabajando sin descanso en un pueblo minero de las montañas leonesas: en el pastoreo de las ovejas luchando contra los lobos,  en la cría de gallinas, las labores de casa, e incluso en la mina de carbón al cumplir quince años. La asistencia a la escuela era una lujosa excepción: a ella acudía  los días en los que el clima le impedía trabajar. Así se inicia la parte de la acción que la arquitectura de la novela hace que transcurra en España, en la que se amalgaman los recuerdos de la abuela, transmitidos fragmentariamente en pequeños recortes, con la ficción propia del relato.

   También en ese inicio inserta la autora la historia del abuelo Rogelio, otro lugareño que creía en el cambio, amante de los libros y luchador antifranquista durante la Guerra Civil. Condenado a muerte, será sometido al juego macabro de simulacros de fusilamiento, y finalmente liberado tras varios años en la cárcel. Una liberación dictada por el juez, poco verosímil en la España de la dictadura, y que el director de la cárcel hace pasar como premio de una partida ganada de ajedrez. De regreso al pueblo, matrimonio con Consuelo, con anillos de boda prestados y obligados a cantar el Cara al sol, rodeados de falangistas.

   Con la decisión de emigrar a Buenos Aires, debido al temor a las represalias falangistas, la autora traslada la acción a Argentina. Son emigrantes que temen la noche y que terminarán instalándose en una isla del delta de Tigre, donde trabajarán de quinteros (caseros). Es el desarraigo del emigrante que, no obstante, Andrea Stefanoni sabe humanizar por medio da la solidaridad de un país libre, en el que Evita Perón regala muebles a los necesitados, y donde los expatriados encuentran trabajo.

   Mas la novela no es solamente rescate de la dramática historia vivida y sufrida en España, sino también, en la tercera parte, crónica del renacer de la familia definitivamente instalada en Argentina. Por eso mismo, es una novela testimonio, y, a la vez, recuperadora de la historia familiar, de una generación anónima, obligada por motivos políticos o económicos a huir de España y hallar en Argentina su nueva patria. Es ese uno de los más nobles papeles de la literatura: ser guerra contra las guerras, como se afirma en el texto, y ser también guerra contra el olvido.

   Novela con una tonalidad optimista, a pesar de que la autora no ahorra la narración de episodios terribles, a veces de forma directa, otras, más sesgada. Ejemplos paradigmáticos, la descripción de la madrastra de la protagonista por sus acciones crueles que nos recuerda a las madrastras de los cuentos de hadas o quizás mucho más; la obligación imperante en las escuelas franquistas de delatar al compañero; el miedo a la venganza incrustado en el subconsciente del abuelo que le acompañará toda la vida.

   La autora ha dejado claro que no conoce de primera mano los espacios españoles donde se desarrolla buena parte de la historia. Por ser relato, afirma, la novela no tiene el deber de fidelidad a los lugares de la narración. Y en eso cierta. Lo que resulta mucho más discutible es el tono cercano al realismo mágico con el que nos traslada algunos pormenores del vivir diario en la España de la contienda y en la de la dictadura franquista. Andrea Stefanoni juega con dos marcas estilísticas: las secuencias iniciales están construidas  a base de frases breves, sencillas, despejadas de todo lo superfluo, en búsqueda únicamente de la desnuda precisión, un recurso ciertamente impactante, que es capaz de recrear en la mente lectora las duras condiciones de la vida en aquel perdido lugar de las montañas leonesas. Mas, a medida que el relato avanza, las frases se dilatan y ramifican, engordan su estructura sintáctica, como si con ello quisieran reproducir la apertura a una nueva vida, alejada de la miseria y preñada de la afectividad y de la alegría en una nueva tierra que supo acoger a los  protagonistas y ofrecerles la oportunidad de que aflorasen las fuerzas de los emigrantes, de tantos emigrantes que fueron capaces de salir adelante partiendo de la nada. En esas coordenadas, La abuela civil española, es realmente modélica y, a la vez, esperanzadora, porque apuesta firmemente por la capacidad ilimitada del tesón y por  las ganas de salir adelante.



Francisco Matínez Bouzas



                                                       
Andrea Stefanoni

Fragmentos



“Cuando Consuelo era una niña de siete años le dijeron que su madre, Elvira, había muerto de un susto. En aquel pueblo, los infartos eran sustos. Los cánceres, amarguras. Las sífiles, pecados.

Consuelo se levantaba y Emiliano, su padre, le hacía el desayuno con lo que había. Cuando dejaba a las ovejas, llegaba cansada y su padre la recibía con el cariño de quien lo entiende. Y, por la noche, le hacía de comer. Otras veces, cocinaba ella.

Generalmente, en los tiempos de calor, quien llegaba derrotado era Emiliano: entonces, Consuelo le retribuía el cariño con que él la recibía.

El carbón era el agotamiento de los mineros. En la mina, Emiliano se había enterado de que sería padre. En la mina, a los gritos, le habían avisado que su esposa estaba mal. En la mina, también, se enteraba de que su esfuerzo no valía nada. Consuelo, para esos momentos, cocinaba todas las noches.”



…..



“El capador del pueblo. Lorenzo. A sus cincuenta y dos años, con la misma pieza con la que castraba a los cerdos de las granjas de todos los pueblos cercanos, Lorenzo ejercía como dentista. En Boeza, el dentista no tenía nada que ver con los arreglos. El capador iba con su bolso de un pueblo a otro. Desde las casas interrumpían su camino con un chiflido. El capador giraba sus pasos y se acercaba. Pasaba, por ese rato, de castrador de cerdos a dentista. Así ejercía.

Así que Rogelio se paró durante horas en la puerta de su casa. Caminaba por esos metros. No podía calmarse. La muela no se lo permitía, como si supiera que eran sus últimos minutos. Que el capador venía por ella.

Cuando Lorenzo pasó, Rogelio no pudo ni siquiera silbar. Gritó, pero no sonó suficientemente fuerte. Entonces lo llamó con señas, con gestos.

Lorenzo lo vió. Fue hacia él. En el camino limpió la pinza con la manga del saco.

Ahí mismo, parado, en el umbral de la casa, Rogelio abrió la boca; Lorenzo miró, entendió, sin que se dijera cuál era la pieza violenta; introdujo la pinza, tomó la muela y tiró. Rogelio se retorció y gimió. Arrastrándose se metió en su casa. Volvió con la boca sangrando y con un tributo para Lorenzo, quien lo aceptó en silencio. Se colgó el bolso al hombro y se fue. A seguir castrando marranos.”



…..



“La abuela sabe. Se acuerda con exactitud, setenta y tres años después, cuánto cobraba en su empleo en las minas de carbón: seis pesetas por día. El dinero cuando no se tiene funciona como calendario.

Tengo ocho años y estoy en el muelle de la isla. Soy experta en hacer sapitos con piedras. Sé de corrientes. De peces. De moscas y mosquitos. Por la noche, ando sin linterna. Sé, con los ojos cerrados, qué árbol es el que toco. Me mimetizo. Pero no sé, a ciencia cierta, nada sobre la gente. Por eso, cuando frena una lancha taxi cerca de mí y se bajan en la escalera una pareja de ancianos, y preguntan por mis abuelos, les digo que esperen, corro a la casa y, jadeando, le digo a la abuela -que está ayudando al abuelo a quitare el traje de apicultor astronauta-:

-Hay dos personas en el muelle que preguntan por ustedes. Vienen de España.

El abuelo se para de un salto. La abuela parece petrificada.”



(Andrea Stefanoni, La abuela civil española, páginas 19, 100, 221)

sábado, 21 de noviembre de 2015

CUATRO PERSONAJES SIN NOMBRE Y...El SILENCIO



Imposible de desatar

Iván García Campos

Traducción de Carmen Torres París y María Dolores Torres París

Mar Maior (sello de Editorial Galaxia), Vigo, 2015, 216 páginas



   Hasta el año 2010, Iván García Campos era un outsider prácticamente desconocido en la literatura gallega, y también en la española, a no ser por algún relato breve. Pero ese año, con la pieza O imposible de desatar se hizo con el Premio Blanco Amor de Novela; y ahora su pieza narrativa se puede leer en castellano gracias a la reciente edición de Mar Maior. Aunque no siempre lo hacen, los premios literarios  de vez en cuando descubren y hacen posible la publicación de propuestas narrativas novedosas, vanguardistas e incluso rompedoras, que, sin ese plus publicitario, a través de los cauces habituales, difícilmente hallarían editores dispuestos a apostar por ellas y asumir el reto de ponerlas a disposición de los lectores. Tal es lo que sucedió con la primera novela de Iván García Campos. El Premio Blanco Amor hizo posible un debut literario, que a su vez amplía y renueva el territorio de la narrativa, aportando voces nuevas y novedosas.

   Imposible de desatar es una pieza narrativa a la vez realista y alegórica. El autor, a través de una estructura tripartita, retrata, en la primera y tercera parte, el vivir cotidiano de una familia. En el medio de ambas, en la segunda, nos ofrece cuatro historias colaterales que nos transmiten el mismo mensaje: las derrotas de la vida o la imposibilidad de alcanzar la felicidad como horizonte realista de los seres humanos.

   Hoy en día, las relaciones familiares pueden ser cálidas y acogedoras, pero cabe así mismo la posibilidad de que se hallen repletas de insatisfacciones, conflictos, mutismo y hostilidades. Iván García Campos radiografía las rutinas de una familia urbana: padre, madre y dos hijos durante una semana. Todos ellos innominados, caracterizados únicamente por el rol que desempeñan. Un relator en tercera persona va punteando por días y horas lo que sucede en el hogar, lo que sus miembros dicen o lo que piensan. Pero en esa casa, más allá de las rutinas diarias, de los solitarios de la madre, de los enredos en los relojes por parte del padre, nada acontece. Solamente el silencio. Silencio y portazos, reflejados constantemente en frases como esta: “¿Te vas a la cama?, preguntó la mujer. El marido no contestó. ¿Vas a oír la radio?,  preguntó la mujer. El marido no contestó” (página 23). Los mismos solitarios a los que juega la mujer, son elocuentes metáforas de la incomunicación intrafamiliar.

   La trama termina como era de esperar: con la conclusión de que estarían más cómodos durmiendo en camas separadas; hecho confirmado por el “Extra” con el que nos agasaja el autor, que es a la vez contrapunto y contraste: la familia bien avenida, cuyos  miembros intercambian sonrisas cómplices, besos y abrazos y deciden comprar la cama de matrimonio más estrecha que ofrezca el mercado. En el relato de Iván García Campos no existen ruidos ensordecedores que impidan una instalación placentera de las relaciones familiares, pero existe el silencio, -otra forma quizás de comunicación ¿o de ruido?- que es todavía mucho más estruendosa.

   Resalto los aspectos formales, ya que en los mismos se hallan los elementos realmente novedosos e innovadores de la novela. La forma de escribir de Iván García Campos se asemeja en gran medida a las maneras de la corriente evidencialista que brotó en Galicia a finales de los 90. Con un registro léxico aséptico y desnudo de cualquier adorno estilístico, el autor se limita a relatar colmos, obviedades (“Todo es relativo relativamente” página 105). Y lo hace con frases secas, concisas y repetitivas, como si fuese un picapedrero  que pica en la piedra. Resulta así un relato monocorde que llega a producir un cierto cansancio en aquellos lectores habituados únicamente a la narrativa convencional. Pero en muchas secuencias el texto se ilumina con pequeñas dosis de socarronería y finísimo humor. Y ciertos elementos paratextuales, como por ejemplo las tachaduras encima de textos que hablan de Franco o del bilingüismo, que hacen más placentero este retrato de la cara oculta de la sociedad y de las derrotas cotidianas que en ella se incrustan.



Francisco Martínez Bouzas



                                                       
Iván García Campos

Fragmentos



“La madre resolvía los crucigramas del periódico contando con los dedos. De vez en cuando deletreaba alguna palabra, cosa que irritaba al marido, que seguía leyendo. (…)

¿De modo que has sido tú?, preguntó la mujer. El marido levantó la mirada del fascículo y la miró fijamente. Luego siguió leyendo en silencio. Ella sonrió restregando un pie contra otro, como un grillo que canta, y pensó; así que has sido tú.

Un programa sucedió a otro y los anuncios pasaron con increíble lentitud, pero ninguno de los dos miró la televisión.

Secretamente estaban solos.”



…..



“La hija se fue dando un portazo.

La madre salió de la sala y quedó en el pasillo, ante la puerta cerrada de aquella habitación. Tengo que irme, pensó la madre; se me hace tarde. Rozó con la mano la puerta de la habitación y echó a correr por el pasillo con cierto desasosiego. Al poco rato volvió a entrar. Fue hasta la cocina, echó una ojeada a las cuatro paredes y se fue.

El hijo, en la cama, se rio sacudiendo todo el cuerpo, y luego hizo lo mismo que Onán.”



…..



“La casa se quedó en silencio toda la tarde, latente como un caballo ciego.”



…..



“Si eres bueno, caes mal, seguía el padre; si eres mediocre, también. Y si eres malo das pena, así que hay que aceptarlo, lo mejor es ser mediocre como la mayoría de la gente. La madre volvió a toser. La hija pareció reprimir un sollozo. Relampagueó y se oyó el viento. La lluvia golpeaba los cristales.”



…..



“La hija estaba frente al espejo de su habitación sopesando los senos, mirando fijamente sus pezones abultados. Hizo algunos movimientos elásticos y luego pensó que tenía muy poco que sujetar, pero aún así no soportaba los sujetadores con aros para andar con ellos por casa. Sosteniéndolos y soltándolos observó la caída natural de los senos. No creo que dependa del sujetador, pensó. Tengo que darme prisa, si se me cae lo poco que tengo, menuda coña. Sacó de un bolso un sobre de Almax y se lo tragó entero. En el móvil sonó el aviso de un mensaje entrante. Sonrió y pensó; es lo que tiene romper definitivamente. Lo malo, pensó, mientras cogía el móvil; es que rompo definitivamente muchas veces.”



(Iván García Campo, Imposible de desatar, páginas 20-21, 45, 53, 56, 171)