sábado, 24 de octubre de 2015

"EL EXTRANJERO": NOVELA UNIVERSAL, JOYA EDITORIAL



El extranjero

Albert Camus

Traducción de José Ángel Valente

Ilustraciones de José Muñoz

Alianza Editorial, Madrid, 2015, 139 páginas



   El extranjero está considerada como la mejor novela de Albert Camus y una de las grandes piezas narrativas del siglo XX. La edición que en estas fechas nos ofrece Alianza Editorial en su colección de Libros Singulares, se convierte así mismo en una joya editorial. La traducción de José Ángel Valente eleva a la categoría de arte el lenguaje conciso y esencial de Albert Camus. Calidad artística a la que contribuyen las numerosas ilustraciones del famoso dibujante argentino José Muñoz, discípulo de Hugo Pratt y creador de numerosos personajes conocidos universalmente en el mundo del comic. El extranjero -la primera edición francesa es del año 1942- pertenece a un período en el que Camus se enfrentó de una forma real no solo con el dolor, sino con la vecindad de la muerte. Un período pues muy alejado de la “dicha solar” mediterránea, tema central  de Noces, en el que el escritor descubre el absurdo en el mismo orden del universo. Y en El extranjero nos coloca ante ese absurdo, con la conciencia de que la vida no vale la pena ser vivida. Por eso el protagonista de la novela se siente seguro de sí mismo y de la muerte que tarde o temprano va a llegar.

   En un relato lineal, nos encontramos con Meursault, el héroe principal de la novela. Es un modesto empleado de una entidad bancaria en Argel, un hombre cualquiera exento de preocupaciones, incluso de pasiones. Vive en un embotamiento lúcido. Como un extraño. Y como tal asiste a los funerales de su madre. Consume su vida diaria en la rutina de su trabajo en la oficina y en unas diversiones triviales: el cine, la playa, preparar la comida, dormir, soñar, observar desde su balcón a un viejo que da de comer a los gatos, tener sexo con Marie Cardona, la que sin embargo no es su amante  y a la que no quiere, ya que querer no significa nada, tal como piensa. Todo en su existencia da un giro radical un día en el que, mareado quizás por el calor o por la misma insípida vida que lleva, mata de forma absurda a un árabe. Condenado a muerte, sin posibilidad de apelación, este hombre mediocre se transforma en un héroe que se enfrenta a su destino: comprenderá y gozará de su condición de “extraño” de extranjero, rehusando los consuelos y las esperanzas de una existencia más allá de la muerte. Acepta la vida que ha vivido. Es una elección lúcida del absurdo, que ya es en sí un acto enteramente moral. Una moral laica, tan legítima como aquellas que están cimentadas en una fe.

   Novela de un solo personaje que, en primera persona, da cuenta de su trágica felicidad. Es Meursault, un ser fantasmal, “sueño de una sombra”, cuya vida se halla pautada por los baños del sábado por la tarde, por las sesiones del cine a continuación y por el sexo con Marie los domingos. Vive, o mejor dicho, vegeta en un automatismo de pesadilla que le arrastra a un crapuloso arreglo de cuentas entre árabes del hampa. Mata a un desconocido porque un amigo ocasional le induce a hacerlo. Y asiste al proceso que le condena a muerte como si nada fuera con él. Y aunque percibe la falsedad del mismo, no protesta. Hasta la víspera de sus ejecución no percibe que la vida “extraña” es la única real, aunque no merezca la pena ser vivida por su falta de sentido. Cuando pocas horas antes de su ejecución, el capellán le habla de Dios, Meursault se rebela, cobra conciencia de la absurdez de la existencia y también de la dicha que engendra ese mismo hecho de ser absurda. Y por eso se siente dichoso. Una vivencia de la dicha sin duda estúpida, inconsciente, animal.

  
Ilustración de José Muñoz en El extranjero
La definición de su identidad nace pues del absurdo, y se transforma en felicidad, en el instante en el que toda ilusión se desvanece. Meursault es en definitiva un “extranjero”, un “extraño” moral. Será la cólera que en él brota cuando el capellán trate de acercarle  a Dios, cuando le dice que rezará por él, la que lo convertirá en un ser moral al tomar conciencia de su vida: “vaciado por la esperanza, ante esta noche cargada de signos y de estrellas me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo” (página 138).

   A pesar de los más de setenta años transcurridos desde la publicación de El extranjero, la novela de Albert Camus no ha perdido actualidad, ya que refleja fielmente la mentalidad de millones de hombres y de mujeres de hoy. Es, según uno de los primeros críticos de Camus, Charles Moeller, la novela de la dicha de Sísifo. Los dibujos de José Muñoz que incluye esta edición especial, acrecientan sin duda, en una dimensión sensorial, la profunda carga de dramática extranjería, la única patria de la que puede presumir el protagonista. La única así mismo que le hace feliz.



Francisco  Martínez Bouzas



                                                      
Albert Camus

Fragmentos



“Del mar llegó un soplo espeso y ardiente. Me pareció que el cielo se abría en toda su extensión para vomitar fuego. Todo mi ser se tensó y mi mano se crispó sobre el revólver. El gatillo cedió, toqué el pulido vientre de la culata y fue así, como un ruido ensordecedor y seco, como todo empezó. Sacudí el sudor y el sol.

Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa donde había sido feliz. Entonces disparé cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que se hundían las balas sin que lo pareciese. Fueron cuatro golpes breves con los que llamaba a la puerta de la desgracia.”



…..



“Durante toda la jornada había mi petición de indulto. Creo haber aprovechado al máximo esa idea. Calculaba sus consecuencias y obtenía de mis reflexiones un óptimo rendimiento. Partía siempre de la suposición más negativa: mi petición era rechazada. «Pues bien, habré de morir». Antes que otros, era evidente. Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena de ser vivida. No ignoraba, en el fondo, otros casos, otros hombres y otras mujeres vivirán, y así durante miles de millones de años. Nada resultaba más evidente, en realidad.

Era siempre yo el que moría, ahora o dentro de veinte años. En ese momento, lo que me molestaba un poco en mi razonamiento era el brinco terrible que sentía en mí al pensar en veinte años de vida por venir. Pero no tenía más que ahogar esos pensamientos imaginando lo que éstos serían cuando, de todos modos, la hora hubiese llegado. Desde el momento en que se muere, el cómo y el cuándo, no importan, es evidente. Así (y lo difícil era no perder de vista todos los razonamientos que ese «así» representaba), así debía yo aceptar que mi petición fuese recusada.”



…..



“No, hijo mío -dijo poniendo la mano en el hombro-. Estoy con usted. Pero usted lo ignora. Porque tiene un corazón ciego. Rezaré por usted.

Entonces, no sé por qué, algo reventó en mí. Empecé a gritar a voz en cuello, lo insultaba y le dije que no rezase. Lo había agarrado por el cuello de la sotana. Volcaba sobre él todo el fondo de mi corazón con estremecimientos de alegría y de cólera. Parecía tan seguro. Sin embargo ninguna de sus certidumbres valía un cabello de mujer. Ni siquiera tenía la certeza de estar vivo porque vivía como un muerto.

Yo parecía tener las manos vacías. Pero yo estaba seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esa muerte que iba  a llegar. Sí, era lo único que yo tenía. Pero, al menos, yo tenía esa verdad tanto como ella me tenía a mí.”



(Albert Camus, El extranjero, páginas 78, 131, 136-137)

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