martes, 11 de agosto de 2015

SOLEDAD Y SEXO EN LANZAROTE



Lanzarote

Michel Houllebecq

Traducción de Javier Calzada

Editorial Anagrama, Barcelona, 109 páginas

(Libros de fondo)



  No faltan críticos y comentaristas que consideran a Michel Houllebecq (Saint Pierre, Isla de la Reunión, 1958) el nuevo genio de la actual literatura, un nuevo comentarista social al estilo de Balzac en Ilusiones perdidas. La primera novela que le proyectó a la fama, Plataforma, fue considerada por el dramaturgo español Fernando Arrabal como el tratado moral o el poema lírico de amor de nuestro tiempo. Lo de menos es que de los labios de su protagonista salgan estas palabras: “Cada vez que escuchaba que un terrorista palestino, un niño palestino o una mujer palestina embarazada habían sido asesinados en Gaza, me estremecía de entusiasmo pensando que había un musulmán menos”. No obstante, no le podemos negar a Houllebecq el valor y la habilidad de elegir con sagacidad temas y argumentos, verdaderos dardos realistas que reflejan lo dado, el ethos de nuestros días o el cinismo erótico de la sociedad de consumo, tal como sigue poniendo de manifiesto en sus últimas novelas La Carte et le Territoire, 2010, (en edición española, El mapa y el territorio, 2011), Premio Goncourt, o Soumissión, 2015 (en español, Sumisión, 2015).

   En su primera novela Ampliación del campo de batalla (edición original francesa de 1994; versión española de 2001), el escritor, cual insólita amalgama de cinismo y epicureísmo de nuestros días, y que no cesa de pregonar que no le tiene miedo a la felicidad puesto que no existe, concluye, con la desafección de un entomólogo, que el liberalismo sexual está produciendo efectos tan nocivos y desgraciados como el liberalismo económico. Hay quien posee una vida sexual excitante y variada, mientras que otros se hallan condenados a la soledad masturbatoria. El sexo pues, según Michel Houellebecq se está convirtiendo en el segundo sistema de diferenciación social, tan brutal como el dinero.

   La insolencia de M. Houellebecq, un verdadero misántropo, pero también el primer escritor, después de Camus y Sartre, capaz de alborotar las aguas cada día más calmadas de las letras francesas, da la impresión de no tener límites ni fronteras. Y es eso precisamente lo que comprobamos al leer Lanzarote, una novela breve que el escritor publicó  en el año 2000, disponible desde ese mismo año en la colección “Panorama de narrativas” de Anagrama. Si bien en Lanzarote no se hace una apología del turismo sexual como en Plataforma, la novela nos sumerge de nuevo en un viaje turístico. Esta vez, el destino es Lanzarote, la isla que no puede rivalizar con Corfú ni con Ibiza en el formato de las vacaciones crazy techno afternoons. Nada así mismo de turismo verde ni cultural. Los paisajes de la isla canaria, llenos de volcanes de color rojo oscuro en el amanecer solamente pueden competir con una panorámica marciana.

   No obstante, una semana en la isla de los antiguos atlantes se hace soportable, ya que allí el turista puede encontrase con especies curiosas e interesantes. Lanzarote está frecuentada por una población equívoca de jubilados anglosajones, a los que se suman fantasmales turistas noruegos, translúcidos al sol, e ingleses que van a Lanzarote únicamente porque están seguros de encontrar allí a otros ingleses. Allí están los azraelianos, seguidores de los extraterrestres Anakim, que, tras el marchamo de una religión, esconden prácticas pedófilas e incestuosas con sus propios hijos e hijas. Por las playas y hoteles de Lanzarote deambulan además Pam y Barbara, dos alemanas lesbianas no exclusivas.

   En Lanzarote hay soledad, desprecio por los turistas de las agencias de viajes. Y por supuesto, mucho sexo. Sexo de todos los colores con las “bolleras” alemanas que hace las delicias del relator protagonista.

   El tono del relato que rezuma acidez, es, como siempre en la narrativa de Houllebecq, claro, directo y explícito. Encubre, sin embargo, una suerte de dolor profundo y gélido. Una visión de la vida desencantada, pero ferozmente suturada a la sexualidad, percibida como posible instrumento de placer momentáneo en el medio de una realidad amorfa. Un vacio lacerante, abundantes dosis de desolación y de angustia, reflejadas perfectamente en las fotografías de la isla canaria que acompañan el texto y que documentan con precisión las ideas de Houellebecq: se puede vivir muy bien sin esperar nada de la vida.



Francisco Martínez Bouzas



 
Michel Houellebecq

Fragmentos



Anunciaban claramente su credo porque en la primera página aparecía escrito con grandes letras: «RELIGIÓN AZRAELIANA». Yo ya había oído hablar de esta secta; estaba dirigida por un tal Philippe Leboeuf, antiguo cronista de hípica de un periódico de ámbito local, La Montagne de Clermont-Ferrand. En 1973, había tenido un encuentro con extraterrestres durante una excursión al cráter de Puy-de-Dôme. Dichos extraterrestres, que se hacían llamar Anakim, habían creado la humanidad en el laboratorio hacía muchos miles de años y seguían de lejos la evolución de sus criaturas. Ni que decir tiene que entregaron un mensaje a Philippe Leboeuf, quien había abandonado su trabajo de cronista de hípica, se había rebautizado como Azraël, y a renglón seguido había creado el movimiento azraeliano. Una de las misiones que le habían sido encomendadas era la de construir la embajada que serviría para acoger a los Anakim durante su próxima visita a la Tierra. Aquí acababan mis informaciones. Sabía también que la secta estaba catalogada como más bien peligrosa, y era, por lo mismo, objeto de vigilancia.”



…..

  

“Fui a bañarme enseguida junto con Pam y Bárbara. A pesar de permanecer a unos metros de ambas, no me sentía excluido, en realidad, de sus juegos. Tuve la impresión de que valía la pena que me quedara dentro del agua un ratito más con ellas. Y, en efecto, cuando salí a secarme me las encontré abrazadas ya en sus toallas. Pam tenía una mano sobre el pubis  de Barbara, que separaba dulcemente sus piernas. Rudi se hallaba unos metros más arriba, con aire enfurruñado; no se había quitado sus pantalones cortos. Extendí mi toalla a un metro de la de Barbara. Ella se incorporó para decirme: «You can come closer…». Me acerqué. Pam se puso en cuclillas sobre el rostro de Barbara, ofreciéndole su sexo para que lo lamiera. Tenía una linda mata de vello depilada, con una raja bien dibujada, no muy larga. Yo me puse a acariciar los pechos de Barbara. Su redondez era tan agradable al tacto que cerré por un momento los ojos. Volví a abrirlos y desplacé mi mano hasta apoyarla sobre su vientre. Su sexo era muy diferente, con el vello rubio y poblado, y un clítoris grueso. El sol estaba muy alto. Pam estaba a punto de alcanzar el orgasmo y dejaba escapar divertidos grititos. La sangre afluyó de pronto a su pecho y dio rienda suelta a un prolongado y ronco suspiro de éxtasis. Luego respiró profundamente y fue a sentarse a mi lado en la arena.

-¿Te ha gustado?- me preguntó con una pizca de ironía.

-Mucho. Sinceramente mucho.

-Ya lo veo… -Yo seguía en plena erección. Tomó mi mano y la llevó a su sexo para deslizarla sobre él con pequeños y amistosos movimientos de vaivén.- Yo no estoy acostumbrada a la penetración, pero puedes hacerlo con Barbara.”



…..



“En París hacía frío y las cosas eran desagradables, normales, como siempre. ¿Para qué insistir? Cada uno conoce la vida y sus circunstancias. Tenía que volver a habituarme a un invierno interminable; y al siglo XX, que tampoco quería pasar. En el fondo, comprendía la elección de Rudi. Dicho esto, también diré que se había equivocado en un punto: se puede muy bien vivir sin esperar nada de la vida; es lo más corriente, incluso. En general, la gente se queda en casa, se alegran de que su teléfono no suene nunca; y cuando suena, dejan conectado el contestador automático. No hay noticias…, buenas noticias. En general, la gente es así; y yo también.”



(Michel Houllebecq, Lanzarote, paginas 53-54, 67-68, 91-92)

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