sábado, 1 de agosto de 2015

"LA OSCURIDAD": EL AMOR COMO CANIBALISMO EN LA NOCHE ÁRTICA



La oscuridad

Ignacio Ferrando

Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2014, 307 páginas



   Ignacio Ferrando (Trubia, Asturias, 1972) es un reconocido narrador, especialmente en el campo de la narrativa breve, subgénero en el que ha obtenido algunos de los galardones más prestigiosos; algunos de sus relatos han sido traducidos al inglés y al alemán y seleccionados en varias antologías. Así mismo, su primera novela, Un centímetro de mar (2011) obtuvo el Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España y el Ciudad de Irún. A finales del pasado año publicó su segunda novela, La oscuridad, un verdadero reto escritural que amalgama un thriller psicológico, ciertas dosis de narrativa fantástica y temáticas de fondo como los problemas de la identidad personal, el tema del doble, lo real y lo falso o las dificultades para acceder a la verdad, conocer al otro y las relaciones de pareja, pobladas por no pocas zonas de oscuridad.

   La trama argumental de La oscuridad, reflejada en una breve sinopsis, no elude el formato compositivo de una novela de tesis. El narrador y principal protagonista, Endre Solberg vive en Storbørg, la ciudad más septentrional de Noruega. Con la llegada de la interminable noche ártica, buena parte de los habitantes de la localidad se trasladan a Oslo persiguiendo la luz. Entre los que quedan, se encuentra Endre Solberg, director de cine experimental de escaso éxito que acaba de perder a Liv su mujer, actriz frustrada, muerta bajo las ruedas de un camión, algo que parece un suicidio. La novela comienza precisamente con el velatorio de Liv. Tras el funeral, al regresar a casa, la encuentra viva en el salón de la vivienda, como si todo siguiera su curso normal y para restaurar la normalidad alterada. Y aquí da comienzo la intriga: ¿quién es esa mujer que afirma ser Liv y que tanto se parece a ella físicamente? ¿Es un fantasma? ¿Alguien  que se entretiene con una broma macabra? ¿Una loca? ¿Una alucinación del marido en la primera etapa del duelo? ¿Un doble entrenada por la difunta para ocupar el lugar que esta había dejado vacío?   El fantasma, el doble o la propia Liv inician la rutina de visitar al marido diariamente y con un horario estricto. Pero solamente es perceptible para los ojos de Endre Solberg.

   El relato sume al lector en una intriga “in crescendo” que se multiplica al compás de la inquietud que oprime a Endre, desconcertado por las numerosas zonas de sombra que se interponen como un muro en sus relaciones de pareja. Son interrogantes y ambigüedades que el narrador no aclara de forma definitiva, pero que favorecen la labor de un lector activo, al que se le otorgan no pocas posibilidades interpretativas, acrecentadas por un final que, en coherencia con las incertezas y dudas del desarrollo de la historia, quedan sin cerrar de una forma concluyente.

   Considero que Ignacio Ferrando ha elegido un escenario muy adecuado para esta historia de oscuras proyecciones: las sombras de la noche ártica en una ciudad casi despoblada en la estación invernal. Un escenario  sombrío, gélido y claustrofóbico que recalca el insoportable ámbito de oscuridad y desconocimiento que suelen existir en el interior de muchas parejas. Una brecha abisal cotidiana en la que el autor insiste con vehemencia, llegando incluso a escribir que el amor es un acto de canibalismo entre los miembros de la pareja, que forcejean para arrancarle pedazos al otro (página 103).

   La oscuridad no es una novela banal e intranscendente. Es, al contrario, una propuesta narrativa rica, compleja con la que el autor no deja de arriesgarse. No obstante su lectura no se hace pesada ni insoportable. A ello contribuye sin duda un lenguaje equilibrado, pero muy rico en las descripciones en las que al autor hace gala de una lujosa adjetivación. Y una cierta tonalidad cinematográfica que tiñe las descripciones, el retrato de los personajes y ciertos ambientes y acontecimientos. Todo ello ayuda a hacer de La oscuridad una novela interesante, en la que se dan cita las penumbras atmosféricas y climáticas con las sombras de la noche que anidan en el interior de los seres humanos y en sus interacciones sociales, incluso en las más íntimas.



Francisco Martínez Bouzas



                                                  
Ignacio Ferrando

Fragmentos



“Con la muerte de Liv, ha llegado el solsticio, y con el solsticio, una oscuridad que no es oscuridad, sino una noche inacabada, parcial, que tiñe el perfil de las casas de un azul hojaldrado. Los balancines del parque Vesteberg, las canastas de baloncesto, incluso los neones de la lavandería de Laa Ingham parecen velado, irreales, como vistos a través de una película de celuloide envejecido. Por Dramsvein bajan dos trabajadores cabizbajos, presurosos. Llevan gorros tipo chapska, gruesas pellizas que casi arrastran por la nieve. Liv ha muerto, pero todo sigue obscenamente igual, la serrería, el patio iluminado. Lo más indignante es esa indiferencia de todo y de todos, los horarios que siguen su curso, las rutinas que sin vacilar ya se han olvidado de ella o que nunca la tuvieron en cuenta. Miro el termómetro. La temperatura es de veinte grados bajo cero. No hay ventisca. Se escucha con claridad el crujido de los tejados, de los canalones macizados por el hielo. Dentro los radiadores desprenden un calor humano, tumefacto, casi asfixiante. Un accidente, oigo que dicen unos; morir así, dicen otros. La función comienza o termina, no se sabe.”



…..



“Para consolarme recordé la vieja teoría de Myklebust. Ha tenido en sus brazos a todo tipo de mujeres (estudiantes, viudas, casadas, incluso una prima) y está seguro de que el amor, eso que se llama amor, es una invención para que la gente triste llene las salas de cine. El amor es solo un prólogo a dos caníbales forcejeando por arrancarle pedazos al otro. Uno de esos conceptos inventados por la burguesía para sobrevivir, «para ser un referente sin referente en la realidad». Se podría entender que  Myklebust es un tipo amargado, un solitario que nunca se ha implicado lo suficiente, por miedo, por complejo, o por lo que sea. Pero el miércoles necesitaba pensar como él, creer que si estaba así era porque deseaba físicamente a Liv. Abrazarla, besarla, algo en todo caso estrictamente carnal. Me dije que incluso para eso existían soluciones mucho más rápidas, más efectivas. Encendí el ordenador. Es fácil encontrar prostitutas por internet, incluso en un pueblo perdido como Storbørg. Antes de llegar a la página de contactos, tuve que soportar un preludio de consoladores, banners de muñecas hinchables, vaginas de plástico y prótesis genitales de lo más increíbles. Entre los anuncios había prostitutas y masajistas (como si se estableciera con claridad una diferencia entre ellas) y casi todas adjuntaban una fotografía. Iban desnudas o casi desnudas, aunque sospecho que muchos de esos cuerpos, la mayoría, eran falsos o retocados. Descarté a las que difuminaban su rostro o no lo mostraban. Del resto, seleccioné una que se parecía remotamente a Liv…”



…..



“Por la mañana, abrí los ojos muy despacio, tratando de distinguir los objetos. Durante la cena había bebido demasiado. A través de los párpados, una luz débil, tamizada, se colaba desde el exterior. La ventana estaba abierta y los primeros rayos de sol se depositaban sobre la cama, sobre la cómoda. Debían de ser más de las diez. Me calcé las zapatillas y fui a cerrar la ventana. Más allá se veía el bosque, la masa apretada y parduzca de la naturaleza reventando ante la llegada de la primavera. Había comenzado el deshielo y el pasto se veía cubierto de brillos irisados. A lo lejos, en las laderas de la montaña, las nieves umbrías se iban apelmazando, dejando claros en los ventisqueros. Se escuchaba el rumor del agua por todas partes. De la vida. Al otro lado de la calle, el vecindario parecía haber reinstaurado su ritmo habitual. Olofsson subía en bicicleta, e Isac, el chico de los Quisling, cortaba el césped cerca de la piscina. La cerca ya estaba arreglada. Cuando su padre me vio en la ventana, alzó la mano para saludarme.

Bajé a la cocina de excelente humor, pero Liv ya no estaba. Deambulé por la casa buscándola, como el primer día, registrando los cajones y tratando de encontrar indicios que desmintieran lo que ya suponía. Con toda esa luz, sin sombras que la cobijaran, su ausencia era más latente, más intensa, más dolorosa. Sobre la mesa, a su marcha, había dejado un periódico doblado por la mitad, justo en la noticia donde se hablaba de la muerte de Øyvind.”



(Ignacio Ferrando, La oscuridad, páginas 9-10, 103-104, 305-306)

2 comentarios:

  1. Siempre me pasa al leer algunas de tus críticas que saldría corriendo a leer la novela. Pero en mi país tardan bastante en llegar las novedades literarias, sobre todo en mi ciudad.
    La oscuridad es un tema difícil de abordar, cuando yo quedé cautivada por una película argentina llamada: EL LADO OSCURO DEL CORAZÓN, recuerdo que una colega docente, pero ella, profesora de Letras, me dijo algo que todavía hoy me hace ruido en los pensamientos: "todo depende de la connotación de la palabra oscuridad, que suele ser peyorativa esa connotación y sin embargo se le pueden dar otros significados, otras posibilidades más positivas.
    En realidad, yo sigo estando de acuerdo con el significado que ambos, tú y el autor le dan. No me imagino como una zona feliz o alegre a la zona oscura en las relaciones, en una pareja, en una escena de la vida, o hasta en los sueños.
    Creo que es una buena manera de definir aún a la locura, ya que pareciera que el personaje puede estarlo, dado que no sabe o no logra comprender qué es lo que ve, si es su mujer muerta, un fantasma, etc.
    Lo que dices, sobre la persecución de la luz de sus habitantes por lo que se van a Oslo en la llegada de la noche ártica, es comprensible, van en busca de la vida que pierden con esa oscuridad. Y como en una paradoja brutal el personaje ilumina tal vez su propia oscuridad, su soledad, con la luz que le otorga creer viva a su mujer.
    Ya lo creo que debe acercarse al formato compositivo de novela de tesis. Por eso mismo es que parece ser tan interesante. Además el autor parece transgredir lo tan dicho, lo tan visto, lo que como necios creemos saber sobre el amor, cuando habla de la pareja que se despedaza en el acto de amarse. La metáfora no está tan lejos de la realidad, y hay muchos autores que lo desarrollan así.
    Me encantaría poder leerla.
    Como siempre tu trabajo enriquece las ansias de su lectura.
    Saludos.

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