viernes, 17 de julio de 2015

"PARA QUE NO TE PIERDAS EN EL BARRIO": EN LAS BRUMAS DE LOS RECUERDOS



Para que no te pierdas en el barrio
Patrick Modiano
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia
Editorial Anagrama, Barcelona, 2015, 149 páginas

   Pour que tu ne te perdes pas dans le quiartir es el título de la novela con la que Patrick Modiano recibió, recién editada, el Premio Nobel de Literatura. Anagrama, que desde hace años publica las obras del escritor, nos la ofrece ahora en esmerada traducción como siempre de María Teresa Gallego Urrutia. Una traducción que, conservando la fidelidad a la lengua original, ese estilo tan personal y preciso de Modiano, le hace hablar con la naturalidad del español, como si fuese su idioma materno. Una narración breve como todas las suyas que también se inspira, como la mayoría de las mismas, o quizás más que ninguna otra, en la propia biografía del escritor. Porque esta novela es un nuevo buceo en las brumas del recuerdo, como con acierto señala la presentación de la edición española. En los indescifrables  mecanismos de la memoria, en esos “recuerdos encubridores”, expresión que el mismo Modiano rescata de Freud. Su propia infancia, muy alejada de cualquier feliz paraíso, reconoce Modiano, explica buena parte de los que escribe. También  en esta novela.
   La trama de la historia que Modiano nos ofrece en esta pieza, es ciertamente fiel a la cita de Stendhal  colocada en el pórtico de la narración: el escritor no aportará la diáfana realidad de los hechos, sino únicamente su sombra. Y en esas sombras biográficas se sumergen las páginas de la novela, porque una de las constantes del macrotexto modianesco es que lo vivido por el escritor impregna sus obras. En este libro, reconoce Modiano, hay trazos, pliegues y estrías de esa infancia peculiar, privada del calor parental, de la vida familiar y otros muchos detalles autobiográficos, presentes no con una finalidad confesional, sino formando parte de la ficción.
   Nada es ajeno en Para que no te pierdas en el barrio a las ideas-eje de eso que se ha llamado “Universo Modiano”: la escritura como recuperación del ayer, contra el olvido de todo: familia, amigos, los bulevares, garajes y calles del viejo París, del París onírico e intemporal de principios de los años 50, y del París “demasiado liso y embalsamado” del presente del relato (año 2012). La fascinación por las penumbras inquietantes, las incursiones en pasados turbios. Y el arte de la memoria, uno de los argumentos de mayor peso que tuvo en cuenta la Academia sueca para otorgarle el Nobel. O la propia infancia del escritor, clave también en esta novela.
   Ese macrotexto modianesco toma forma en la novela en la historia de un viejo escritor, Jean Daragane, claro alter ego del propio Modiano -ambos no utilizan el móvil, se equivocan con las teclas; los dos tienen la sensación de no haber tenido padres-, una persona solitaria, inmerso en un París ajeno al tiempo. Pero un día el teléfono suena con insistencia en su “despacho”. Quien habla es una voz desganada y amenazadora que le comunica que ha encontrado su libreta de direcciones debajo de un asiento del bar de la estación de Lyon. Le propone una cita que Daragane acepta de mala gana. Se presenta puntual y entra en contacto con su interlocutor, Gilles Otollini, que llega acompañado de una mujer joven de rasgos orientales. El desconocido se interesa por un tal Guy Torstel, cuyo nombre estaba anotado en la agenda de direcciones y del que quiere saber más. Desde ese momento, entre sombras, obscuridades y no pocas pesadillas y buenas dosis de suspense y un delito cometido muchos años antes, la trama se complica y Daragane intentará explorar su propio pasado. Hasta que sale a relucir   el nombre de Annie Astrand, la joven a cuyo cuidado lo había dejado su madre, que le metía en el bolsillo una hoja doblada con la dirección del domicilio y la indicación “Para que no te pierdas en el barrio”. Persiguiendo las huellas de Annie Astrand, el protagonista intenta explorar el pasado lejano, un pasado sin raíces, el tiempo perdido, porque será a través de la memoria brumal como podrá finalmente extinguir los fantasmas de una niñez extremadamente difícil.
   Si hay algo que llama poderosamente la atención en esta novela es sin duda la anulación del tiempo, su circularidad, la constatación de que el tiempo puede ser dominado, de que el pasado puede ser recuperado, no mediante el psicoanálisis ni los métodos arcaicos u orientales, sino gracias al poder de la memoria. “El presente y el pasado, constata la voz relatora, se confunden y parece algo natural porque sólo los separaba un tabique de celofán” (página 32). Será suficiente encontrar en un libro el nombre de una persona para que ese tabique se derrumbe, la memoria salte como un muelle y los rastros de ese pasado nebuloso se hagan presentes. Una historia pues que se cimenta en la memoria y en el tiempo que Modiano con gran acuidad y hondura es capaz de ensamblar en una historia aparentemente banal.
   De ahí la necesidad del escritor de echar mano de aquellos recursos narratológicos que tienen que ver con los movimientos temporales. De las anacronías especialmente que nos proyectan en el pasado. Otros recursos reseñables son algún juego metaliterario -la novela tematiza la escritura de una novela- y ciertos ingredientes detectivescos que se entremezclan en este buceo y recuperación del pasado. Y la prosa que siempre encontraremos en la novelística de Modiano: lengua precisa, sobria, simplicidad formal, escritura elusiva, pinceladas escuetas que, sin embargo, son capaces de atrapar al lector con la fuerza de una hipnosis y proyectarlo en una suerte de estado onírico.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Patrick Modiano (foto René Burri)
Fragmentos

“Había llegado a los soportales de le Palais-Royal. Había caminado sin destino concreto. Pero, al cruzar  el puente de Les Artes y el patio del Louvre, seguía un itinerario que le resultaba familiar en la infancia. Iba bordeando esa galería que se llama El Louvre de los Anticuarios y recordó, en el mismo lugar, los escaparates de Navidad de Los Grandes Almacenes del Louvre. Y ahora que se había detenido en medio de la galería de Beaujolais, como si hubiera llegado al final del paseo, surgió otro recuerdo. Llevaba tanto tiempo enterrado y a tal profundidad, resguardado de la luz, que parecía nuevo. Se preguntó si era de verdad un recuerdo o más bien una instantánea que había dejado de pertenecer al pasado tras haberse desprendido de él como un electrón libre: su madre y él -una de las pocas veces que estaban juntos- entraban en una tienda de libros y de cuadros y su madre hablaba con dos hombres, uno sentado a un escritorio, al fondo del local, y el otro con el codo apoyado en la repisa de mármol de una chimenea. Guy Torstel. Jacques Perrin de Lara. Petrificados en ese lugar hasta el fin de los tiempos. ¿Cómo era posible que aquel domingo de otoño en que volvía de Le Tremblay con Chantal y Paul en el coche de Torstel ese nombre no le hubiera sonado de nada, ni tampoco la tarjeta de visita donde, sin embargo, figuraba la dirección del comercio.”

…..

“Acabamos por olvidarnos de los detalles de nuestra vida que nos resultan molestos o demasiado dolorosos. Basta con hacerse el muerto y quedarse flotando suavemente en la superficie de las aguas profundas, con los ojos cerrados. No, no siempre se trata de un olvido voluntario, le había explicado un médico con el que había trabado conversación en el café, en los bajos de los bloques de edificios de la glorieta de Le Graisivaudan. Por cierto que el hombre aquel le había regalado un librito que había publicado en Les Presses Universitaires, El olvido.”

…..

“Recordaba haber ido por una calle al final de la cual se veía el Moulin-Rouge. No se había atrevido a ir más allá del terraplén del bulevar por temor a perderse (…) Quince años atrás, paseaba solo muy cerca de allí, bajo un sol de julio, y ahora era diciembre. Siempre que salía del Aero era ya de noche. Pero para él las estaciones y los años se confundían de pronto. Decidió andar hasta la calle de Laferrière -el mismo itinerario de antaño-, recto, siempre recto. La oscuridad se aclararía al llegar a la parte de debajo de la calle de Fontaine, sería de día y volvería a haber un sol de julio. Annie no se había limitado a escribir las señas en el papel doblado en cuatro, sino también las palabras PARA QUE NO TE PIERDAS EN EL BARRIO, con su letra grande, una letra antigua que no enseñaban ya en la escuela de Saint-Leu-la Forêt.”

(Patrick Modiano, Para que no te pierdas en el barrio, páginas 77-78, 98, 138-139)

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