lunes, 1 de junio de 2015

"HERMANOS DE SANGRE": UN BRUTAL RETRATO EXPRESIONISTA DE LA REPÚBLICA DE WEIMAR



Hermanos de Sangre

Una novela berlinesa

Ernest Haffner

Traducción de Fernando Aramburu

Editorial Seix Barral, Barcelona, 2015, 243 páginas



   Esta novela que hace dos meses editó en español Seix Barral, fue publicada originariamente  en el año 1932 con el título Jugend auf der Lanstrasse Berlin (Juventud en la carrera a Berlín) que poco tiene que ver con el que el editor Peter Graf la redescubrió en el año 2013 (Blutsbrüder) y que Fernando Aramburu vierte al español con el rótulo de Hermanos de Sangre. Una novela berlinesa. Se sabe que su autor fue Ernest Haffner, cuya vida y actividad como escritor es una verdadera incógnita. Fue periodista  y trabajador social. Consta así mismo que en 1938 recibió una citación de las autoridades nazis para discutir y dar explicaciones sobre su vida y su obra, que sería arrojada al fuego en una de tantas quemas de libros, acontecidas en esa época. A partir de ahí, la vida de Haffner desaparece de cualquier registro documental, hasta el punto de que unos meses antes de la reedición de 2013 un periódico alemán hacía un llamamiento para obtener noticias del autor o de sus posibles herederos. No hubo ninguna respuesta.

   Entre otras razones, la editora alemana que recuperó la novela en 2013, lo hace, como explica Peter Graf, porque para los lectores actuales el texto de Haffner contiene observaciones sobre una parte tan tenebrosa como esencial de la República de Weimar, en especial las peripecias recogidas de primera mano de innumerables jóvenes y adolescentes que, en el paréntesis de las dos guerras mundiales, intentaron sobrevivir con dignidad, pero terminaron siendo víctimas de las arbitrariedades y de la miseria provocadas por un estado injusto. Este libro narra sus historias tamizadas por la ficción y con empatía dirige  su atención hacia esas personas. Además la novela encierra la posibilidad de una lectura actual ya que puede ser interpretada como un reflejo de los efectos nefastos que la actual crisis económica, social y laboral está provocando en no pocos jóvenes desesperanzados como los protagonistas de la novela de Haffner, sobre todo en el sur de Europa.

   La novela es un fiel retrato de la vida en la calle de los jóvenes marginados en el Berlín de la República de Weimar, o mejor dicho, en el periodo más crucial de su descomposición. Un implacable documento que bascula entre la ficción y el reportaje periodístico, y que refleja la miseria y la marginalidad de miles de jóvenes y adolescentes berlineses que, privados de cualquier amparo y calor familiar, tienen su hogar en las calles. Rateros de poca monta que sobreviven a base de astucia y violencia. Se prostituyen, practican la delincuencia de los pequeños hurtos. Son castigados en los correccionales con inusitada severidad que prefigura o anticipa la crueldad y barbarie de los campos de concentración. En una sociedad injusta que solo genera odio, algunos consiguen sobrevivir, gracias a la amistad solidaria y delictiva de las pandillas como la de los Hermanos de Sangre que da título a la reedición de la novela.

   En este marco escénico sitúa el autor el complicado mundo en el vive una de las incontables pandillas que sobreviven entre el frío y el hambre de los más míseros barrios berlineses. Son los Hermanos de Sangre. Persiguen día y noche con pequeños hurtos primero, posteriormente como auténticos delincuentes, algo para llevar a la boca, aguardiente para conjurar el miedo y una covacha o un almacén para dormir entre cajas y paja, atravesados por los chinches. Muchos de ellos han huido de los correccionales, en los que cualquier asomo de individualidad es reprimido cruelmente. En un país de millones de famélicos viven al margen de la ley, escapan en el tren expreso encima del eje de las ruedas. Se prostituyen por un marco en los urinarios públicos. O practican sexo, uno tras otro en fila india con una prostituta fofa y madura mientras ella fuma un cigarro tras otro. Pero la pandilla es su único hogar. La entrada en ella exigirá superar un duro bautismo de sangre: consumar en el periodo de una hora cuatro veces el coito con la manceba de la pandilla hasta llegar al orgasmo en presencia de todos los miembros de la banda.

   A algunos la constatación de su juventud echada a perder los atormenta de tal modo que la cárcel o el reformatorio se les antoja un mal menor. Desempeñarán un trabajo miserable y en ese Berlín enorme, inhóspito, despiadado, al que no es posible vencer a solas, dos de ese miserable ejército de vagabundos condenados a sucumbir, no sucumbirán. Es la pequeña espita de esperanza que encierra un texto que oscila entre la literatura picaresca, el realismo y el expresionismo literario. En no pocas secuencias el retrato que Haffner hace de Berlín, se deforma en los colores violentos de la soledad, la sordidez y la alienación del individuo. La realidad queda desfigurada hasta la caricatura con trazos desgarrados que expresan en sí mismos y en el lenguaje que los traduce, lo grotesco, un mundo gomoso, opaco, de barrio miserable. Por eso mismo en Hermanos de Sangre leemos escenas a la vez terribles y grotescas como la parada en la zona de prostitución más siniestra de Berlín: colegialas adolescentes se prostituyen por viajes en la góndola del columpio. Pocos fragmentos como el que sigue convierten el lenguaje en un instrumento para expresar la deformidad. “Pandilleros de todas las edades, gente arrabalera, prostitución de ínfima categoría, vagabundos,  mendigos y mendigas. Todos ellos contribuyen al bruñido de la calva del tabernero, que ya no puede inhalar la pestilencia de su local y se ha apostado ante la puerta” (página 144).

   Hermanos de Sangre más que obra maestra es un texto-documento enormemente interesante porque ilustra con gran realismo y en clave expresionista del periodo  de imparable descomposición de la República de Weimar y explica algunas de las causas del auge nazi, ya que muchos de estos jóvenes y adolescentes, escolarizados en la violencia y en la aniquilación de la individualidad, nutrirán las filas del totalitarismo y de la barbarie nazi. En efecto, como escribió Der Spiegel, un año más tarde llegará el agitador del bigotito y hará suyos a todos estos jóvenes alemanes como si fueran las ratas del cuento de Hamelin.



Francisco Martínez Bouzas



                                                  
Berlín, años 30

Fragmentos



“Los ocho jóvenes han conseguido apoderarse de un banco, no les preocupan las llamadas, se amodorran. Han pasado la larga noche de invierno en la calle. Como tantas otras veces: no tienen casa. Todo el tiempo de aquí para allá, todo el tiempo en movimiento. Debido a las inclemencias, no han podido descansar. Nieve de varios días, de cuando en cuando unos delgados hilos de lluvia, todo ello mezclado por el viento que, con su frío penetrante, hacía resonar las bocas de los chavales al modo del pico de los patos. Ocho chavales de dieciséis a diecinueve años. Algunos se escaparon del correccional. Dos tienen padres en algún lugar de Alemania. Éste o el otro, bien padre, bien madre. Su nacimiento y adolescencia coincidieron con la guerra y la posguerra. Incluso cuando hicieron sus primeras tentativas por andar con sus piernas arqueadas ya estaban abandonados a su suerte. El padre había ido a la guerra o ya figuraba en la lista de los caídos. Y la madre montaba granadas o se vaciaba a cachos los pulmones sin parar de toser en las fábricas de pólvora o explosivos. Los niños con el vientre llenos de nabos -ni siquiera con el vientre lleno de patatas- merodeaban por los patios y las calles en busca de comida. Al hacerse mayores se lanzaban a cometer robos en manada con el pensamiento de llenar la panza. Malvados animalitos depredadores.”



…..





“Con pasmosa rapidez, los chavales se convierten en animales reptantes que balbucean por el suelo. En esto alguien vocifera una palabra en medio del caos: «¡Hembras!». Como un grito se enardece el deseo voraz de todos los chavales: ¡Sí, hembras! La prostitución exhibe a todas horas su aviejada mercancía en la esquina de la Kolonie con la Badstrasse. Para allí van dos chavales. Vuelven con una mujer bastante metida en los cuarenta. Dieciséis jóvenes se comportan como chalados, y una mujer. Ulli despacha enseguida la cuestión del pago lanzándole a la prostituta un billete de diez marcos: «¡Por todos!». Jonny, huésped distinguido y jefe de la pandilla amiga inicia la rueda siniestra. A continuación, el que cumple años, y luego todos, todos…La prostituta está tendida en un diván construido con sacos de patatas apilados, fuma un cigarrillo tras otro y, por los demás, permanece indiferente. Al cabo de una hora se ha ganado sus diez marcos. Ha de pasar por encima del ovillo de chavales tumbados como muertos para alcanzar la salida. Reina silencio en la cabaña. La vela del altar ilumina un cuadro triste.”



…..



“Abatidos, sin saber qué hacer, vagan por las calles los cinco miembros restantes de la pandilla. Ya no tienen arrojos para cometer hurtos. Todo volverá a ser como antes de los tiempos de Jonny y Fred: prostituirse, ganar de vez en cuando una moneda y, por lo demás, pasar hambre y más hambre hasta que les cruja el pellejo. Sin casa, tanto tiempo ya sin casa que un colchón en el albergue equivale al paraíso. O agregarse a otra pandilla. Trabajar con otro líder, robos de carteras, robos en las casas, robos de automóviles…lo que precisamente es ahora su especialidad.”



(Ernest Haffner, Hermanos de sangre. Una novela berlinesa, páginas 17-18, 81- 82, 212)

3 comentarios:

  1. Ya veo acá un antecedente de las pandillas actuales que tanto proliferan en centroamérica y otros lugares, me parece estar viendo lo mismo en otro marco histórico. Me gusta ese lenguaje directo, sin pelos...Gracias, amigo. Un abrazo.

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