jueves, 5 de marzo de 2015

"LOS DOS HOTELES FRANCFORT": VIDAS PERTURBADAS EN LA CONVULSA LISBOA DE 1940



Los dos hoteles Francfort
David Leavitt
Traducción de Jesús Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2015, 302 páginas.

   David Leavitt es una de las figuras más aclamadas de la actual narrativa norteamericana. Desde mediados de los ochenta ha publicado literatura de temática gay de buena calidad, sin caer en la tentación de la ficción “hetero”, en la que lo gay no pasa de ser una pincelada de fondo. Pero, como ya demostró, en obras anteriores (El contable hindú y sobre todo Mientras Inglaterra duerme), Leavitt sabe ubicarse, gracias a un buen estudio de las fuentes documentales, en los derroteros del subgénero histórico en el que inserta atrayentes tramas humanas. La lectura de estas fuentes -memorias, diarios, obras especializadas, cartas y novelas-  le han permitido retratar con gran verosimilitud la atmósfera del verano de la Lisboa de 1940, período temporal en el que se desarrolla la historia. Todo ello, unido a una intriga bien urdida, hace de Los dos hoteles Francfort una novela interesante, puesto que la Lisboa de aquellos meses retratada por la novela, es una ciudad donde el tiempo parece haberse detenido, provinciana, dormida, ensimismada en los ejes sociales y políticos de una dictadura cerrada. Pero es, sin embargo el lugar en el que se dan cita multitud de extranjeros, tanto espías como mujeres y hombres que intentan huir del avance imparable de los nazis que acaban de tomar París y conquistar gran parte de Francia. Un escenario muy apropiado para encuentros extraños e intrigas de todo tipo.
   Junio de 1940, dos parejas de norteamericanos que han vivido buena parte de sus vidas en Francia, llegan a Lisboa. Las dos están a la espera de un barco que los lleve a Nueva York. Son el matrimonio formado por  Peter Winter y su esposa Julia, judía, dato que mantiene en secreto, y la pareja  Freleng. Acaban de conocerse por azar en el Café Suiça. Residen  en dos hoteles bautizados con el mismo nombre Francfort, donde como otros muchos norteamericanos y europeos, se encuentran varados. Es el punto de arranque de una relación cercana, compleja, cada vez más intrincada y extraña entre ambas parejas. Porque, al poco tiempo de conocerse, comienza  a aflorar una doble vida entre tres miembros de este cuarteto, con no pocos secretos, traiciones, celos, pulsiones sexuales. Y el irrefrenable deseo de autodestrucción en el otro miembro del grupo, Julia, la mujer de Peter Winter, ignorante sin embargo de los laberínticos engaños que su marido y la pareja Freleng llevan  a cabo a sus espaldas, y que, como en las tragedias griegas, van anunciando el dramático clímax, cuando el Manhattan, el navío norteamericano se prepara para rescatarlos.
   Los Freleng son nómadas, sofisticados, ricos, esclavos de una vieja perra, escritores de novelas policíacas de éxito que firman con un heterónimo. Forman una pareja dispar y muy peculiar, de costumbres sexuales pactadas muy poco convencionales. Iris, la esposa, no le prohíbe a su marido Edward sus aventuras homosexuales, pero las sabe manejar. Este por su parte envía hombres a la cama de Iris para castigarla y para compensarla, para acercarla y para alejarla (página 190). Y aunque la novela no pivota en la homosexualidad, muy pronto tras el conocimiento, se inicia una tórrida historia gay entre los dos maridos. Llega un momento en el que los tres, Iris, su marido y Peter, interpretan una engañosa representación para un involuntario auditorio de un solo espectador: Julia. Mas como todo lo que hacemos suele acarrear consecuencias, en las pocas semanas previas al embarque, cambiarán muchas cosas en la existencia de ambos matrimonios. El final melodramático con el suicidio presentido de Julia, con un gran interrogante cerniéndose sobre sus motivaciones, pone fin a esta novela en la que no faltan guiños metaliterarios e incluso una novela dentro de la novela.
Elevador Santa Justa, lugar de gran importancia en esta novela
   Narrada en primera persona por uno de los protagonistas, la novela refleja sobre todo un tiempo convulso, perfecto caldo de cultivo  para ambigüedades conductuales, como si en los tiempos de crisis los seres humanos tuviésemos derecho a un cierto desorden moral. Novela bien construida, sin grandes alardes estilísticos, mas con un estilo de prosa que envuelve al lector sin que este se dé cuenta. Poblada por personajes banales, estereotipados, perfectamente delineados, sobre todo a través de su evolución en las pocas semanas de su estancia lisboeta. Y una excelente delineación  del contexto. David Leavitt no solamente dibuja un buen fresco de la Lisboa de 1940, con sus barrios, plazas, calles, restaurantes, sus edificios históricos con fachadas en tonos azules, rosas y verdes, sus elevadores y burdeles, sino que sabe transmitir el ambiente de aquellos días en una ciudad que es un avispero de espías y burócratas, y en la que innumerables extranjeros han depositado sus últimas esperanzas de salvación de la barbarie nazi. Y, a pesar de las relaciones cada vez más extrañas y complejas entre los principales personajes, el equilibrio narrativo y el ritmo del enredo nunca decaen. Novela pues de una ciudad, protagonista en buena medida, en tiempos convulsos en la que el autor ha sabido inserir en perfecta mesura las perturbaciones de los protagonistas.

Francisco Martínez Bouzas

                                                  
David Leavitt
Fragmentos      

“-Mírales –dijo Edward-. Recoged capullos de rosa mientras podáis y todo eso. Es el final de Europa; por eso bailan, y por supuesto Lisboa es también el final de Europa. La punta del dedo de Europa. Y todo lo que Europa es y significa está condensado en esa punta. Demasiado. Es una cisterna llena a rebosar…, y cada vez que un barco zarpa el nivel del agua baja un poco. Pero no lo suficiente. Y mientras tanto las compuertas siguen abiertas.
-Un momento. Según lo que acabas de decir, Lisboa es una cisterna…
-Exacto.
-Y los refugiados son agua…
-Correcto
-Pero eso significa que, cuando embarquen, el barco llevará una carga de agua. Llevará como carga el mismísimo elemento sobre el que navega.”

…..

“-¿Adónde vas? -le pregunté a Edward, que había recogido su ropa y se dirigía hacia las dunas.
Tampoco ahora me contestó. Quizá no me había oído. Recogí mi ropa y le seguí, y llegamos al bosquecillo de pinos. De la arena brotaban aquí y allá matas de barrón. Edward dejó su ropa en la arena y vino hacia mí.
Con mucha delicadeza, me quitó las gafas de la cara, las plegó y las dejó encima del montón de ropa.
-Por qué has hecho eso? -dije.
Y él dijo:
-Para que puedas decir sin mentir que no viste lo que iba a pasar.”

…..

“Una extraña apatía marcó nuestros últimos días en Lisboa, como si, después de semanas de nadar contracorriente, de pronto hubiéramos caído en una de esas balsas de agua salada caliente que salpican la costa portuguesa, y que ciertos enfermos buscan con fines terapéuticos. ¿Qué era aquella ciudad para nosotros, después de todo? Un embarcadero, una senda aérea de espera, una estación intermedia. Lo único que habíamos hecho en ella era esperar. Y ahora la espera llegaba a su fin, y yo no quería que fuera así. Cada mañana despertaba deseoso de que hiciera mal tiempo, de que se desencadenara una tormenta…cualquier cosa que retrasara la partida del Manhattan. Porque, con la muerte de Julia, los días se habían vaciado de tensión, y había dejado atrás un malestar que se percibía casi como grato.”

(David Leavitt, Los dos hoteles Frankfort, páginas 109-110, 114-115, 285-286)

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