martes, 17 de marzo de 2015

"LA PELUCA DE FRANKLIN": NOVELA SOBRE LA PASIVIDAD Y SOBRE EL COMPROMISO



La peluca de Franklin
María José Codes
Menoscuarto Ediciones, Palencia 2014, 300 páginas.

   La peluca de Franklin es la tercera novela de María José Codes, autora así mismo de relatos cortos publicados en varias antologías y de un interesante libro de ensayo sobre la intriga y el suspense. Ha sido finalista del Premio Tusquets y del Nadal en 2014. En La peluca de Franklin, la autora reúne dos historias separadas por muchos años, relatadas en paralelo y aparentemente sin relación entre ellas. No obstante, a medida que avanzan las dos tramas, se irán superponiendo, comunicándose con sutileza, hasta terminar convergiendo entre si,  a pesar de las distintas y muy alejadas cronologías en las que se desarrollan. Un experimento sin duda muy interesante pero muy complejo que constituye, no el único, pero sí uno de los principales méritos de esta novela.
   La primera de las historias acontece en la actualidad y tiene como protagonista a Vilán, un sociópata  precoz que sufre de agorafobia. No sale a la calle; es un autómata sin contactos reales con nadie, pero hay pocas cosas que no pueda conseguir por la red,  a través de la que se comunica con otras personas, especialmente con un personaje misterioso, Malvaré. Está obsesionado con su vecina Floria, a la que espía de forma clandestina con un telescopio que le permite grabar los momentos e imágenes de la intimidad de la mujer. Es tal su adicción al voyeurismo que no acepta ninguna de las repetidas y jugosas ofertas que le hacen por su casa. Resuelve con bastante pragmatismo el problema del sexo: se masturba dos veces al día, estimulado por un cuadro erótico. La primera en la sauna siguiendo el ejemplo de Floria que lo hace con una escultura. Con su telescopio llega a grabar unas escenas en las que la vecina es violada por un desconocido. Su pasividad le impide intervenir, y además piensa que Floria lo preparó todo para que él lo viese  a través del telescopio.
   Vilán consume su tiempo escribiendo la segunda historia: en un viejo baúl ha encontrado unos papeles de un antepasado suyo, Jaime Gardoqui, donde este relata el viaje marítimo que, por encargo del conde de Aranda, embajador de España en Francia, realiza en 1776 a bordo del bergantín Reprisal, para acompañar y controlar los movimientos de Benjamín Franklin que se traslada a Europa para recabar la ayuda de Francia y España a favor de la lucha de independencia norteamericana. Con Franklin viaja Eternity, una joven mujer cuya identidad es un enigma y a la que Gardoqui también espía por el ojo de la cerradura de su cámara, observando cómo se desnuda la joven.
   Las dos historias transcurren en paralelo, mediante una técnica basada en el contrapunteado, mas poco a poco la historia de Gardoqui, Franklin y Eternity irá ocupando mayor espacio y protagonismo en el libro, mientras que la de Vilán y su pasividad claustrofóbica  se convierten en el nexo imprescindible de la del viaje de Reprisal, en la que, hacia el final y después de sortear tormentas y corsarios, Franklin arroja al mar su peluca, un gesto simbólico con el que el político, científico e inventor de Filadelfia está cumpliendo el proyecto de su vida tratando incesantemente de ser un hombre nuevo. Un final bastante truculento, con tintes policíacos y con un alegato contra los cultivos transgénicos, pone fin al relato de la primera historia. El desenlace de la segunda se consuma en un naufragio y con Eternity, mujer audaz y luchadora, ayudando desde Inglaterra y París a Franklin al que transmite información política.
   Ambas historias comparten no pocos puntos en común. Los protagonistas de las dos viven inmersos en la opacidad: ambos son espías voyeuristas; a los dos los ahoga la pasividad. Una pasividad culpable, individualista, que es sin duda el tema de fondo de la novela y que se hace evidente sobre todo en la personalidad del protagonista de la historia actual: un personaje atado a su ordenador, un autómata sin contacto real con nadie que se limita a ver el mundo desde el monitor del computador, sin moverse de su asiento. “Una isla flotante ante mi claraboya virtual”. Frente a esa pasividad masculina, la autora halla valores contrapuestos en el lejanos siglo XVIII: en los predicadores cuáqueros que creían en la igualdad de hombres y mujeres, en figuras de intelectuales femeninas (Suzanne Curchod, más conocida como Madame Necker, Madame du Châtelet, traductora de Newton al francés, o la enigmática figura ficcional, Eternity, que se agiganta a medida que transcurre el relato). Una dualidad pues: pasividad – audacia luchadora y comprometida que origina visones contrapuestas del mundo circundante.
  
Benjamin Franklin
La novela, como ya quedó señalado, amalgama dos historias y no pocas dualidades. En el debe de la misma, debo señalar una cierta oscuridad en el trazado narrativo de la primera parte que puede provocar que el lector no devore las páginas sin darse cuenta. Así mismo, alguna incongruencia narrativa, como la de la lectura de una larguísima carta de Cristina Duham, madre de un hijo de Franklin y dirigida a este, por parte de Jaime Gardoqui que la había sustraído del arcón de uno de los Padres Fundadores, atenazado por el miedo de que este irrumpiera en el camarote.
   Todo ello sin embargo no desmerece el valor de este ejercicio narrativo. A medida que la novela avanza, el relato cobra interés: la aventura se asocia con la intriga, con el espionaje y sobre todo con la defensa de valores e ideales de gran importancia, como la demanda de la igualdad de todos los seres humanos. María José Codes lo hace reivindicando figuras femeninas que, en los inicios de su relato, desempeñan un papel secundario, mas, a medida que este avanza, se convierten en los grandes referentes de la novela.

Francisco Martínez Bouzas

María José Codes

Fragmentos

“En el Reprisal todo el mundo parece ocupado en sus quehaceres. No se oyen bromas entre los marineros, ni siquiera las quejas de costumbre. Hasta los gansos permanecen en silencio dentro de sus jaulas apiladas en cubierta. Se diría que guardasen un secreto vital y que hubiesen olvidado momentáneamente su infausto destino como alimento futuro para la tripulación. Hay un ir y venir diligente entre tipos que apenas se rozan, mientras despliegan los tableros y los bancos en cubierta para la primera colación del día. Aparte el retumbo de tablones solo se escucha la mar, con su parloteo de gárgaras de costumbre, y el casco enérgico del bergantín cortando al bies el oleaje. Lo demás son chirridos de poleas, flameo de vela y el suave céfiro a favor.
Jaime pliega su coy como ha visto hacer a los demás, enrollando su tela con un cilindro bien apretado, antes de subir al castillo para apilarlo junto a los otros, entre las batayolas de proa. Con todas las hamacas apiladas, esas barandillas con red se vuelven un sólido parapeto. Sabe Dios que, en tiempos difíciles, resultan una protección útil en cubierta en caso de ataque inesperado. Además, así se airean y huelen menos por la noche.”

…..

“No pienso marcharme. He vivido desde hace años en esta comunidad donde las mujeres hemos llegado a ganar muchas pequeñas batallas contra hombres sin escrúpulos, contra maridos maltratadores, contra charlatanes aspirantes a la Asamblea, contra ladrones y contra asesinos a sueldo. Algunas de entre nosotras se han visto perseguidas por la ley a causa de sus propios hijos ilegítimos, con el único fin de desposeerlas de sus tierras. Pero, como bien sabes, nunca nos hemos cruzado de brazos y hasta las que decidieron marcharse, como Patience, continúan a su modo con nuestra causa. No olvidamos que gracias a tu ayuda y tus contactos, nuestra querida Patience no ha dejado de enviar dinero y valiosas noticias desde Londres. Supongo que una viuda escultora y con cuatro hijos, despierta pocas suspicacias entre sus ingenuos clientes aristócratas. Los hombres sois así de incautos con nosotras. Estoy segura de que la mayor parte de la información secreta que consigue la obtiene con solo escuchar dócilmente mientras el estado mayor posa para ella.”

(María José Codes, La peluca de Franklin, páginas 88, 240)

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