domingo, 22 de febrero de 2015

"SOLITARIOS", DOS NOUVELLES ENSAMBLADAS POR EL AZAR Y LOS NAIPES



SolitarioS

José Manuel de la Huerga

Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2014, 218 páginas



   En SolitarioS José Manuel de la Huerga reúne dos novelas breves, escritas en épocas y situaciones distintas de su proceso creativo. Ambas, tal como revela el autor, estaban guardadas en el “cajón-limbo” de la espera. Cuando el escritor, en el año 2011, percibió que las dos resistían su “núcleo de calor” que las podía salvar del olvido, decidió publicarlas hermanadas en el mismo volumen de Menoscuarto Ediciones. Son “Ultramarinos El Pez de Oro” y “Naipe de señoritas”. El título que las arropa, SolitarioS, un falso palíndromo, connota, ya desde el pórtico del volumen, la pluralidad del material narrativo  en distintos ámbitos: dos novelas breves que soportan cualquier orden de lectura. Y así mismo, pluralidad de personajes que comparten, no obstante, rasgos comunes: personajes provincianos, solitarios, marginados, perdedores, más antihéroes que héroes; las mismas coordenadas espacio temporales: finales de los años 60, en el tardofranquismo, en una ciudad imaginaria, Barrio de Piedra, un lugar que aglutina calles y plazas de varias ciudades castellano-leonesas. También el mismo trasfondo de juego de naipes, la misma columna vertebral en los dos relatos, ilustrada incluso con imágenes cartománticas, si bien con distinta finalidad en cada una de las dos nouvelles.

   La primera de ellas, “Ultramarinos El Pez de Oro” da comienzo con varias escenas que pueden provocar cierta confusión lectora, porque, a primera vista, el relato parece inclinarse por el camino de las aventuras. Tras una prolepsis  en la que el autor nos muestra a los principales personajes, Berta y su hijo Cachelo viajando en tren camino de Lisboa, el relato retrocede a un tiempo anterior. Berta regenta una tienda de ultramarinos. A ella llega un viajero portugués representante de bacalao. Berta se ofrece a echarle las cartas. Intiman, tienen una relación amorosa en una noche presidida por el deseo. Berta queda embarazada. Espera una niña, pero nace un niño, Ricardo, sordo severo, aunque la madre le bautiza Cachelo, la única palabra portuguesa que conoce. En un programa de radio Berta escucha que la cadencia de la lengua portuguesa es muy beneficiosa para que los sordos severos recuperen el oído. Y un día, en el tren de medianoche, se dirigen a Lisboa, porque además la madre está convencida de que cuando padre e hijo se encuentren en Lisboa, el niño hablará.

   Ya en Portugal, con los inesperados amigos, con los libros, con la presencia, aunque no explícita de Fernando Pessoa y su bellísimo Livro do desasosego, el relato adquiere una fuerte tonalidad poética. En Portugal, callejeando por Lisboa, por Chiado, Alfama, Cascais, Belém…, la magia envuelve a la madre y al hijo que se comunican entre si por el tacto. El recitado de textos poéticos que escucha Cachelo, será su gran terapia. La gran verdad: la constatación de que la felicidad del encuentro está al final, cuando nos hayamos pasado la vida buscando (página 133). Un relato pues que nada tiene que ver con los cuentos maravillosos, irreales, sino con ese prodigio que son las capacidades ocultas de los seres humanos y con los toques de la varita mágica de la suerte.

  
Fernando Pessoa (homenajeado en este libro)
También Barrio de Piedra, la vieja ciudad de provincias, es el escenario de la segunda historia, “Naipe de señoritas”. En ella, José Manuel de la Huerga, nos conmueve con la vida del protagonista, Félix el Simpar, un soltero trasnochado y empedernido, pero ligón pertinaz. Vive solo desde la muerte de su madre, acompañado únicamente por un naipe de cuarenta cartas. Ocho de ellas eran de chicas que se iban desvistiendo en cinco posiciones predeterminadas. Trabaja en los juzgados y si algo desea, es triunfar en el amor. Ronda a las menos agraciadas de sus compañeras creyendo que así tendrá más posibilidades, mas sus premios son plantones femeninos. Por eso consume su vida rutinaria entre el trabajo en los juzgados y la mesa camilla de su domicilio, interrumpida por unas manos de naipes de “sus señoritas”, siempre dispuestas y complacientes.

   Hasta que un día, de forma azarosa, el naipe de señoritas desnudas le proporciona una experiencia sexual no rentada con la mujer más deseada de su juventud, un embarazo, un matrimonio y una hija. El regalo de la felicidad de un ser débil que durante muchos años proyecto sus deseos en el azogue de las cartas. Hasta que la casualidad hace que se cumplan y, como escribe el autor, halle su pececillo de oro: el amor de una familia.

   Dos nouvelles pues ensambladas, que efectivamente pueden tener una lectura envolvente, suturadas además por la presencia de los protagonistas de la primera en la segunda, por las provocaciones del azar, por una gran ternura, un finísimo humor y finales optimistas y luminosos. No pocos guiños culturales, especialmente a Fernando Pessoa y a sus heterónimos en la primera historia, prescindibles no obstante para aquellos lectores que buscan la esencia de las historias, cuya fuerza reside en buena medida en la eficaz construcción de los personajes centrales que despiertan de inmediato la empatía del lector y hacen que les acompañemos con placentero interés en sus amables y azarosas experiencias vitales en búsqueda de la felicidad.



Francisco Martínez Bouzas



                                                     
José Manuel de la Huerga  (Foto Eduardo Margareto)

Fragmentos



“Fernando el Portugués le duró una noche a la luz de una vela de vainilla. Aromática y embriagadora, pero una sola noche. Iba a bajar la persiana de la tienda y recibió su visita. Era un caballero venido de muy lejos, elegante, trajeado, con sombrero de ala ancha con cinta de raso y maletín de representación. Soñaría con él muchas noches después, como si viniera sobre el Caballo de Oros, iluminado por un sol nocturno. El amante fugaz contaba con melancolía cómo en su ciudad los paquebotes atravesaban de una orilla a otra la desembocadura del río (…). Gracias al viajante portugués Berta descubrió que había mundo y sintió dentro de ella una rama que se desenganchaba de los juncos junto al Puente de Piedra y las Aceñas, a las afueras, y continuaba viaje hasta ultramar. No lo pudo resistir. Se amaron tras la mesa camilla, entre las estanterías, y el Portugués le trajo al olfato la brisa de la desembocadura del Tajo en Lisboa.”



…..



“Félix se decidía por una chica, por lo general una nueva. La menos agraciada, aunque eso era a veces difícil de precisar. Con la más fea en el ojo de mira, creía que tendría más posibilidades de éxito. Desde primera hora de la mañana estaba atento a acercarle cualquier necesidad, papel de calco o papelillos correctores, un timbre o una aspirina a las de la jaqueca regular. Si no estaba de servicio por la calle, que era lo más habitual, el agente acertaba a estar detrás de la chica elegida para ajustarle la silla a la mesa. Además el resabido funcionario sabía dónde encontrar algún cojín para alojarlo bajo el rotundo pandero femenino, embutido en falda gris perla de tablas. Era momento para el jolgorio general, algún silbido y risa desbocada, hasta que una mirada de autoridad de doña Pilar, la decana, planeaba sobre toda la sección y comprobaba que el martilleo de las Underwood expiaba el nefando pecado de la procacidad juvenil colectiva.”



…..



“Félix se sorprendió de que los vahídos no le hubieran visitado. Tendría que habérselo recordado a Eva María. Quien sabe, quizás sería bueno hacer el amor con frío. Pensó que le apetecía tomar algo. Tenía gracia lo de tomar. Recordaba hacía un par de minutos la frase apoteósica de la amante: «Tómame, Felisín». Por querer tomar, él también querría tomar a Sophia, la rubia de su naipe. Años y embarazos habían pasado factura a la chica diez de su adolescencia. Eva había engordado, le sobresalían michelines sobre la braga, y las fantasías del liguero y medias de seda escamoteaban a duras penas celulitis y varices. Por no hablar de sus pechos, cuando ella misma se desabrochó el sujetador. Se le vinieron al ombligo. Las manos de Félix se quedaron agarrotadas al recogerlos y pretender devolverlos a los cazos turgentes de los diecisiete años, cuando un domingo veraniego de piscina, a la chica se le había salido uno, duro y respingón, y Félix lo había pillado al vuelo, jugando en las toallas. El Simpar había guardado aquella imagen como la mejor travesía por el desierto de su juventud. Y aún la recordaba, cuadrando solitarios con su naipe de señoritas.”



(José Manuel de la Huerga, SolitarioS, páginas 22-23, 155-156, 188)

jueves, 19 de febrero de 2015

"LA VIDA QUE NOS MATA": UN DETECTIVE PLUMÍFERO Y SENTIMENTAL



La vida que nos mata
Xabier López López
Traducción de Isabel Lacruz y Xabier López López
Editorial  Funambulista, Madrid, 2014, 331 páginas

   La madrileña Editorial Funambulista celebró el pasado año su décimo aniversario con la traducción y publicación de A vida que nos mata (2003), una de las piezas ficcionales que consagraron definitivamente a su autor Xabier López López (Bergondo, A Coruña, 1974). En su versión original gallega la novela fue ganadora de varios premios, entre ellos el de la Crítica Española. Desde su publicación la carrera literaria de Xabier López López no ha hecho más que crecer y está considerado en la actualidad como uno de los narradores referenciales de la literatura gallega.
   En una taxonomía canónica, La vida que nos mata es preciso encuadrarla dentro de la novela policial o subgénero detectivesco, porque la novela se arropa con todos los ingredientes del género negro. En la misma se cumple el esquema detectivesco orden-desorden-orden restaurado -aunque la sorpresa  que el autor nos regala en el desenlace, no deja de ser mayúscula-; gradual crecimiento de la intriga y del interés a medida que avanza la acción; un relato así mismo en primera persona siguiendo el ejemplo de los maestros del género, puesto que las cosas dan la impresión de ser mas verdaderas cuando nos son ofrecidas en las palabras de su directos protagonistas. Sin embargo, la novela de Xabier López López no se cimienta en ningún sostén ideológico, ni en la glorificación de la omnisciencia de los personajes e instituciones encargados de velar por la conservación del orden en la vida burguesa, sino  en el empeño obstinado, y sin duda sentimental, de un periodista, Sebastián Faraldo, un adolescente de cincuenta años y cien kilos, convertido por esta pieza ficcional en uno de los detectives más famosos y peculiares de la narrativa gallega.
   El caso que le corresponde resolver al plumífero Sebastián Faraldo, es un doble asesinato, cometido en los días de la República en el Gran Hotel Mondariz-Balneario (Pontevedra). En efecto, el periodista Faraldo recibe el encargo del periódico en el que trabaja, El Matutino, de cubrir una boda que se va  a celebrar en el Gran Hotel de Mondariz. Pero las nupcias no llegan a celebrarse porque súbitamente se produce el doble asesinato de la novia y de su prometido. La guardia civil detiene como sospechoso al fotógrafo que acompaña a Sebastián Faraldo y, acto seguido, el juez le imputa el crimen, basándose en indicios circunstanciales y en su militancia política anarquista. Es entonces cuando Sebastián Faraldo, un verdadero sentimental pero tan loco y testarudo como el capitán Ahab de Moby Dick, personaje con el que se identifica, decide intervenir, penetrar los secretos del crimen, coger la pista del mismo e ir tirando de los hilos que halle. El ovillo eran sin duda los novios, y los hilos, sus respectivas familias. La meta que persigue: demostrar la inocencia de su compañero.
   El relato entra, a partir de la decisión de Faraldo, en una verdadera itinerancia que llevará neófito detective primero a Madrid, introduciéndolo en los bajos fondos y en su bohemia literaria; más tarde al corazón de la industria siderúrgica de Euskadi, para retornar de nuevo a Galicia e investigar en las estructuras ocultas de los conserveros de las Rías Baixas. Será entonces cuando aparezca, como pista de la investigación, una historia turbia de empresarios que no aceptan el nuevo orden democrático, que emplean tapaderas, hombres de paja, matones sin escrúpulos que trafican con objetos que nada tienen que ver con sus pretendidas actividades fabriles, e intentan financiar un partido político de corte fascista para controlar a los obreros de sus industrias.
  
Gran Hotel Mondariz-Balneario
Finalmente, una concatenación de casualidades, unida a una suerte de proceso selectivo, dirige la investigación de Sebastián Faraldo hacia los culpables. Y cuando todo semeja claro y resuelto, un inesperado giro de ciento ochenta grados, con el que nos sorprende el autor, tensa la cuerda del suspense y le hace justicia al título de la novela.
   Pero La vida que nos mata no solamente destaca por el tirón creciente de la acción detectivesca, sino también por la maestría con la que el autor describe ambientes, climas humanos y costumbres -sin que por ello pueda considerarse esta una novela costumbrista- que actúan como perfecta ambientación de la acción novelesca. Enfatizo de una forma especial la primorosa recreación de la atmósfera de los cafés literarios y de ciertos tugurios de Madrid, y el aire nostálgicamente decadente de Mondariz, una villa fantasma, un cadáver nostálgico en su enfermedad terminal. Por eso mismo La vida que nos mata no solamente es una excelente pieza detectivesca que tira de la atención lectora, sino también un fotograma melancólico de toda una época.

Francisco Martínez Bouzas

                                                     
Xabier López López
Fragmentos

“Me despertó, con gran sobresalto para mi ánimo, un jaleo harto alarmante para la despreocupada vida en la que se arreboza un balneario. No digo que en otro sitio -y pongamos por caso mi plaza- aquel pandemonio de gritos, voces, motores y botas claveteadas fuese cosa de todos los días, que no lo era, pero en un balneario, diablos, en un lugar en el que el alboroto y el silencio están medidos por una suerte de regla monástica, aquel repentino mandoble matinal se nos antojaba tan desagradable como un solo violín ejecutado con una sierra.
Me acerqué aprisa: varios coches negros, gente que formaba corros y una pareja de la Guardia Civil, con sus funestos fusiles y capotes, que pesquisaba en los jardines. No tuve que esperar a espabilarme por completo para saber que algo terrible había sucedido.”

…..

“Llamar cripta al Pombo, como había hecho alguna vez Ramón Gómez de la Serna, era gastarle una broma bien humorada, hacerle una gracia literaria al local que desde siempre había acogido sus tertulias. Con el Bombay no había tropos ni disfraces de ningún tipo: aquella gruta oscura comida por la humedad, aquel tugurio codicioso de espacios, era un enterramiento en vida de docena y media de catalépticos que ya no tienen fuerzas para arañar la tapa del ataúd y se comportan con la resignación de que cada trago espasmódico de oxígeno puede ser el postrero.
Humo. Humo como en el corazón de un gran incendio. Serrín en el suelo y el estrépito continuo de vasos y botellas que se estrellan. En un salón, los fragmentos de varios ripios exaltados que, juntos, conforman un ripio más grande, tal vez ya el RIPIO, en letras mayúsculas. En otro -la neblina del humo con una coloración distinta-, un pianista de música moderna que echa el cuerpo hacia atrás y más atrás, alejándose de las teclas, tocando ya a duras penas con las uñas, como si anhelara que no lo relacionasen con aquel asesinato musical en el que el alcohol era cómplice necesario. Sin que el Bombay fuese un burdel, que en puridad no lo era, a mí me olió a burdel. Tetuán, Pontevedra o Madrid, los burdeles huelen siempre igual: a una mixtura de perfume barato, anís y fiebre, ceniceros metálicos que conservan rescoldos y nicotinas viejas y aquel otro punto dulzón y agrio, aturdidor después en las propias uñas, puede que fragancia de mucosas, puede que olor a culo, a intersticios de nalgas sudadas.”

(Xabier López López, La vida que nos mata, páginas 90, 188-189)

domingo, 15 de febrero de 2015

"LA MUJER AJENA": MIEDOS MASCULINOS, AJENEIDAD FEMENINA



La mujer ajena

Ramón Bueno Tizón

Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2014, 124 páginas



   Tuve la oportunidad de saborear el buen hacer narrativo de Ramón Bueno Tizón (Lima, 1973) en el volumen que Editorial Candaya editó en 2013, Emergencias, en el que doce autores iberoamericanos emergían por primera vez o se mostraban, sobre todo a los lectores españoles. Lo hacían mediante la narrativa de la brevedad, de las distancias cortas. En aquella antología Ramón Bueno Tizón nos ofrecía una muestra de su buen hacer literario con el cuento “María Ozawa”, recogido así mismo en esta colectánea que reúne once relatos, todos ellos de su autoría, y en los que el autor se acoge de nuevo a la ficción breve, de paginación intermedia.

   Con un título, La mujer ajena, que sí, es verdad que se puede prestar a múltiples interpretaciones, entre ellas la de un dicho sentencioso machista, -aunque el autor piensa en otro tipo de ajenidad: la que para muchos hombres significa el mundo femenino-, el narrador limeño nos ofrece un verdadero friso de seres, casi todos varones, huérfanos de calor humano, seres marginales y perdedores en su mayoría que en las mujeres solamente perciben sus lejanías, seres distantes y ajenos, y que sustituyen el miedo, la falta de éxito o una verdadera relación humana, amorosa o erótica, por el sexo rentado.

   No son los de Ramón Bueno Tizón relatos en los que proliferen grandes acontecimientos, tampoco grandes dramas, aunque sí peleas conyugales. Son, sin embargo, prosas rebosantes de narratividad, de historias cotidianas bien trenzadas y bien escritas, y en las que el autor ausculta sobre todo el clima interior de sus personajes.

   Ese buceo en las interioridades se percibe ya en el relato que inaugura el volumen (“Nacimiento”), un triste cuento que recrea el montaje de un nacimiento navideño, en los años de los atentados terroristas en Perú, desde la perspectiva de un niño y una adolescente que, a pesar de los apagones y peleas de sus progenitores, intentan que en el hogar no se hiele el calor navideño. Le sigue “El almuerzo”, un relato muy condensado sobre infidelidades masculinas y las subsiguientes pesadillas. En “Philippe y los náufragos” el escritor nos invita a reflexionar sobre el éxito y la mediocridad en  el mundo de la música, con la figura de un pianista que quiere ser fiel a sus inquietudes y por eso mismo toca el piano aunque sea en un local frecuentado por náufragos de la vida: prostitutas y bebedores. En “Los duros” la acción se traslada a Itagüí (Colombia) y asistimos a un derroche de  violencia, muerte y sexo en ambientes marginales.

   La ajeneidad femenina y el desamparo de los protagonistas masculinos se deja sentir todavía con más fuerza en algunos de los restantes relatos de la colectánea: el jinete en el ocaso de su carrera, acosado por las deudas, sin éxito entre las mujeres, asido inútilmente a la esperanza de la última monta (“Jonás en la última”). O en el que nos acerca al torero veterano y cansado, en cuyo interior se dan cita el miedo  a  hacer el ridículo y el misterio que para él significan las mujeres desnudas, ante las cuales aparecen sus fantasmas (“Verónica”). En “Weininger y yo”, un personaje histórico, el filósofo y escritor E. M. Cioran, al que la lectura de un libro de Weininger libera de la “atadura de la mujer” y le arroja en la bulliciosa escuela de la vida que son los burdeles y las putas. Un estremecedor relato, en mi opinión uno de los mejores, sobre los sufrimientos pesadillas de Cioran, de tal magnitud de que un día su madre, tras presenciarlos, pronunció esta frase: “Si lo hubiese sabido, habría abortado”. Sobre hombres inseguros, machos débiles, vulnerables, predecibles, que prefieren besar en la entrepierna y lamer como animalitos, versa así mismo el relato “La princesa china”. En “María Ozawa”, otra excelente narración, el autor refleja la vida de los emigrantes latinos en el Imperio, odiados por los chicanos. Su desazón, sus miedos, su ajeneidad femenina, reflejados a través de la metáfora de la muchacha en flor, María Ozawa, una actriz porno japonesa. Un relato rebosante de amargura, orfandad, de las que hombres esclavos del sexo rentado, intentan despegarse con las fotos porno de la chica japonesa. Finalmente en la pieza que cierra el volumen (“Nosotros los que miramos”), el autor nos convierte en testigos de  la iniciación en la bebida y en el sexo más deshumanizado de unos adolescentes quinceañeros marginales, en un viaje de Lima a Chiclayo.

   En su conjunto, las piezas narrativas de Ramón Bueno Tizón no permiten que se filtren rayos de luces optimistas, ni siquiera sus engañosos amagos. Mas el escritor no extravía su mirada y el conjunto de sus relatos refleja con fidelidad algunas de las dolencias de nuestro tiempo, y posiblemente de todos los tiempos y comunes a todas las geografías. Porque, aunque es Lima el espacio en el que se desarrolla la mayoría de las tramas, la narrativa breve aquí reunida ubicará al lector en otras épocas y en otras cartografías. Aquello que seguramente nos hace más humanos está en crisis en Lima, Itagüí, Rumania o en el desierto de Texas. En nuestros días o en los del antiguo reino de Lidia.

   La edición de Editorial Candaya, fiel a su tradición, respeta el español de América. Un ejemplo paradigmático es sin duda el último relato (“Nosotros los que miramos”), un verdadero festín lingüístico para todos aquellos lectores que creen que los modismos y localismos no son un estorbo de la lengua estándar, sino todo lo contrario: su enriquecimiento.



Francisco Martínez Bouzas



                                                     
Ramón Bueno Tizón

Fragmentos



“Me asusté y no sé cómo me resbalé, y caí al piso. Mi papá se detuvo y creo que volteó hacia donde yo estaba. Tuve el tiempo suficiente para regresar a mi cama y hacerme la dormida. Mi papá entró en mi cuarto y me pasó la mano por el cabello. Sus manos olían a un perfume de mujer que no era de mi mamá. Yo mantenía los ojos cerrados. Mi papá regresó a la sala. Hubo un último ruido, seco y brutal. Después oí que la puerta principal se abrió y se cerró. Mi mamá continuó sollozando. Volví a pensar en José María, que estaría escuchando todo, viéndolo tal vez. Finalmente me quedé dormida.”



…..



“Con Verónica también tuve que tomar viagra. Sólo así pude lograr la suficiente confianza como para ahuyentar los viejos temores. Más todavía si han corrido líneas de coca y si se trata de una mujer tan bella como Verónica. Cuando no tomo viagra, me convierto en un espectador de mí mismo, pendiente y temeroso de mis propias reacciones. Y siempre termino bloqueándome. Los médicos me dicen que es efecto placebo, que todo está en mi mente. Puede ser, pero yo prefiero no arriesgarme a patinar, aunque me dé un infarto.”



…..



“En la segunda fotografía, María Ozawa nos mira desde la lejanía de su inmenso poder, el rostro inclinado hacia la derecha. Una mano hunde sus dedos entre su cabello negro, desordenado intencionalmente. La otra mano cae sobre su muslo interior, junto a su bajo vientre, ahí donde el monte de Venus de María Ozawa se enciende en una mata salvaje y lúbrica. No es el enterizo ajustado de malla que trae puesto lo que perturba y conmueve al espectador. Tampoco la turgencia de sus pechos, medianos y precisos. Lo que sobrecoge es la naturaleza agreste de su vello pubiano, de una oscuridad arcana, intimidante pero magnética al miso tiempo. Como una flor carnívora, hermosa y espeluznante. O como una tarántula posada entre las piernas de un hafu.”



…..



“Ellos  chupan con las mujeres de la promoción, bailan con ellas, tienen enamoradas y tiran con putas. Nosotros chupamos juntos, los viernes por la tarde: puto calzoncillo nomás, ninguna hembrita. Nos colamos a los tonos y quiceañeros que consigue el Guanay pero jamás computamos a nadie y nos quedamos chupando gratis, en un rincón. No les hablamos a las chicas del colegio porque no tenemos nada que decirles. Intercambiamos porno y nos corremos la paja en secreto; todos lo sabemos pero nadie quiere admitirlo. Qué le vamos a hacer, ellos pueden y nosotros miramos. Por eso somos patas o decimos serlo.”



(Ramón Bueno Tizón, La mujer ajena, páginas 19-20, 64-65, 92, 107-108)

jueves, 12 de febrero de 2015

"VIENTO DE TRAMONTANA": EN CLAVE PARÓDICA Y SURREALISTA



Viento de tramontana
Sergio Gaspar
Edhasa, Colección Tusitala, Barcelona 2014, 278 páginas

   A los dos años de haber puesto fin a su  meritoria labor editorial en la extinta DVD Ediciones, debuta en la narrativa Sergio Gaspar (Checa, Guadalajara, 1954), primerizo en la prosa ficcional, pero en su haber con el aval literario de cuatro libros de poesía. Y lo hace con un libro muy especial: una pieza híbrida en cuanto a forma y contenido. Lengua híbrida: conjuga el español, el catalán y el español-gitano; prosa narrativa / descriptiva con abundantes escenas y diálogos teatrales. Incluso variados tipos y tamaños de letra. Pero es especial sobre todo en su contenido, porque Viento de tramontana es un texto que retrata la realidad catalana y española en forma de sátira escrita con aires actuales. Un texto delirante, confiesa el autor porque, añade, la realidad que nos presenta el poder político, editorial, universitario… es frecuentemente tan falsa que solo se puede describir de ese modo. Una verdadera amalgama pues de lo paródico y carnavalesco, con buenas dosis de superrealismo, reivindicando y ejecutando así una de las funciones tradicionales de la literatura, mas proyectándola, como ya señalé, sobre la realidad actual. Pero no solo la sátira deja su marca en este debut narrativo de Sergio Gaspar: en el libro están presentes los ecos de la historia, la reflexión sociológica y filosófica, las calles y barrios de Barcelona, una rica guía de viajes, e incluso la metaliteratura y un provechoso diálogo intertextual con muchas obras y autoras de nuestros días y del pasado.
   Nadie mejor que Sergio Gaspar para describir la esencia temática de su novela. En un texto previo al índice y a las dedicatorias sustanciosas y llena de enjundia, después de reconocer que todas las situaciones narradas son ficticias -“la literatura no es creíble, una propuesta increíble”-, escribe que Viento de tramontana es una parodia de la vida política y de la industria editorial española (página 7). En la construcción de esa parodia, el autor se sirve de un verdadero frenesí imaginativo: a la voz narrativa y a su pareja se les presenta en una carretera del Ampurdán, montado en un asno trotero y pardo, Josep Pla, “un vejete vestido con traje de pana negra, camisa  blanca y boina negra sobre la cabeza” (página 22). Más adelante en una analepsis se nos dirá que Jordi Pujol le había pedido a Pla que se muriese, que residirá en los sótanos de la Biblioteca  Nacional de Cataluña en el palpitante corazón del Barrio Chino. Como recompensa se le zanjará el hecho de que el mayor prosista de la prosa catalana haya colaborado con Franco, transformándolo así de traidor en legítimo patriota. Josep Pla se hace llamar José Llano, se pasea con su burro volador por el Ampurdán, haciendo sobre todo turismo político, con numerosas e ilustrativas digresiones: (paisajísticas, literarias, históricas, urbanísticas, sociales, políticas…) para sus acompañantes. Entre ellos el Gran Hombre Bajito, Nuestro Caudillo, Su Excelencia, que no es capaz de entender el concepto de anacronía y está preocupado, casi de forma exclusiva, por los años en que su Avenida se llamará como él.
   En otro de sus viajes por Barcelona se encuentra con Miguel de Cervantes, que visita la ciudad como un turista más. Juntos inician un recorrido por la capital de Cataluña, por sus calles y barrios, recorrido que hace que Viento de tramontana sea también la novela de Barcelona, con calles como el Passeig de Gràcia que representa simbólicamente a Cataluña y la Diagonal a España. La Barcelona del Eixample diseñada por Cerdà es curiosamente una ciudad planeada por España, por el centralismo madrileño.
   La novela disecciona por la vía del humor los nacionalismos, tanto el catalán como el español. No rehúye adentrase en las cuestiones espinosas de hoy y de siempre del nacionalismo catalán y en sus aspiraciones soberanistas, dejando caer que una Cataluña independiente tendría que ser binacional: el Ampurdán debería separarse de Cataluña y construir su propio estado. 
  
Josep Pla
Tampoco obvia ejecutar una parodia hilarante con el mundo editorial. En las páginas de la novela hacen acto de presencia conocidas editoras y agentes literarias. Los premios literarios también entran en sus reflexiones: han caído desde hace tiempo en la monotonía y en el descrédito. Premios otorgados  a dedo. Sergio Gaspar pone en boca de  César  González Ruano, “un fascista mussoliniano” que aspiraba a ganar el primer Nadal, y que ganaría sin embargo Carmen Laforet, estas casi siempre certeras  palabras:”Es la primera vez en la historia de la literatura española que se crea un premio para no darlo a un amigo” (página 142).
   Novela construida de forma fragmentaria, con una arquitectura en cierta medida caótica, pero unida por las deformaciones satíricas, paródicas en la que subyacen, sin embargo, análisis conspicuos y muy inteligentes acerca de las realidades catalana y española. Un gran amor a la literatura  que se deja sentir en los frecuentes diálogos con otros textos y autores, no porque resulte cómodo y útil, sino porque son lecturas de las que Sergio Gaspar se ha empapado y se apropia de forma inteligente, y ese diálogo resulta para su propuesta creativa. En pocas líneas: un texto muy actual, tanto por su contenido como por su construcción postmoderna, repleto de sarcasmo y humor, pero también de sabiduría. Y apto sin duda para generar polémica.

Francisco Martínez Bouzas

                                                     
Sergio Gaspar
Fragmentos

S ya lo sabía yo… -nos explicaba, radiante-. La burguesía nacionalista catalana es y será siempre católica, fascista y corrupta. Nuestra España eterna de derechas: la masía andaluza y el cortijo catalán, intercambiables. Los señoritos de Madrid y los señoritos de Barcelona. Meapilas, antiabortistas y machistas. Tienen los cojones tan machistas que no son capaces de engendrar a una mujer.
-¿Me acompaña, señora…?
-¿A dónde?
-No iremos lejos.
En efecto, no anduvimos mucho. Pla se detuvo en la casa de al lado. Buscó la ventana adecuada, una que aparecía entreabierta, y nos dijo:
-Siéntense en el antepecho, por favor
Nos sentamos los tres.
-Ahora comprobarán ustedes la fuerza de la tradición y la cultura del pueblo catalán. Canten conmigo.
Patim, patam, patúm
          homes i dones del cap dret,
 patim, patam, Batum,
     no trepitgeu el Patufet.”

…..

“-Tías en bikini y ropa interior. Tías en bragas y sujetadores. Tías más altas que nosotros, eso siempre. Mucho más altas y a ser posible extranjeras. Ésta era la fórmula para acabar con el franquismo. Porque los hombres españoles, fuésemos rojos o nacionales, sin distingos, después de vencer el hambre de la posguerra, después de bajarnos de la mula y subirnos a los biscúteres, las vespas y las montesas, sólo teníamos hambre de montarnos en una tía, en un montón de tías y follarlas. Ni toros ni fútbol. Eso ya lo teníamos. Ni novias ni esposas. Eso también lo teníamos. La democracia significaba poder follar. Los tontos del bote de la censura ni se dieron cuenta. Bueno, a lo mejor sí lo sabían, pero y andaban enfrascados en preparar traidoramente la transición como nosotros. Y las españolas, ¿qué querían las españolas? Pues lo mismo que nosotros: despelotarse y follar.”

…..

“-Ustedes, los gallegos, son bisentimentales. Se quieren a  sí mismos y quieren a España. Los catalanes nunca. No se deje engañar por monsergas de poetas modernistas y otras máscaras líricas o periodísticas. Nosotros, los catalanes, somos unisentimentales y monoamantes. No le voy a negar, porque nuestra historia así lo demuestra hasta el aburrimiento, que a menudo cometemos adulterio con España, o dicho con más precisión, con los reyes, presidentes de república y gobiernos de España. Pero siempre será un adulterio por interés, por cálculo político, jamás por atracción erótica, ni desde luego por amor. España, Excelencia, no nos la levanta.”

(Sergio Gaspar, Viento de tramontana, páginas 43-44, 125-126, 130-131)

lunes, 9 de febrero de 2015

"TAMBIÉN ESTO PASARÁ", LAS CRUELES EMBESTIDAS DE LA PÉRDIDA



También esto pasará
Milena Busquets
Editorial Anagrama, Barcelona, 2015, 172 páginas

   Según atestigua la representante literaria de la autora, este libro ya triunfó antes de su edición. Parece ser que el manuscrito de También esto pasará se convirtió en el libro caliente de la última Feria del Libro de Frankfurt: “Dos semanas antes de la feria ya estaba en boca de todos y organizamos una subasta de derechos”, revela la agente literaria, Anna Soler-Pont. Derechos que fueron adquiridos en  cifras millonarias por algunas de las más importantes casas editoras de Europa y América. Un fenómeno que no alcanza a explicar el pedigrí personal / familiar  de la autora (ex editora de R que R Editorial e hija de una célebre escritora y editora, Esther Tusquets). Porque la novela que supuso el debut literario de Milena Busquets, Hoy he conocido a alguien (2008), pasó sin pena ni gloria. Aquella primera tentativa de Milena Busquets adolece de falta de sustancia. Es bastante infantil, como reconoce su autora. En esta su segunda incursión en la narrativa, pese a ser un libro elegíaco sui géneris, que nos muestra lo más doloroso de la pérdida, hay una verdadera historia, que quizás nos rasgue las tripas de vez en cuando, pero una historia llena de sagacidad, viveza, sinceridad e incluso profundidad, contada además con un impresionante brío escritural. Y todo ello a pesar de la gran simplicidad que rezuma la trama argumental.
   Diré de entrada que Milena Busquets fusiona con habilidad realidad y ficción, o mejor dicho, trastoca la realidad con la magia de la ficción. Pero difícilmente engaña al lector. La madre de la autora, Esther Tusquets, falleció en julio del año 2012. La protagonista de la novela, Blanca, también acaba de perder a su madre, y si algo está presente en esta pieza narrativa, es el eco de la pérdida, el desgarro de la  definitiva ausencia materna. Pero es tal la dolorosa sinceridad de la prosa de esta novela que no hace falta que aparezcan los nombres de la autora y de su madre, Esther Tusquets, para que nos demos cuenta de que los personajes de ficción se identifican con los reales. Sin embargo, Milena Busquets lo tiene muy claro y, a pesar de que una buena parte de los elementos de su narración están extraídos de su propia biografía, personal y familiar, erigió entre ambas una clara frontera: su libro no es un diario, no escribe sobre Esther Tusquets editora famosa, persona glamorosa, sino sobre las relaciones madre-hija. Y para eso poco importan los nombres. En la ficción, la protagonista se llama Blanca y hace acto de presencia con cuarenta años, en un cementerio, en Cadaqués, en el funeral de su madre. Y a ella se dirige para digerir su duelo, habla con el tú ausente empleado siempre la primera y segunda persona, desde ese “tú, la muerta, les puteaste bastante” de las primeras líneas.
   La novela es un atípico recorrido por los trayectos del duelo. Sí, con algo que se parece de vez en cuando al poema de lamento, a la actitud elegíaca, pero yendo mucho más allá: desnudándose la autora, o su alter ego, emocional y sentimentalmente hasta extremos inusitados, quizás pornográficos para los bien pensantes. Es por supuesto la madre muerta la que da sentido a la narración. A ella se dirige y a ella le increpa tantas cosas: ese tiempo de puntos suspensivos en los que Blanca pensaba que su madre no la quería y ella misma no sabía si la seguía queriendo. Ante ella confiesa no solo el dolor de su ausencia, sino sus necesidades afectivas (“tengo la sensación de que lo único que hago es ir rapiñando amor”, página 60). Y a  pesar de que frente al sufrimiento de la pérdida definitiva no existen antídotos, el duelo le servirá a la protagonista para realizar un ajuste de cuentas con su presente y con su pasado, una espeluznante indagación  sobre si misma. Será en Cadaqués, con la vista de ese mar que hace que se amontonen los recuerdos, rodeada de sus ex maridos, del amante, de las amigas y amigos y de una tropa de niños.
                                                 
Cadaqués (Alt Empordá), playa de Portdoguer

 Allí, en la ebullición veraniega,  a través de la lucidez mezquina y cruel que conceden el alcohol, los porros, el despego y las ideas negras, serán convocados fragmentos del pasado, del presente y del futuro: “la picuda arquitectura” de los años setenta, la educación feroz y eficaz a la que la sometía su madre contra cualquier tipo de sentimientos, los amigos progres de la progenitora, las separaciones, la vejez de la madre, la muerte de las personas amigas; la madre convertida en el último mes en un monstruo de egoísmo. De este modo, el recuerdo de todas las experiencias vividas se alza como una resbaladiza pared que la aísla momentáneamente de la verdad. También el sexo, el contacto físico, que no da resaca, es capaz de disipar fugazmente la muerte. Lo reduce todo a escombros, pero solo durante unos instantes. Porque al final todo el amor de los amigos, de los hijos, la relación cariñosa con sus dos ex maridos, el sexo con el amante clandestino… no son capaces de hacer olvidar las embestidas de una ausencia. Y lo único que queda son esas palabras concluyentes, el guiño del ojo de la madre: “También esto pasará…El dolor y la pena pasan, como pasa la euforia y la felicidad”, página 170). Una suerte de bálsamo que le ayudará a la protagonista a pasear por el terreno de los vivos más o menos alegremente, aunque el soplo de la muerte siga enfriando su nuca.
   Libro pues sobre el dolor que deriva, no en una catarsis, pero sí en una verdadera introspección personal y que la autora aleja de cualquier sentimentalismo lacrimógeno. Escrito con una lengua descarnada, aunque sin perder una equilibrada tonalidad intimista, que nos interpela y hasta nos puede dejar inermes. Riqueza estilística, con verdaderos aciertos formales y quizás alguna metáfora forzada o demasiado cotidiana (“… y recibo con alivio un bofetón de aire acondicionado”, página 115)
   La novela, además de transformar en ficción vivencias personales, atesora reflexiones interesante sobre los gloriosos años sesenta y setenta, con aquellos colonos, intelectuales y artistas, empeñados en que el mundo fuese una fiesta, con hijos asilvestrados, tan distintos de la nueva generación de niños, cuyas madres consideran la maternidad una religión. El impúdico amor maternal contemporáneo, madres que educan a sus hijos “como si fuesen a reinar sobre un imperio…inundan las redes sociales de fotos de sus retoños” y cuando crezcan,  se convertirán en seres humanos tan deficientes, contradictorios e infelices como nosotros. (página 161)

Francisco Martínez Bouzas
                                                     
Milena Busquets. En el fondo, su madre Esther Tusquets

Fragmentos

“Lo contrario de la muerte no es la vida, es el sexo. Y a medida que la enfermedad se iba volviendo más feroz e implacable contigo, mis relaciones sexuales se iban volviendo también más feroces e implacables, como si en todas las camas del mundo sólo se estuviese librando una batalla, la tuya. Los desesperados follamos desesperadamente, ya se sabe. Adiós a las mañanas en las que abría los ojos, sola o acompañada, y pensaba, feliz: el mundo es un poco más pequeño que mi dormitorio. A veces, tenía la sensación de que las dos nos  estábamos convirtiendo en árboles resecos y quebradizos, grises como fantasmas, a punto de convertirse en polvo. Pero cuando te lo decía, me asegurabas que no. Que éramos las dos personas más fuertes que conocías y que ningún vendaval podría con nosotras.”

…..

“Después de todo, amamos como nos han amado en la infancia, y los amores posteriores suelen ser sólo una réplica del primer amor. Te debo, pues, todos mis amores posteriores, incluido el amor salvaje y ciego que siento por mis hijos. Ya no puedo abrir un libro sin desear ver tu cara de calma y de concentración, sin saber  que no la veré más y, lo que tal vez sea incluso más grave, que no me verá más. Nunca volveré a ser mirada por tus ojos. Cuando el mundo empieza a despoblarse de la gente que nos quiere, nos convertimos, poco a poco, al ritmo de las muertes, en desconocidos. Mi lugar en el mundo estaba en tu mirada y me parecía tan incontestable y perpetuo que nunca me molesté en averiguar cuál era. No está mal, he conseguido ser una niña hasta los cuarenta años, dos hijos, dos matrimonios, varias relaciones, varios pisos, varios trabajos, esperemos que sepa hacer la transición a adulto y que no me convierta directamente en una anciana.”

…..

“Viviré sin ti hasta que me muera. Me diste los flechazos como única forma posible de enamoramiento (tenías razón), el amor al arte, a los libros, a los museos, al ballet, la generosidad absoluta con el dinero, los grandes gestos en los momentos adecuados, el rigor en los actos y en las palabras. La falta total de sentido de culpa, y la libertad, y la responsabilidad que conlleva. En casa, nunca nadie se sentía culpable de nada, uno pensaba y actuaba en consecuencia y, si se equivocaba, no valía sentirse culpable, se apechugaba con las consecuencias y punto. Creo que jamás te escuché un «lo siento». También me regalaste la risa loca, la alegría de vivir, la entrega absoluta, la afición a todos los juegos, el desprecio por todo lo que te parecía que hacía la vida más pequeña e irrespirable: la mezquindad, la falta de lealtad, la envidia, el miedo, la estupidez, la crueldad sobre todo. Y el sentido de la justicia. La rebeldía. La conciencia fulgurante de la felicidad en esos instantes en los que uno la tiene en la mano y antes de que eche  a volar de nuevo.”

(Milena Busquets, También esto pasará, páginas 29-30, 77, 170)

viernes, 6 de febrero de 2015

"SALMO 44": AUSCHWITZ, LA DEMOLICIÓN DEL HOMBRE



Salmo 44

Danilo Kĭs

Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Thomir Pištelek

Acantilado, Barcelona, 2014, 125 páxinas.



   Prosigue Acantilado con la publicación de las obras completas del escritor serbio Danilo Kĭs (Subótica, 1935 – París, 1989), publicación iniciada en 2006 con la edición de la novela más conocida del escritor, Una tumba para Boris Davidovich. Salmo 44, una novela breve, supuso el debut de Danilo Kĭs, en 1962. Una pequeña obra maestra que condensa en sus escasas páginas una historia terrible, que agita sin duda las coordenadas intelectuales y morales  de los lectores. Sostenía Danilo Kĭs que la literatura es la destrucción de uno mismo, pero gracias a ella, a su capacidad para conservar la memoria y hacerlo además de esa manera, con esa precisión de lenguaje, con esa intensidad y madurez, con sus centelleos estéticos, ayuda a sobrevivir, a liberarse del infierno a aquellos seres humanos cuyos familiares fueron exterminados en campos de concentración, o se vieron obligados a presenciar en su niñez matanzas  de judíos como la de Novi Sad. Sin embargo, el autor, al escribir esta breve pieza, lo que pretendió fue liberarse del horror, dejar atrás la sombra de la tremebunda memoria. Lo consiguió posiblemente, mas esa terrible memoria es un legado para las generaciones venideras. Es el poder de la literatura: permite una liberación personal de un destino trágico y, a la vez, es un testimonio para el futuro de esa tragedia o de esa barbarie.

   En Salmo 44 la escritura de Danilo Kĭs se halla todavía sumida en la incertidumbre sobre qué orientación estética debe adoptar para describir la tragedia del pueblo hebreo, en especial sobre la oportunidad de utilizar el discurso directo. No obstante, a través de Marija, la protagonista de la novela, judía de origen polaco, el escritor fue capaz de realizar una síntesis de varios temas: el Holocausto, un tema que la literatura yugoslava se resistía  a tratar, la desaparición del padre, su propia infancia cargada de sufrimientos y miedos, la humillación, la diversidad hebraica.

   Basándose en personajes inspirados en prisioneros y guardias de Auschwitz -en la narrativa de D. Kĭs se entrecruza la historia y la ficción-, el autor serbio nos ofrece un relato de la rutina cotidiana de un grupo de prisioneros del campo de concentración en los días previos a la huida colectiva que están planeando, cuando en la lejanía ya se oía el estampido de los cañones de los aliados. Tras las primeras páginas en las que se nos permite percibir cómo piensan y actúan  algunos de esos personajes, Danilo Kĭs nos estremece con una escena pavorosa, el “lamento babilónico”: un convoy de vagones sellados, repletos de prisioneros que asomaban caras fantasmales por los ventanucos y que susurran en todos los idiomas de Europa la palabra agua, “como si fuese la misma encarnación de la vida” (página 16).

   Vendrá después el retrato de la cara más espantosa de Auschwitz, el terrible día a día. A través de la voz vicaria de Marija, Danilo Kĭs enfrenta al lector con aquel momento en el que ya no solo muere el animal, sino también el hombre; con la colección de cráneos y esqueletos de judíos que el médico nazi quiere que se conserven a toda costa porque piensa  que será lo último que se conserve de una raza extinguida. La lucha por no perder la esperanza, porque el verdadero muerto es solo un hombre sin esperanza (página 52).

Danilo Kis
   Y afloran los recuerdos: los primeros días en el campo; las mujeres desnudas y con la cabeza rapada, seleccionadas para servir de diversión a los oficiales alemanes que marchaban o volvían del frente. Otras  elegidas para cobayas de la eugenesia nazi. Recuerda todo lo que sus ojos han visto. También la violación de una chica pechugona por un nazi, a la que, una vez consumado el ultraje, le aplasta la mejilla y le raja la boca.

   Sin embargo incluso en medio de esta crónica de lo más espantoso, de la demolición del hombre que diría Primo Levi, hay un lugar para la esperanza. La banalidad del mal no será capaz de impedir que la protagonista le transmita a su hijo, nacido en Auschwitz, la alegría de aquellos que de la muerte y del amor han podido crear una vida (página 121).

   La lengua sencilla, mas con instantes de profundo lirismo arropa una crónica aterradora que bascula entre la realidad histórica y la ficción, y cuyo final nos convence de que no se equivocan los editores españoles de Salmo 44: sí, después de Auschwitz, la poesía sigue siendo posible.



Francisco Martínez Bouzas



                                                     
Foto del Álbum de Auschwitz

Fragmentos



“Y así llegó sin darse cuenta a la estación y vio un largo convoy de vagones sellados de los que asomaban caras fantasmales por ventanucas enrejadas y reconoció ese lamento babilónico que también ella misma había experimentado cuando la deportaron en vagones iguales, ese lamento que se transforma en susurro oscuro, seco: la palabra agua pronunciada en todas las lenguas de Europa como si fuera la misma encarnación de la vida, algo más que el arcaico elemento primordial griego y la sustancia básica de todo lo vivo, junto con el aire y la tierra, por supuesto.”



…..



“Y ella se acordó de cuando le rogó a Jakob que hiciera algo por María Belianska, su tocaya, que dormía en el mismo cuarto: la habían llamado con otras diez mujeres para que se presentara al doctor Nietzsche, y él le puso una inyección a causa de la cual se les inflamaron las piernas; María había ido varias veces a la sala de operaciones, donde le tapaban la cabeza con una manta de modo que no podía ver lo que le hacían en la pierna, que le dolía horriblemente y que estaba vendada y escayolada. Después le quitaron la escayola  y las vendas, y la herida supuraba pus. No podía tenerse en pie, y enseguida la llevaron a la cámara de gas.”



…..



“El que había escogido a la muchacha y la había arrastrado hasta las escaleras desde las que una ametralladora apuntaba al gentío, y todavía pudieron ver cómo la chica se resistía y se aferraba a la nieve, y luego cómo, ya desnuda y exhausta, se desplomaba medio inconsciente y, mientras el hombre se quitaba el cinturón del abrigo, ella chillaba abalanzándose contra la multitud, pero el hombre blandió el cinturón y se lo enroscó alrededor del cuello (…),luego le dio media vuelta hasta tenerla boca arriba y con esfuerzo le separó las rodillas como cuando se abre una concha con las uñas: y después el hombre se incorporó, se ajustó el cinturón sobre el corto abrigo gris, se pudo de rodillas al lado de la muchacha, sacó la bayoneta y se dispuso a hacer lo que ella no vio pero sí comprendió: con la mano izquierda le aplastó las mejillas hasta que se le abrió la mandíbula y luego con dos movimientos le rajó la boca por las comisuras hasta las orejas y golpeó con el mango los molares de oro hasta que cayeron en su mano: la cabeza yacía abierta de par en par como una suerte de monstruoso pez caníbal; comprendió también lo que no vio: para los pendientes no fue necesaria la bayoneta, cuando el tejido se congela se vuelve quebradizo y se rompe fácilmente.”



…..



“Luego percibió la presencia casi física de la muerte y moratones verdinegros en la carne de la noche. Y de pronto, de algún lugar delante de ellos, el olor del viento y de la noche que entraba a través de una rendija en el cristal o en la pared, o por una ventana entreabierta, invisible en las tinieblas, y sintió que el viento húmedo, helado, le insuflaba un silencio nuevo, un silencio que tenía un sabor, un aroma y un peso específicos, diferentes del silencio denso del cementerio que quedaba a su espalda.”



(Danilo Kĭs, Salmo 44, páginas 16, 40-41, 97-98, 102)