viernes, 16 de enero de 2015

"LA BUENA LETRA": LITERATURA CIEN POR CIEN INTIMISTA



La buena letra

Rafael Chirbes

Editorial Anagrama, Barcelona, 156 páginas

(LIBROS DE FONDO)



   Regreso hoy a la lectura de La buena letra. Una lectura de la segunda edición de esta pieza narrativa escrita por uno de los mejores novelistas españoles de nuestro tiempo. Una edición -la segunda que hizo Anagrama, las hay posteriores y en otros sellos editoriales-, a la que le falta el último capítulo. No es la primera vez que eso sucede, pero sí una de las más significativas. Nada tiene que ver la ausencia con un error de impresión, sino con un remordimiento del propio autor. El arrepentimiento de un cierto voluntarismo literario que le hizo modular en su día el libro bajo el criterio de la circularidad  consoladora, convirtiendo el tiempo en instrumento implacable y justiciero que acaba por poner las cosas en su sitio. La novela apareció por primera ver en el año 1992, un año de euforias (la Expo, las Olimpíadas), cuando estaba de moda ser moderno y aquella literatura que se arriesgaba a mirar hacia atrás, era valorada como desfasada y caduca.

   La buena letra no es la mejor novela de Rafael Chirbes (Tavernes de Valldigna, Valencia, 1949), pero sí una de las que acrecientan la trayectoria inaugurada con Mimou (1988) y jalonada de éxitos como Los disparos del cazador, La larga marcha, La caída de Madrid, Crematorio o En la orilla, novelas, algunas, de esas que marcan cumbres y fronteras.

   En aquella primera versión de 1992, las dos principales protagonistas volvían a encontrase muchos años después. El decurso de una década convenció al escritor de un error de sintaxis narrativa porque, como él mismo afirma, no es misión del tiempo  corregir injusticias, sino al contrario hacerlas más profundas. Por eso, en la reedición y en alguna traducción anterior a otras lenguas, Rafael Chirbes deja al lector compartiendo la rebeldía y el sufrimiento de la madre anciana que no acepta que se hable de su casa, llena de goteras mas también de recuerdos, como de un solar donde se pueden construir nuevas viviendas.

   La buena letra es un ejemplo paradigmático de la llamada literatura intimista. Esa escritura introspectiva que le presta gran atención a las crisis del propio individuo, a sus estados de conciencia o de inconsciencia, que escudriña en las ondulaciones psicológicas de los personajes. Rafael Chirbes siente una cierta aversión por la literatura en abstracto y por eso sutura sus obras al tiempo,  a un tiempo determinado. Deudor indudable de la concepción balzaquiana de la novela, profesa  la máxima de que aquella debe de relatar la vida privada de las naciones. Así pues, el papel del narrador no consiste en escribir editoriales para los periódicos, sino referir lo privado de cada personaje. Novelar así pues historias intimistas que reflejen, no obstante, conflictos mucho más amplios. Los recuerdos que persiguen a sus personajes pero que también los identifican.

   Vemos así como Ana, la protagonista de La buena letra, le cuenta la historia de su generación a su hijo, arrullada por el olor de la madreselva, como si a través de ese acto, se la estuviese refiriendo a ella misma, persiguiendo sombras, las sombras de las ausencias familiares que la han cargado de sufrimientos y le han robado las ganas de vivir. También las miserias familiares, el sufrimiento del padre/abuelo demente, convertido en un niño. El primer invierno después de la Guerra en el que, junto con el frío, la familia es víctima del fanatismo de los vecinos falangistas, como si aún siguiese la guerra, a pesar de haber concluido oficialmente. La lucha por la supervivencia como única forma de amor que se le permite a las familias. Todo eso se lo relata al hijo que ella siente alejado, pero que será el destinatario de la micro épica de su vida y de la de su familia: su resistencia, su rebeldía, el cansancio, la espera de la muerte, viendo como las generaciones de sus descendientes se yerguen sobre las cenizas y sufrimientos de la suya.

   Así pues, cuando se derrumba una casa para construir otra, como sucede en la novela, se arruina una parte fundamental de la memoria, en este caso de la memoria de los perdedores de la Guerra Civil. Todo esto, relatado sin resentimientos, sin maniqueísmos, sin tesis, reflejando únicamente la suave tristeza del tiempo ido. Arropando la novela con una prosa sencilla y natural, con un ritmo pausado que nos muestra, a través del espacio del relato, los vínculos interpersonales y lo privado como espejos de nuestra historia más reciente. Una literatura, en definitiva, en la que la las tristezas y alegrías tienen vida propia y marcan los rumbos de generaciones enteras.



Francisco Martínez Bouzas

                                                     
Rafael Chirbes (foto RTVE)

Fragmentos



“Rumores de fusilamientos que sólo a veces se confirmaban, pero que siempre hacían daño. Aparecieron cadáveres en el manantial, en el huerto de naranjos que tenía una balsa en la que tú siempre querías bañarte cuando eras pequeño y donde una vez casi te ahogas; en la playa, en los arrozales. Aprendimos la suciedad del miedo.

Los fusilados no siempre eran de aquí, de Bovra. Había mujeres que venían en busca de cadáveres desde Gandía, desde Cullera, desde Tabernes. La certeza de la muerte las curaba del miedo. Preguntaban en voz alta, a la puerta de los cafés, por el lugar en que habían aparecido aquella mañana los fusilados, y los hombres volvían avergonzados la cabeza y seguían jugando en silencio al dominó.”



…..



“Cuando regresaba al comedor, tu padre se había servido una copa de coñac y la miraba con insistencia, ya silencioso, hasta que venía a recogerlo José. Entonces recobraba una animación forzada y se ponía a hablar en un tono que no le correspondía, y seguía hablando sin parar, como si temiera derrumbarse si se callaba, hasta que se despedían desde la puerta.

Yo notaba cómo le iba cambiando el carácter. Probablemente nos iba cambiando a todos. Era como si, no teniendo ya que resistir frente al exterior, necesitáramos seguir consumiendo nuestra energía, ahora de puertas adentro. A veces me paraba a pensar qué deprisa nos habíamos olvidado de todo. También pensaba que, en cuando las cosas se quedaban atrás, dejaban de ser verdad o mentira y se convertían sólo en confusos restos a merced de la memoria. No había nada que salvar. El tiempo lo deshacía todo, lo convertía en polvo, y luego soplaba el viento y se llevaba ese polvo.”



…..



“Durante toda la noche anterior me acordaba de que tu padre me contó en cierta ocasión que los marineros se niegan  a aprender a nadar porque así, en caso de naufragio, se ahogan enseguida y no tienen tiempo de sufrir. No conseguía dormirme. Estuve dando vueltas en la cama hasta el amanecer. No podía evitar que me diesen envidia los que se fueron al principio, los que no tuvieron tiempo de ver cuál iba a ser el destino de todos nosotros. Porque yo he resistido, me he cansado en la lucha, y he llegado a saber que tanto esfuerzo no ha servido para nada. Ahora espero.”



(Rafael Chirbes, La buena letra, páginas 30, 113, 156)

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