jueves, 22 de enero de 2015

FANTÁSTICAS FARMACOPEAS Y PRODIGIOSOS CURANDEROS



Tertulia de boticas prodigiosas y escuela de curanderos
Álvaro Cunqueiro
Epílogo de Víctor F. Freixanes
Mar Maior (sello de Editorial Galaxia), Vigo 2014, 180 páginas.

   Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911-Vigo, 198) es uno de los grandes escritores de todos los tiempos. Su amplísima obra conjuga con maestría todos los géneros (lírica, narrativa, teatro). Y su calidad soporta todas las mediciones y comparaciones porque sus textos son irrepetibles. Y sin embargo Álvaro Cunqueiro sigue siendo un gran ignorado, especialmente fuera de las fronteras gallegas. Como ha escrito su hijo, César Cunqueiro, todavía hay quien le identifica únicamente como gastrónomo. Por eso mismo el gran universo Cunqueiro, a pesar de las ediciones de sus obras completas tanto en gallego como en español, “goza” de una inmerecida invisibilidad, debida quizás al carácter singular y excéntrico de su producción literaria. El nuevo sello editor Mar Maior sale al mercado global dando a conocer, dentro de la Biblioteca Álvaro Cunqueiro, cuatro de los textos narrativos del escritor mindoniense. Uno de ellos es esta Tertulia de boticas prodigiosas y escuela de curanderos, publicada originariamente en español en el año 1976.
   Esta amalgama de textos en los que se dan cita una potente imaginación y una prodigiosas erudición, forma parte de la obra relatística de Cunqueiro: relatos al margen de sus grandes novelas que o bien configuran un friso del hombre y de la realidad gallega, o bien se “extravían” en fabulosos territorios imaginados, localizados en todos las geografías y en todos los tiempos.
   Tertulia de boticas prodigiosas y escuela de curanderos tiene su origen, si le concedemos crédito a las palabras preliminares del escritor, en los “ocios bastantes” que, desde párvulo, tuvo la oportunidad de disfrutar en la oficina de la botica que su padre poseía en los bajos del palacio episcopal de la vieja villa medieval de Mondoñedo. Y en el libro, confiesa Cunqueiro, en una inigualable sinopsis, “va reunida mi ciencia boticaria, mi saber de farmacopea fantástica, desde la farmacia de Elsinor, castillo muy venteado,  a la botica de La Meca, con su caimán en el techo; desde los venenos de Mahaut d’Artois, que pusieron fin a los Capetos de Francia, a la botica de los señores traductores de Toledo. Se trata aquí del polvo del cuerno del unicornio, obligatorio en las farmacias inglesas todavía en el siglo XVIII, de la piedra bezoar, de la mandrágora, de los Kutbub-al-mawäzin gabirianos. Todo ello compone un mundo a la vez cierto y fantástico, por el que pasa el hombre buscando salud y la larga vida, o dando la muerte.”
   El libro estructurado en dos partes (“Tertulia de boticas”–“Escuela de curanderos”) brota de la capacidad soñadora de Cunqueiro (“Soy un soñador. La mitad del ser humano es sueño”), y de esa prodigiosa erudición, especializada a través de los años en cosas inútiles, tal como bromeaba el escritor mindoniense poco antes de morir. La fantasía de Cunqueiro nos remite en efecto a la botica de La Meca, con el caimán de probada virginidad prendido del techo, con cientos de hierbas entre ellas la famosa yizad, nacida del ámbar, que convierte en fértiles a camellas y mujeres; a la del Preste Juan de las Indias, de la que formaban parte los vientos; a la del viejo Alamut especializada en pócimas con viborillas de oro y en hierbas continentes; a la farmacopea persa especializada en hierbas y en aceites -el de oro especialmente, para la curación de la lepra- que se tomaba con crin de caballo blanco; a la botica de Elsinor, fecunda en venenos y en hierbas como la bermimalva explosiva o voladora; a la del nigromante y volador obispo compostelano Diego Peláez  que había obtenido de un demonio el “licor de la presencia futura”; la botica de los libertinos franceses del siglo XVIII en la que se surtía para sus orgías el marqués de Sade; la de Hama, la melodiosa, en la que los enfermos se curaban columpiándose sobre los rosales. Y así hasta veintiocho boticas registradas por Álvaro Cunquero con la misma fuerza fabuladora.
   El universo de las farmacopeas fantásticas tiene su prolongación en los relatos sobre curanderos, gente que el escritor ha conocido según nos dice. Son los “menciñeiros” gallegos, intuitivos, geniales y poseedores de ciertos poderes mágicos, y que de hecho curaban, o por lo menos sospechaban: Perrón de Braña, Borrallo de Lagoa, El señor Cordal, Cerviño de Moldes, Leivas de Vereda, El cojo de Entrebo, Xil de Ribeira, Melle de Loboso, Lamas Vello.
  
Imagen de una botica antigua
No poco se ha especulado sobre el paralelismo de estas recreaciones fantásticas con Borges y con los autores del boom latinoamericano. Pero Cunqueiro siempre esquivaba esas semejanzas y comparaciones. Él tenía sus propias coordenadas, sus tendencias transgresoras movidas por la ilusión fabuladora que se deja sentir en su obra mucho más que en el realismo mágico. Su insondable capacidad fabuladora, su erudición sin límites, su conocimiento profundo de las tradiciones míticas dieron  luz a textos como los de este libro, nacidos del imaginario de la phantasia  en su sentido más clásico, es decir, esa forma  indirecta de la que dispone nuestra conciencia para representar el mundo mediante imágenes, mediante los mitos a los que ya Platón les otorgaba la función de sostener las esperanzas.
   Los textos de Cunqueiro sobre farmacopeas  y sobre curanderos se entroncan pues con ese rol biológico de la imaginación, con eso que Bergson llamó la “función fabuladora”, en cuanto reacción frente al poder disolvente de la sola razón y la desazón de la dura realidad cotidiana. Leamos pues  estas muestras del mundo cierto y fantástico de Cunqueiro, no como opio negativo y alienante, sino como alimento de eso que también somos los humanos: sueño, imaginación, emotividad, pasión, nuestros únicos asideros de ese horizonte que es la esperanza.

Francisco Martínez Bouzas

                                                    
Álvaro Cunqueiro
Fragmentos

“¡SEA ALABADO EL DIOS único y misericordioso!
La primera noticia detallada de la farmacia de la ciudad santa de La Meca la tenemos por Ahmad el Gafiquí, el más célebre de los botánicos y farmacólogos de Al Andalus, famoso por su Kitab al adwiya al mufrada, o Libro de los medicamentos simples. A Ahmed le trajeron de La Meca, de la gran botica protegida por los Califas, una uña del caimán que allí colgaba del techo. Este caimán -como más tarde el de todas las farmacias renacentistas germanas- había de ser de sexo masculino y virgen o, por lo menos, que no hubiese tenido contacto alguno con mujeres. Aquí entraba una tradición alejandrina recogida por Plinio, según la cual, en el antiguo Egipto, las mujeres se prostituían con los cocodrilos. El califa Harun al Rahid regaló en dos ocasiones caimanes y manteca de caimán  a la botica de La Meca, traídos de los caimanes de Basora por sus pilotos que iban a Especiería, al trato de la canela, la pimienta y el calvo.”

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“A parte de los venenos, que se incluían en la política familiar de la dinastía y aun en la política general del reino, la botica de Elsinor era fértil en hierbas, parte de ellas importadas de Oriente desde las primeras navegaciones viquingas por el Mediterráneo, y parte cultivada en un islote en el foso de Elsinor. Se hacían cocimientos de amapola para evitar el soñar con sucesos sangrientos, y de bermimalva explosiva o voladora, llamada así porque llegando a madurez la flor malva y bermeja, que tiene forma de tulipán, pero el tamaño de una cereza, estalla, y hay que recoger, en el aire los vilanos que despide: esta infusión era usada por los ancianos para soñar acciones eróticas, como las de los años mozos y las de las novelas. Este cocimiento se usaría más tarde en Alemania, y su consumo duró hasta los días del consejero Goethe. Los últimos coitos de este parece que fueron sueños, como se prueba con Bettina von Arnim, por ejemplo. Las más de las infusiones de Elsinor están relacionadas con los sueños, y muchas se usaban contra el sudor frío.”

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“Xil fuera músico militar, clarinete, creo, y dejó la banda de música de un regimiento en Burgos para venir a hacerse cargo de la clientela paterna. De los tiempos militares, guardaba el ros para cubrirse en invierno, dentro de casa. Xil herborizaba, y las medicinas las preparaba él mismo, y no cobraba. Xil estaba soltero, y los más de los días vivía en casa de una hermana, o si había curado a uno de Piñeiro, por ejemplo, paseando y viendo nacer el río Miño, o echando una mano en la matanza o en la labranza, o haciendo zuecas. Escuchaba toser la gente a mucha  distancia, y corría hasta donde le parecía que estaba el tosedor, y aunque hubiese varias personas, acertaba con aquel, y se ponía aparte con él, para estudiarlo. Estaba, sobre todo contra la leche.
-Si la leche fuese necesaria para el ser humano, estaríamos mamando toda la vida. Un ternero deja de mamar, y se pasa a la hierba y no vuelve  a mamar. Un zorro deja de mamar, un conejo deja de mamar, y ya no vuelve a probar la leche. Comen de otras cosas. Hay que seguir lo natural.
Apartando la leche de la dieta, Xil recetaba quesos curados, jamón, vino caliente, vino dulce, baños y las esencias, que así llamaba a sus hierbas. Y a cada enfermo daba la suya.
-Tú eres amargo para la genciana -le decía a uno-. Tú eres flojo para la manzanilla -le decía a otro-. Tú mojas la sal de higuera -le dijo a Roque de Valente, que era un tipo pequeño, amarillo, siempre asqueado, salivando, tacaño.”

(Álvaro Cunqueiro, Tertulia de boticas prodigiosas y escuela de curanderos, páginas 13, 52, 156)

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