miércoles, 18 de septiembre de 2013

SIN REDENCIÓN PARA EL MAL



 
La velocidad de la luz
Javier Cercas
Tusquets Editores, Colección Andanzas, Barcelona, 305 páginas
(LIBROS DE FONDO)


   Javier Cercas publicó  hace ocho años en Tusquets Editores su quinta novela, La velocidad de la luz. Cuatro años después de que Soldados de Salamina lo catapultase al éxito, novela de la que se vendieron más de un millón de ejemplares sólo en España, traducida a más de veinte idiomas y llevada al cine por David Trueba. Javier Cercas escribe La velocidad de la luz como un ejercicio de exorcismo, como el mismo confiesa porque no resulta  fácil sobrevivir con dignidad a las ventas millonarias o a los elogios de astros de la literatura o la crítica como Susan Sontag o George  Steiner. Son los efectos adversos que a veces tiene el éxito. Y un éxito de la magnitud de Soldados de Salamina puede a veces truncar la carrera literaria de cualquier escritor. Otros, en la tesitura de Cercas quizás se hubieran sentido paralizados por la responsabilidad y habrían preferido  que se extinguiese el brillo de la novela de ventas millonarias. Pero Javier Cercas afrontó la responsabilidad de una manera distinta y, en mi opinión, encomiable: con la excelencia literaria, con la reflexión  profunda. Con un producto literario como La velocidad de la luz, novela intensa y arriesgada que amalgama calidad y una honda reflexión sobre ciertos temas fundamentales.
   La peripecia argumental de la que se sirve Javier Cercas para ahondar en los interrogantes que siempre le inquietaron (la vida y la literatura, el fracaso y el éxito y en especial, la culpa, la manera implacable como nos persiguen las acciones pretéritas de nuestra vida), es la historia de un aprendiz de escritor que, como el propio Cercas, viaja a una universidad del Medio Oeste americano para impartir clases de español. Allí conoce y traba amistad con un compañero de despacho, un veterano de la guerra de Vietnam, antipático e inabordable y al que todos consideran excéntrico, y cuya historia pretende escribir. Pronto sobreviene la separación, pero sus vidas volverán a converger repetidamente. El resultado: una historia fascinante que se mezcla con la del propio narrador, un narrador sin nombre, en buena medida, alter ego del propio autor. Un procedimiento formal del que Javier Cercas echa mano con frecuencia. Es la llamada “autoficción” consistente en identificar al narrador de sus historias con el propio escritor, de tal forma que éste queda implicado en la trama y ante el lector se despega el señuelo de una escritura confesional. Una nueva forma de extinguir las fronteras entre vida y literatura, tan usual en la narrativa de nuestros días.
   Esta es la razón de que la novela no solamente rebose de referencias metaliterarias, sino que también los mismos protagonistas se sienten obligados a ser escritores. No pueden ser otra cosa porque escribir es lo único que les permite contemplar la realidad sin destruirse y dotarla al mismo tiempo de sentido o de la ilusión de sentido.
   Con ser relevante el empleo de este hallazgo narrativo, que hace acto de presencia en toda la narrativa de Cercas, existe no obstante otro elemento que dota de mayor fuerza al relato y que también ya estaba presente en Soldados de Salamina. Este elemento es la guerra. La guerra que Cercas introduce como la última referencia. Como el motivo definidor de las conductas humanas. La guerra, la máxima catástrofe en la que se ve envuelta la especie humana por culpa de su estupidez. La guerra aparece en Cercas como enigma pretérito que inquieta, obsesiona y, envuelta en velos, en brumas, en silencios o en misterios, sigue obsesionando a sus protagonistas y dejando sus secuelas.
   Es también la guerra la que en La velocidad de la luz se trasluce en la peripecia argumental de los dos personajes fundamentales de la novela y le da pie al escritor para abordar las grandes cuestiones de siempre. En especial, el tema de la culpa. Si fuésemos capaces de viajar a la velocidad de la luz para auscultar el futuro, lo que descubriríamos es que no existe expiación posible ni perdón realmente redentor para el mal, para nuestros crímenes. Nosotros mismo somos entonces los jueces más severos. Desde esta óptica, La velocidad de la luz muestra el reverso oscuro de Soldados de Salamina. En la precedente y exitosa novela, Javier Cercas nos hablaba de que hasta en los tiempos más viles hay siempre alguien capaz de un acto de piedad, hecho que lo convierte en héroe. La principal tesis, en cambio, de La velocidad de la luz es que cualquier puede cometer la mayor atrocidad. La persona más decente puede esconder bajo su piel un verdadero asesino.
   Pocas veces la cita introductoria de un libro resulta tan oportuna y expresiva como en este caso. La velocidad de la luz se abre con este texto impresionante de Ingeborg Bachmann: “El mal, no los errores, perdura/ lo perdonable está perdonado hace tiempo, los/ cortes de navaja/ se han curado también, sólo el corte que produce/ el mal, / ese no se cura, se reabre en la noche, cada noche”. Este corte de navaja que cada noche se reabre y supura, son las atrocidades cometidas en otro tiempo en Vietnam y que persiguen implacable y eternamente a su responsables.
   La novela de Cercas, intensa, emotiva y al mismo tiempo muy reflexiva es un producto narrativo elaborado con maestría y oficio. Su escritura engañosamente transparente y el hondo calado de su trama -el sentido de las acciones humanas-seducen al lector a medida que avanzan las páginas.

Francisco Martínez Bouzas



Javier Cercas

Fragmento
“-Sí –dije, y casi sin darme cuenta añadí- : A lo mejor uno no es sólo responsable de lo que hace, sino también de lo que ve o lee o escucha.
Apenas me oí pronunciar esta frase me arrepentí de haberla pronunciado. La reacción de Rodney me confirmó el error: sus labios compusieron instantáneamente una sonrisa taimada, que se desvaneció enseguida, pero antes de que yo pudiera rectificar mi amigo empezó a hablar despacio, como poseído por una rabia sarcástica y contenida.
-Ah -dijo-. Bonita frase. Cómo os gustan a los escritores las frases bonitas. En tu último libro hay algunas. Francamente bonitas. Tan bonitas que hasta parecen verdad. Pero, claro, no son verdad, sólo son bonitas. Lo raro es que todavía no hayas aprendido que escribir bien es lo contrario de escribir frases bonitas. Ninguna frase bonita es capaz de apresar la verdad. A lo mejor ninguna frase es capaz de apresar la verdad. A lo mejor ninguna frase es capaz de apresar la verdad, pero…
-Yo no he dicho que quisiera contar la verdad -le interrumpí, irritado-. Sólo he dicho que quería contar tu historia.
-¿Y qué diferencia hay entre las dos cosas?- -respondió, buscándome los ojos con aire triste de desafío-. Las únicas historias que merece la pena contar son las que son verdad, y si no pudiste contar la mía no es porque no pudieses, sino porque no se puede contar.”

(Javier Cercas, La velocidad de la luz, páginas 175-176)

2 comentarios:

  1. Francisco Gracias por compartir tus lecturas, y por tan exquisitos comentarios ... Es un deleite seguir tu Biblioteca.... E.D.B.H. (Ahh, perdón por aparecer así, pero solo quería dejar un comentario por tantos que tu me haces a mi....(T.V.B). Adivina que significa?

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