miércoles, 28 de agosto de 2013

LA FALSA LIBERACIÓN FEMENINA EN LOS AÑOS DE LA TRANSICIÓN



Daniela Astor y la caja negra
Marta Sanz
Editorial Anagrama, Barcelona, 2013, 267 páginas.


   Marta Sanz que cuenta en su haber con un amplio bagaje tanto teórico -es doctora en Filología- como empírico (novelista con una ya amplia trayectoria, antóloga de la poesía española contemporánea, autora de varios poemarios- se zambulle en esta su última novela, con vocación realista, aunque no exenta de experimentalismo, en los años de la Transición española -la trama de la novela se sitúa en el años 1978- a través de la historia de una mujer, Catalina H. Griñán, que, a los cincuenta, vuelve la vista atrás. Y por medio de su crónica personal y de los inventados documentales que, encerrados en la caja negra, reconstruyen los grandes tabúes de aquellos años (el sexo, el destape, el desnudo femenino, el fantaterror…) y los modelos dominantes de aquella época, así como la nueva imagen que la mujer está adquiriendo frente a la sociedad patriarcal capitalista, aunque sea entregando su cuerpo erotizado, ajustándose a las pautas y cánones de la belleza dominante. Porque en la sociedad democrática española, nacida de la Transición política, la liberación de la mujer no se realiza como sujeto autónomo y, cuando lo hace, se le criminaliza, sino haciendo  suyas los falsos clichés de una liberalización del cuerpo según las pautas consumistas masculinas.
   Por todo lo dicho Daniela Astor y la caja negra puede ser leída como un preciso ajuste de cuentas con aquella España de la Transición, una época en la que la dominación masculina permitió el destape y sin embargo mantuvo en vigor leyes que criminalizaban y mandaban a la cárcel a las mujeres que decidían sobre sus cuerpos. Una verdadera deconstrucción pues de la Transición, analizada desde el puntote vista del papel otorgado a la mujer entonces y en los últimos cincuenta años. Pues si algo es esta novela, es un retrato de la feminidad en las últimas cinco décadas, construido inicialmente a partir de cierto imaginario colectivo, fabricado por ciertas películas y revistas de los años 70 que perpetuaron los valores de una moral machista que, entre otras cosas, nos transmitió una representación obscena y salvaje del aborto.
   Marta Sanz teje su novela alrededor  de una protagonista absoluta, Catalina, H. Griñán que a los cincuenta años, contados a través de la niña que ella era en 1978, vuelve la vista atrás y nos hace saber como, a la caída del sol, ella y Angélica Bagur, su mejor amiga, se encierran en la sala de juegos, su particular leonera, y se convierten en Daniela Astor y en Gloria Adriano, porque no quieren ser como sus madres, sino gozar de una personalidad poderosa, extraída de los modelos de artistas del espectáculo a las que admiran. La novela va descubriendo los recuerdos de Catalina / Daniela guardados en su caja negra junto a un falso guión de un documental de su autoría que recupera el mundo del espectáculo de aquellos años, cuyos modelos femeninos son las estrellas del destape, los mitos eróticos del momento, que seguramente hoy son vistos como un chirrido estético y una comercialización del cuerpo femenino, pero que explican lo que eran aquellas preadolescentes de doce años que construyeron su identidad con retazos de imágenes del cine o de la televisión.
   Hasta que en la familia de la protagonista ocurre algo que queda registrado para siempre en la caja negra,  da un giro imprevisto a la novela y marca a Catalina para el resto de sus días. Y actúa así mismo como una espoleta para que la autora introduzca en el tejido narrativo los recortes de los avances sociales que se quieren implantar hoy en día, incluido el derecho al aborto. La madre de la protagonista sufre las condenas del severo código penal y social de la época. Mas Catalina se niega a convertir la historia de de su madre (el juicio por el aborto, la prisión, las habladurías…) en un silencio, porque el silencio es un modo de borrar las cosas. Y en la novela se aborda, y así lo asume la protagonista, el tema del  aborto como un derecho a decidir sobre su propio cuerpo que tiene cada mujer, sobrando todas las otras razones.
   Daniela Astor y la caja negra es un buen discurso narrativo sobre la historia, a la vez del adulto y del niño, que todos llevamos dentro. La autora deja numerosas constancias de esos dos puntos de vista narrativos que se entremezclan y se nutren entre si y que la autora hilvana  hábilmente mediante una escritura coherente y muy perspicaz. Como también es coherente la técnica del contrapunteado de la voz en primera persona por un lado, que narra la infancia y consolidación de la personalidad de la protagonista, y por otro, el falso guión documental que refleja aquellos años, rodado por la protagonista ya adulta y que Marta Sanz aprovecha para reflejar la época como en otras de sus novelas, y para poner de relieve una evidencia psico-social de primera magnitud: somos frutos de los relatos y de las experiencias que nos vieron crecer. Por eso las dos niñas construyen su propia personalidad a partir del imaginario formado por noticias e imágenes de personas famosas del mundo del espectáculo de aquellos años. El cine del destape y sus personajes más emblemáticos constituyeron el entorno de las dos niñas y empaparon por consiguiente su crecimiento adolescente.

Francisco Martínez Bouzas



Marta Sanz


Fragmentos

“Ésta es una historia sobre el adulto que llevan dentro todos los niños. Vuelvo la vista atrás y tengo doce años. Soy una niña que ya tiene dentro de si a la mujer de cincuenta que será, aunque es muy posible que entonces fuese más vieja que ahora. Los viejos guardan dentro de la tripa al niño que fueron, es más, lo ponen a menudo encima de la mesa porque, a cierta edad, uno sólo se acuerda de su niñez, del calor del escote de su madre, de su perfume a leche hervida o a rositas tempranas. Yo, a mis doce años, tengo dentro de mi a la señora de casi cincuenta que soy ahora o, más exactamente, a otra mujer que ya no conozco pero que, a los doce años, me susurraba  al oído lo que debía hacer.”

…..

“Revivo lo sonidos que se escapan a través de las puertas que no cierran bien del todo y de los tabiques de papel de los pisos modernos. Como el nuestro. No es buena la calidad de los materiales. Con esas pinceladas tengo de sobra para hablar con autoridad. Para estar a la altura. Sé por qué mi madre se queda embarazada, pero no conozco las razones que le han llevado a decidir que no quiere otro hijo. Tampoco estoy segura de querer escuchar lo que mi madre tenga que decir. Me acosan los juegos detrás de la puerta, la suciedad que presiento, mi desprecio hacia Sonia Griñán por sus ridículas ganas de aprender, por su burda manera de coger un cigarrillo, por esa entonación que me avergüenza delante de la gente.”

…..

“A mis casi cincuenta años, no me puedo permitir un relato nebuloso de la niñez. Ésta es una historia sobre el adulto que todos los niños llevamos dentro y también sobre la niña que se ha quedado dentro de mi. Mi voz es la de Bette Davis, con tirabuzones, mientras canta, vestida de organdí blanco, un estribillo pícaro: una vieja que finge ser una niña o una niña embalsamada. Aún me sueño masticando cristales que no acaban nunca de salirme de la boca.”

…..

“En el juicio preguntaron a mi madre si lo médicos la habían obligado a practicarse un aborto. Ella miró a los jueces con extrañeza:
-¿Obligarme?
-Sí. ¿La forzaron?, ¿la obligaron a matar al hijo que llevaba en sus entrañas?, ¿la ataron?, ¿le dieron de beber algo que usted no quería?, ¿la drogaron?
-Estas personas se portaron muy bien conmigo. En todo momento.
Mi madre con estas palabras aseguró su condena. El defensor no pudo esgrimir que Sonia Griñán fue obligada a abortar por unos sádicos que la engañaron. Tampoco pudo aplicar la atenuante de que mi madre abortó por defender el honor de sus esposo, porque quedó demostrado que la acusada no había cometido adulterio. Ella repitió una de sus ideas fijas:
-No soy una enferma.
Después, mi madre, Inés Marco, incluso las amigas de Inés corrieron un tupido velo sobre lo que pasó en aquella dignísima sala. Porque todo fue insultante y vejatorio. Incluso el texto de una sentencia risible que hoy vuelve a dar escalofríos.”

(Marta Sanz, Daniela Astor y la caja negra, páginas 21, 129, 173, 241)

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