sábado, 15 de junio de 2013

TAN REAL Y TAN IRREAL COMO LA VIDA MISMA



El váter de Onetti

Juan Tallón

Edhasa, Barcelona 2013, 255 páginas.



  

   El váter de Onetti va de todo lo que va escrito en ella. Así, con humor socarrón aunque quizás con sinceridad,  define la novela su propio  autor, echando mano del “dictum” de Vila-Matas. Juan Tallón, en efecto confiesa que tiene dificultades para conocer exactamente de qué tratan sus libros. Así es Juan Tallón, capaz de insultarse a si mismo para animarse, que escribe novelas, que escribe blogs para ocultar sus mierdas. Seremos pues los lectores a los que nos corresponda formarnos nuestra personal idea sobre de lo que va la trama de El váter de Onetti, una novela escrita originariamente en gallego, traducida al español por el propio autor y publicada en Edhasa, hace apenas unos días, inaugurando una nueva colección literaria, “Tusitala”, que pretende darles un espacio a nuevas voces, “posibles clásicos en el futuro”.

   Y lo primero que percibe cualquier lector es que El váter de Onetti va de una mudanza, si bien ese cambio de ciudad y de domicilio no es más que una escusa para hablarnos el autor de los divino y de lo humano, sobre todo de libros, del oficio de escritor y sus pesadumbres y menguadas alegrías. Pero también de atracos a bancos. El protagonista, alter ego o mejor dicho, “alterísimo ego” del autor, trabajaba en la pocilga de un periódico de Ourense en el que estaba prohibido hacer periodismo. Pensando en mejorar su status se traslada a la capital del reino y allí, a la vez que busca trabajo comienza a promocionar su novela El caso Aira-Bolaño (en gallego: A pregunta perfecta. O caso Aira-Bolaño), con el propósito de verla editada en español. En Madrid encuentra trabajo en el despacho de un ministro al que le escribirá los discursos, y se instala en un apartamento en el que tiene de vecinos toda clase de criaturas: un cura que es visitado regularmente por una exuberante prostituta -la única gente, se refiere al cura putero, que puede contribuir a cambiar la Iglesia-, una vecina estupenda, en plenitud, que no tiene reparos en dejarle ver una de sus piernas tostadas al sol de Tenerife, su marido, con el que forman una curiosa pareja que no follan o lo hacen en completo silencio. Y sobre todo, unas paredes hechas con papel de fumar que le permiten enterarse de la abstinencia sexual de sus vecinos y de sus planes para atracar un banco, cuya programación vive al detalle desde el primer momento hasta el punto de sentirse cómplice, mientras escribe en el Ministerio de Justicia discursos  sobre el anteproyecto de una nueva ley de Enjuiciamiento Criminal.

   Pero esto no es más que la vestidura externa de una trama que va mucho más allá, que disecciona el vivir diario haciendo que la realidad se aproxime a la ficción y viceversa. Juan Tallón es capaz de erguer una soberbia y divertida novela, a pesar del tono ácido que impregna muchas de sus páginas, sobre una mudanza, sus nuevos vecinos, el proceso de creación de su anterior libro, los garitos de Madrid y las subsiguientes resacas, los editores que se le escurren de las manos, los encuentros y correos intercambiados con un amplio abanico de escritores (Vila-Matas, Cesar Aira, Michel Lafon -traductor de Aira al francés-, Javier Marías, Carmen Martín Gaite, Marcos Giralt Torrente, Méndez Ferrín…) y algunos editores (Enrique Redel de Impedimenta, Constantino Bértolo de Caballo de Troya, Olga Martínez de Candaya.

   También ciertos críticos/as literarios gallegos/as hacen acto de presencia en esta propuesta que sutura realidad y literatura. Críticos gallegos como Ana Rosa (un obvio alias) que desde un ciego minifundismo y para equilibrar de alguna manera  los cientos de reseñas elogiosas, se cebaba sádicamente con un autor novel y nunca llegó a entender esa intrahistoria de una historia que nunca aconteció. También otros que le apoyaron desde el primer momento.

   Todo eso y los retales de la vida de un escritor que encuentra condiciones perfectas para escribir y sin embargo no escribe nada, y por supuesto el váter del escritor uruguayo que conserva en Madrid como una reliquia otro personaje de la novela, son algunos de los mimbres de este libro en el que la metaliteratura no es un estorbo, sino un tema novelesco que tira del lector con los garfios de una verdadera aventura.

   Novela, pues, sobre la vida y sobre la literatura, escrita con un tono ácido, escéptico, pesimista, verbalizado frecuentemente a lo largo de la misma (“Mi facilidad para ponerme en lo peor me mantuvo a salvo de cualquier expectativa”, página 43, “…ya trabajaba con el escenario de que todo se quedase en nada”, página 44). A veces, ciertas expresiones (“Siempre sucede lo que sucede”) parecen haber heredado la impronta del  más puro evidencialismo, aquella corriente de la literatura gallega que inventó el escritor Cid Cabido y que se dejó conocer en los años 90. Expresiones nunca contaminadas por comeduras de tarro. Tal es la escritura de Juan Tallón, afortunadamente todavía un escritor sin pose ni carrera, sin pinturas pintadas, aunque sí con un fino olfato para el desenmascaramiento social, aunque todo comience con algo bien simple: una mudanza, una mala mudanza.



Francisco Martínez Bouzas









Juan Tallón



Fragmentos



“Era febrero y sólo hacía algunas semanas que el periódico había tenido el enésimo detalle con sus redactores. Cada año, por Navidad, mis editores compraban para ellos un coche nuevo con el que mantener el prestigio perdido de la cabecera -habitualmente un Porche- , y para nosotros, un vale descuento para una peluquería. Durante un tiempo -en realidad, cuando sólo estaba empezando- esta mierda de detalles me habían hecho inmensamente feliz. A decir verdad, aquellos días inaugurales yo era un hombre dichoso, sólo por saber que podía llevar a la redacción un cenicero de mi casa y depositarlo junto al ordenador para fumar a todas horas. Por una regla de honor, nadie te lo robaba. Otra cosa muy distinta era perder de vista el paquete de Chesterfield.



…..



“Hasta ese sábado, el manuscrito de El caso Aira-Bolaño había seguido siempre caminos de perdición. No calaba. Durante un año peregrinó de premio en premio sin despertar la atención de nadie. La novela viajaba por la geografía, como un boxeador castigado de lado a lado del cuadrilátero, lleno de cardenales, hinchado, pero se mantenía en pié en virtud de un extraño principio del equilibrio, hasta que Miguel Albarellos y Ángel Cambados, críticos y miembros del jurado del Príncipe Lear, hallaron valores en el texto que decidieron apoyar. Lo salvaron del k. o en el último instante. ¿Quién sabe si después de ese certamen yo no hubiese prohibido viajar más al manuscrito?”



…..



“¿Quieres ver algo asombroso?, me preguntó Horacio. En realidad no sonó a pregunta. Más bien quiso decir: Y ahora, vas ver algo asombroso. Sígueme. Se levantó y lo seguí. Atravesamos la casa por un pasillo que conducía a la habitación del matrimonio. Una vez en ella, abrió la puerta del cuarto de baño y me pidió que pasase. Señaló con el mentón el retrete. Ahí lo tienes: el váter de Onetti. Miré la taza y miré a Horacio, y luego a la taza de nuevo y otra vez a Horacio. Lo saqué de su baño hace treinta años y lo guardé. Ahora está aquí, explicó. Yo seguí en silencio analizando el váter. En verdad era antiguo, aunque su estado de conservación me pareció más que aceptable.

Cada día, me contó, antes de salir de casa, se encerraba en el baño y leía a Onetti. En efecto, al lado del váter había una pequeña mesa con una hilera de libros del autor uruguayo, ediciones viejas, sin valor, manoseadas mil veces, perfectas para el baño. Es medicina preventiva, como el Sintrom. Por si acaso. Llevo veinte años tomando a Onetti aquí cada mañana.”



(Juan Tallón, El váter de Onetti, páginas 11, 40-41, 150-151)

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