jueves, 16 de febrero de 2012

"MENTIRA", UNA APUESTA POR LA CALIDAD LITERARIA

Mentira

Enrique de Hériz

Edhasa, Barcelona, 635 páginas
(LIBROS DE FONDO)


La gestación de Mentira supuso una arriesgada apuesta para su autor, Enrique de Hériz (Barcelona, 1964). Graduado en Filología Hispánica, se dedicó desde muy joven  al trabajo editorial, llegando a ser director editorial de Ediciones B. Intentó compaginar su actividad como editor con su vocación de narrador. Fruto de este maridaje, surgieron tres novelas, El día menos pensado (1994), Historia del desorden (2000) y Sorda pero ruidosa (2003). Hasta que hace once  años, dejó su cargo para dedicarse por entero a escribir su cuarta novela, este monumental trabajo narrativo.
Su atrevimiento se vio recompensado desde el primer momento. Primero a través de la recomendación personal, del boca a boca, después con los elogios unánimes de la crítica que descubre este insospechado tesoro narrativo,  el caso es que Mentira agotó edición tras edición. Más de treinta mil ejemplares vendidos a los pocos meses de su lanzamiento y el entusiasmo de los libreros catalanes, convirtieron a Enrique de Hériz en el segundo autor español, después de Javier Cercas con Soldados de Salamina, en obtener el Premio Llibreter, situándose a la par del Premio Nobel, J. M. Coetzee. En el año 2004, Mentira  fue durante varios meses, junto con La sombra del viento,  la novela española mejor situada en el ranking de las más vendidas, sólo superada por los best- sellers, El Códido Da Vinci y El Club de Dante.
Estas consideraciones extraliterarias nos dan pie para pensar que estamos ante una inmensa fabulación, no solamente por la extensión de sus 635 páginas, sino sobre todo por su calado narrativo, por un riquísimo texto en el que se conjugan, con eficacia y armonía, aventura y profundidad filosófica que, sin quererlo, nos traen el recuerdo de Conrad. Una gran fábula, profunda, poderosa, inteligentemente escrita, que sabe combinar intriga, acción y elementos reflexivos. Y que nos atrapa desde esa emblemática primera línea: “¿Muerta? ¿Muerta yo? A quién se le ocurre. No mientras me quede una sola palabra por decir”.
El punto de partida de Mentira fue una obsesión de la adolescencia. El autor confesó que cuando falleció su padre, víctima de un cáncer, tras una larga agonía, el niño de doce años acompañaba a su madre cada tres meses para obtener del juzgado la fe de vida confirmando que su padre seguía vivo. Aquello, relata Hériz, le tenía cautivado y de esa experiencia extrajo la conclusión de que la vida es una leyenda, una riquísima leyenda que nosotros mismos construimos, muchas veces con pequeñas mentiras.
La experiencia se plasmó en un texto con una historia cuyo inicio es el erróneo anuncio de la muerte en tierras guatemaltecas de una conocida antropóloga, especialista en ritos funerarios. Descubre, sorprendida, que los periódicos han publicado su esquela y que su familia ha repatriado sus cenizas. A partir de este acontecimiento, Enrique de Hériz levanta una enorme estructura narrativa en la que se alternan dos voces: la de la antropóloga y la de su hija que vive en Cataluña. Entre las dos nos van descubriendo una historia familiar repleta de pequeñas mentiras, cuentos, leyendas o ritos funerarios practicados de forma atávica por pueblos primitivos. Y como telón de fondo, una reflexión sobre la muerte, especialidad de la antropóloga, sepultada en el corazón de la selva caribeña. Una obsesión se convierte en el hilo conductor del discurso narrativo: saber quiénes somos y si en definitiva la muerte nos dota a todos de la misma identidad. Mentira, suturando realidad y ficción, lo testimonial y lo legendario, aventura y hondura filosófica, en una impresionante estructura narrativa, que incluye a veces reiteraciones redundantes, refleja en múltiples espejos y con pinceladas de humor, que nuestra vida es una ficción, erguida a través de lo que nos han dicho que somos, que el presente, real pero muchas veces falso, se construye a partir de un pasado épico y legendario poblado de minúsculas mentiras. Una gran fábula, poderosa e inteligentemente escrita, sobre una obsesión: saber quién somos y si la muerte nos dota a todos de la misma identidad levantada con frecuencia sobre elementos legendarios. Así lo pone de manifiesto el escritor: para identificar el frío, nuestro cerebro precisa tener una noción del calor. Solamente contraponiéndolos puede incorporarlos a conciencia. Para conocer de verdad lo que significa estar vivo, lo tiene mucho más difícil; le falta el otro extremo de la comparación, ya que no nos resulta posible saber qué significa estar muerto. Por eso necesitamos edificar nuestra identidad sobre una armazón  de leyendas que no siempre tienen la solidez deseada. Ante la ausencia de la verdad, construimos la mentira.

Francisco Martínez Bouzas


Enrique de Hériz


Fragmentos

“¿Muerta? ¿Muerta yo? A quien se le ocurre. No mientras me quede una sola palabra por decir. Estoy en la Posada del Caribe. Llevo aquí casi un mes y medio sin ver a nadie. Mentira: una vez por semana viene Amkiel a traerme provisiones. Los martes, creo, aunque mi noción del tiempo no es demasiado fiable. Aquí todos los días se parecen.
Posada del Caribe. Menudo nombre. Son seis cabañas rectangulares, dispuestas en torno a una cuadrada y mayor  que las demás, que cumple las funciones de comedor y centro de intendencia. Todas tienen techumbres de palma. Paredes de troncos gruesos hasta media altura. Grandes cristaleras en la mitad superior. Lástima de mosquiteras. Son tan tupidas que apenas dejan pasar la luz de la jungla, ya por sí escasa. Porque estoy en la jungla de Petén, en el norte de Guatemala. Queda muy lejos el Caribe”
…..

“Llegar hasta el final. Necesito llegar hasta el final. Se lo digo todo de golpe. Casi todo: se llama Ismael, lo conocí en el trabajo. Cuántos hijos tiene, me pregunta. Qué quieres decir. Hombre, si no has dicho nada a nadie será que está casado. No, no está casado. Entonces cuál es el problema. El problema es. Me corto. Me callo. Bajo la cabeza. Luis no presiona. Sabe que estoy a punto de decirlo: el problema es que tiene veintitrés años.
Se queda un rato callado, mirando al techo. Está sacando cuentas. Le echo una mano: quince, Luis, le digo. Soy quince años mayor que él. Y qué, dice. Me mira. Y qué. Pero pienso que habla por hablar. Por quedar bien. Eso no es ningún problema, dice. No seas ridículo, Luis. Soy una mujer. Soy una mujer madura. Ismael es un crío. Bueno, si estás enamorada de él…¿Enamorada? No sabes lo que dices. Estoy a punto. Quiero decírselo: enamorada no, lo que estoy es embarazada. Pero no se lo digo”

(Enrique de Hériz, Mentira, páginas 11 y 269)

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