jueves, 13 de enero de 2011

SANGRE Y SEXO COMO OBRAS DE ARTE

Memorias de una menor inmortal
Anónimo
Editorial Melusina, Barcelona 2010, 155 páginas.

  
   Se dice por ahí y parece casi un dogma, que no hay mejor manera de atrapar al lector que un buen comienzo; una primera frase lapidaria. La de esta novela es desde luego apoteósica: “Me llamo Alba, tengo trece años y lo que más me gusta en la vida es chupar”. Esa línea y media llena el primer capítulo. La lectura se pone interesante sobre todo si, acto seguido, presta el lector atención a la frase promocional de la banda roja que acompaña a la novela: “ La mejor saga vampírica a la que le he echado el diente: la más audaz, sexy y sangrienta”. La firma Hernán Migoya, un bloggero, escritor y provocador por naturaleza que confiesa haberse inventado la frase promocional sin siquiera haberle echado una ojeada al contenido del libro. Pero no importa, porque eso mismo es un aliciente más, y a su majestad el consumidor, todo eso le trae sin cuidado. Pero Migoya, cuando tuvo tiempo – “o sea, pocas ganas de trabajar” – leyó por fin la novela y nos dice que está de puta madre. Bien concebida y bien parida.
   Nos adentramos pues en estas páginas anónimas para encontrarnos, por orden de aparición, con empalmes en un santiamén, ordeños al sprint, lechosas bendiciones, pezones puntiagudizándose, ídolos de la escena gótica barcelonesa, gothie lolitas, morreos con ansia golosa, expertos en polluelas de identidad sexual despistada, pétalos vaginales, sodomizaciones forzadas. Y sobre todo, muchas venas, mucha sangre, sangre que mana a borbotones de la carne arrancada a dentelladas y que llena la boca; sangre chupada con placer vampiresco.
   El significado medular de esta novela se conjuga pues entre el sexo y la sangre, sin que falten divertidas parodias del mundo intelectual y literario barcelonés. A los conciliábulos de los Eternos acude, por ejemplo, una tal Lucia, una escritora gorda y fea que pretende aparentar  bisexual para parecer moderna. Una vacaburra, apelativo  con el que, desde el anonimato, se alude posiblemente a la escritora Lucía Etxebarría. Y toda una fauna de borrachos habituales, farloperos, mendigos y degeneradas protitutas acompañando a la parroquia convencional, los Eternos, los que han ganado la inmortalidad de tanto clavar el diente.
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   Y sin embargo se trata de un texto bien escrito, de autor/a anónimo/a, un “lazarillo” de nuestros días que remite sin duda al mundo de la literatura y de la edición barcelonesa. Un texto entre el sexo y la novela gótica con vocación escandalizadora. De sexo más bien poco, a pesar del prometedor arranque. ¡Ojo que admite varias lecturas! A miles de leguas de las novelas confesionales de la scort  Nelly  Arcand o de Catherine Millet que pusieron sus vidas sexuales a disposición de los otros con la pretensión  de deconstruir, desde la narrativa confesional escrita por mujeres, los vigentes  discursos ideológicos y morales sobre la sexualidad. ¿Novela gótica? Sí, o al menos su parodia, siempre que otorguemos esa definición no sólo a aquellas historias que suceden físicamente en sótanos y criptas, sino en los más tenebrosos pasadizos y criptas de nuestra propia mente. En cualquier caso, una pequeña obra de arte para una sociedad polimorfa, la del nihilismo posmoderno en la que un par de botas vale  más que Shakespeare y lo que leen las lolitas equivale a Lolita.

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